COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR Yo también lo tuve! Nostalgia y Recuerdos de los años 60 - 70 - 80 - 90's: GUSANOS DE SEDA Y HORMIGAS: UNA LECCIÓN DE VIDA CUANDO LA NATURALEZA SIGUE SU CURSO

sábado, 22 de marzo de 2025

GUSANOS DE SEDA Y HORMIGAS: UNA LECCIÓN DE VIDA CUANDO LA NATURALEZA SIGUE SU CURSO

¿Sabías que...? La infancia no solo está hecha de juguetes. También está llena de descubrimientos, curiosidades... y de responsabilidades, como cuidar de nuestras mascotas. Algunos tenían perros o gatos; otros preferían pájaros, peces, tortugas, ranas, incluso tritones. Yo, además de haber tenido algunos de estos bichillos, siempre sentí fascinación por las criaturas raras. Y vaya si las tuve, y tengo. Algún día os presentaré a Morgue y a Tecla, a Juancho y a la peculiar familia Tenacillas Picotazo, pero hoy hablaremos de otros seres pequeños, frágiles y sorprendentes: los gusanos de seda.

Con la llegada de la primavera, como a ocurrido recientemente esta misma semana, la naturaleza despierta de su letargo invernal. Los árboles se visten de un verde vibrante, las flores desbordan color y perfume, y el canto de los pájaros vuelve a llenar el aire. Los días se alargan, la temperatura se suaviza y la vida renace en cada rincón.

En este renacer, también ocurre un pequeño milagro: los diminutos huevos de los gusanos de seda, que han permanecido dormidos durante el invierno, comienzan a eclosionar. De ellos emergen diminutas larvas hambrientas, listas para devorar las tiernas hojas de morera y comenzar su asombroso ciclo de transformación.

Mi historia con ellos es una mezcla de emoción, aprendizaje y un final un tanto triste y gore. Pero así fue, y así os la contaré. Todo empezó a finales de los años 70's, cuando alguien me regaló cinco o seis gusanos de seda, algunos de la especie rallada y otros blancos como la leche. Yo, emocionado con mi nuevo tesoro, corrí a pedirle a mi madre una caja más grande para criarlos. Me dio una de zapatos y, con gran esmero, perforé la tapa varias veces para asegurarme de que mis nuevos amigos pudieran respirar.

Los gusanos de seda necesitan un hogar cómodo. Una caja de cartón o plástico con buena ventilación es ideal, siempre que se mantenga limpia. Así que, siguiendo mi instinto de pequeño cuidador, cada día retiraba los restos de hojas y limpiaba la caja.

La alimentación era sencilla pero estricta: hojas de morera que compraba en un kiosco cercano a casa. No podían comer otra cosa (no era como hoy, que venden hasta pienso para los gusanos). Así que, cada día, recolectaba hojas frescas y las colocaba en la caja. Me fascinaba ver cómo las devoraban con rapidez, dejando pequeños rastros de mordiscos.

Crecieron rápido. Mudaban de piel varias veces, cada una señalando una nueva fase de su desarrollo. Hasta que llegó el gran momento: la metamorfosis. Un día, noté que mis gusanos dejaron de moverse tanto. Enrollaban hilos de seda a su alrededor y se preparaban para transformarse. Observarlos tejiendo sus capullos era casi hipnótico. Sabía que, dentro de esas pequeñas cápsulas, estaba ocurriendo algo increíble.

Pasaron unas semanas y, finalmente, de los capullos comenzaron a salir mariposas. Eran blancas y frágiles, y aunque no sabían volar, tenían una misión clara: reproducirse y poner huevos. Cuando la última de ellas murió tras la puesta, me invadió una extraña tristeza. Pero mi atención se centró rápidamente en los pequeños huevos que habían dejado atrás, pegados en el suelo o en las paredes de la caja. Ahora debía esperar. Cada día revisaba la caja con impaciencia, esperando ver a los nuevos gusanos nacer. Pero mi padre siempre me decía:

—Aún no... Hay que esperar hasta la próxima primavera.

La espera se hizo larga. Finalmente, decidí guardar la caja en un lugar “seguro” donde nadie la molestara... debajo de mi cama. Pasaron los meses. El invierno quedó atrás, y cuando llegó la primavera, mi padre me avisó:

—¡Ahora sí! Debes revisarlos todos los días, porque pronto nacerán.

Y así fue. En un día primaveral, los huevos comenzaron a eclosionar, y de ellos salieron diminutos gusanos negros. Al principio, intenté ponerles nombres: Juan, Pedro, Miguel, Rafa, Pepe... pero cuando la caja se llenó de cientos de ellos, desistí.

Cada día, salía al patio de casa con la caja y levantaba la tapa para observarlos. Veía cómo poco a poco cambiaban de color y comenzaban a crecer, alimentándose sin descanso de las hojas de morera que les proporcionaba, pero un día tuve un descuido fatal. No recuerdo por qué, pero en lugar de devolverlos a su rincón seguro, dejé la caja en el patio... Se me olvidó.

A la mañana siguiente, algo me hizo saltar de la cama. Un escalofrío recorrió mi espalda al recordar que no los había guardado. Corrí al patio... y lo vi. Una inquietante procesión de hormigas salía de la caja. Con el corazón encogido, la abrí. El horror se apoderó de mí.

Dentro, una marabunta de hormigas lo cubría todo. Apenas quedaban unos pocos gusanos de seda moribundos. Rompí a llorar y, en mi rabia infantil, declaré la guerra a las hormigas. Desde ese día, cualquier hormiga que se cruzara en mi camino acababa aplastada con un sonoro ¡chaff! Con los años, aprendí a perdonarlas. La culpa no fue de ellas. Solo seguían su ciclo natural, su cadena alimenticia.

Nunca volví a criar gusanos de seda. Hasta hoy. Escribiendo esto, he recordado lo mucho que disfruté cuidándolos, viendo su metamorfosis y aprendiendo sobre la vida, mmmm... Quizás esta primavera me compre media docena. Esta vez, eso sí, dormirán bajo techo. ¡No quiero otra macabra procesión de hormigas!. Imágenes recopiladas de Internet, los créditos a quien correspondan.   









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