Como cada primer domingo de mayo, llega el Día de la Madre. Este post quiero dedicárselo a todas las madres, y hoy, con una mención especial para una en particular.
Corría el mes de julio de 1989. La televisión aún era un armatoste enorme con pantalla abombada, la música se grababa en cassettes que rebobinábamos con un bolígrafo BIC jajajajaja, y los teléfonos estaban anclados a la pared del salón o aposentados en una pequeña mesita, con su base bien conectada con un cable sujeto a la pared. A su vez, el teléfono estaba unido a la base con aquel cable enroscado que parecía tener vida propia. Yo tenía poco más de veinte años y hacía ya un par de meses que me había licenciado del servicio militar.
La "mili", como todos la llamábamos, me había
dejado más que recuerdos: me había cambiado. Atrás quedaban los días de
instrucción, las botas que dolían, las guardias, los madrugones sin sentido y
ese sargento que se creía John Rambo y que parecía disfrutar gritando más que
respirando. Pero también me dejó algo bueno: una pizca de orden, cierta
templanza, y, como decía mi padre con tono entre serio y burlón: "Echaste
más formalidad, hijo". Y puede que tuviera razón.
Antes de la mili, la vida era un desfile de fiestas, amigos,
risas fáciles y resacas heroicas. Salía cada fin de semana como si no hubiera
un lunes. Me gustaba conocer chicas, coquetear con ellas o lo que surgiera,
reír, escuchar música… y, sobre todo, sin atarme a nada ni a nadie. Nada de
corazones entrelazados; no quería compromisos que seguro no cumpliría. La
libertad era mi única compañera, y me bastaba.
Pero al volver, todo empezó a saber diferente. Las fiestas
ya no tenían el mismo sabor. Las conversaciones se me hacían repetitivas, y las
noches largas empezaban a parecerme más vacías. Algo dentro de mí había girado,
aunque yo aún no sabía qué estaba buscando. Quizá solo esperaba que la vida, en
su misterioso vaivén, me sorprendiera.
Y vaya si lo hizo.
Un veraniego sábado noche cualquiera, de esos en los que uno
sale sin esperar nada, ocurrió algo que lo cambió todo. Una amiga me presentó a
una amiga suya, y, como dice la canción, "la amiga de mi amiga se
convirtió en mi amiga" jejejejeje.
—Mira, esta es Judith. Es una amiga del trabajo —dijo con
naturalidad mi conocida.
Nos dimos los dos besos de rigor, uno en cada mejilla, como
marcaba la costumbre. Y ahí comenzó todo. No fue su sonrisa, aunque era bonita,
ni sus ojos, aunque tenían una chispa especial, ni siquiera su voz, que era
suave y me encantaba. Fue su olor.
Un aroma fresco, juvenil, desenfadado… como ella. Un perfume
que parecía tener personalidad propia. No sé cómo explicarlo, pero ese olor me
golpeó como una ola fresca en aquella calurosa noche de verano. Me quedé un
segundo en el aire, como atontado, aspirando ese aroma que quedó flotando
incluso después de que ella se apartara. Fue como si algo se activara en mí,
algo dormido, algo que no sabía que estaba esperando a despertar.
Esa noche no pasó mucho que digamos, pero hubo momentos muy
mágicos. Charlamos un poco, reímos, compartimos alguna copa. Nada de promesas
de amor eterno. Eso sí, sí que hubo algún beso robado y alguna sonrojada
sonrisa. Cuando comenzó a salir el sol, nos despedimos. Yo me fui a casa como
quien ha visto un amanecer inesperado: confundido, emocionado, queriendo más.
Eso no era habitual en mí. ¿Qué me estaba pasando…?
Por suerte, la vida y esa amiga en común se encargaron de
que volviéramos a coincidir. Y poco a poco empezamos a hablarnos más, a
buscarnos sin que pareciera intencionado, a conocernos sin prisas. Cada vez que
nos acercábamos, ese perfume me recordaba que estaba justo donde quería estar.
Perdonad, aún no dije qué perfume o, mejor dicho, qué colonia era esa… Eau Jeune Senteurs Fraîches. Esa fue una fragancia que me marcó y también marcó una época. Esta colonia fue lanzada en 1977 y rápidamente se convirtió en parte del imaginario de una generación. Su aroma fresco, cítrico y atemporal, con toques sensuales y contrastes entre notas florales, amaderadas y especiadas, dejaba una estela inolvidable, mmmm, que me lo digan a mí jajajaja.
En 1979, un anuncio televisivo emitido en España ayudó a consolidar la popularidad de Eau Jeune. Aquel spot es especialmente recordado por su melodía breve y pegadiza, con una letra que decía: ♫♪♫♪ Vísteme, Eau Jeune… Vísteme con tu frescor, a flor de piel (Eau Jeune), ven, acércate a mi piel… Viste, Eau Jeune ♫♪♫♪.
Esa fue una adaptación de la canción "Many Rivers to Cross" del músico jamaicano Jimmy Cliff. El anuncio se mantuvo en emisión durante varios años, convirtiéndose en uno de los más recordados de la época. Seguro que lo recuerdas, pero si quieres volver a verlo y escucharlo, te lo dejo aquí: ANUNCIO COLONIA EAU JEUNE. Hoy, al evocarlo, no solo recordamos un perfume, sino también un fragmento de la memoria colectiva ligado a la juventud de muchos, y en este caso, a la mía y a la de Judith.
Pasó el tiempo, y aquella chica (Judith) se convirtió en mi
compañera de vida. La mujer con la que construí un hogar, con la que formé una
familia, con la que comparto risas, silencios, enfados tontos y
reconciliaciones sabias. La madre de mis hijos, mi amiga, mi cómplice, mi amor.
Y ese perfume… ese perfume siguió en mi memoria, aunque con
el tiempo fue una de esas colonias intermitentes que aparecían y desaparecían
del mercado, y que, con los años, volvieron a fabricarse con una continuidad
más asidua, mmmm, pero por mucho que la botella se pareciera o que llevara el
mismo nombre, ya no olía como yo la recordaba. Como si fuera aquel hilo
invisible que unía el pasado con el presente. Por eso, un día busqué y encontré
esta botella de los 80’s. La que recuerdo de nuestra época, con aquel recordado
perfume, y la guardé. Por nostalgia, por amor, por memoria, por ternura, por
ilusión.
La metí en una cajita y, a su vez, en lo que llamo "EL
BAÚL DE HAL". Mi baúl mágico. Baúl lleno de recuerdos del pasado, donde
guardo mis pequeños tesoros: y dentro de esa cajita, una carta de amor leída
mil veces, un par de entradas de Pink Floyd, una foto descolorida de mi 21
cumpleaños celebrándolo juntos… y esa botellita de colonia.
A veces, cuando me invade la melancolía, la abro y la huelo.
Y en ese instante, viajo en el tiempo. Vuelvo a esa noche de 1989. A esos besos
de presentación o a los dulces besos robados. A ese clic invisible. A ese punto
exacto donde mi vida tomó el rumbo más importante sin que yo me diera cuenta.
Hoy, que se celebra el Día de la Madre, quiero contarte
esto, mi amor. Porque no solo eres una madre maravillosa, generosa y luchadora,
que lo eres, sino que fuiste, eres y serás la mujer que cambió mi vida con solo
un saludo y un aroma inolvidable a mandarina.
Gracias por aquella noche. Gracias por cada día desde
entonces. ¡FELIZ DÍA DE LA MADRE!
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