COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR Yo también lo tuve! Nostalgia y Recuerdos de los años 60 - 70 - 80 - 90's: noviembre 2024

sábado, 30 de noviembre de 2024

UN DULCE RECUERDO DE LA ERA ESPACIAL (2ª PARTE CHICLES COSMOS)

Hablar del chicle Cosmos hoy es como excavar en los recuerdos de una época mágica, donde la infancia se vivía a través de pequeñas pero inolvidables experiencias. Para muchos, estos chicles fueron más que un simple dulce: se convirtieron en un símbolo de la fascinación por el espacio y los avances tecnológicos que definieron los años 60's y 70's.

Hace unas semanas, le dedicamos un post a la icónica segunda versión del chicle Cosmos, con su envoltorio plateado sobre un fondo negro estrellado "EL CHICLE COSMOS NEGRO: UN VIAJE RETROESPACIAL" Aquella presentación tan especial y espacial jejejeje acompañaba al inconfundible chicle negro de regaliz mmmm un sabor atrevido para su época. Sin embargo, en esta ocasión vamos a retroceder aún más en el tiempo, a los años 60's para hablar de las versiones primigenias de este mítico chicle.

Fabricados por la empresa Chicles Americanos S.A., con sede en Pinto, Madrid, los primeros chicles Cosmos se ofrecieron en tres sabores clásicos: fresa, menta y el inconfundible regaliz negro. Aunque sus envoltorios iníciales no tenían el espectacular diseño de la versión plateada y estrellada que surgió después, ya incluían lo que se convertiría en su mayor atractivo: los cromos coleccionables.

Estos cromos, impresos en papel parafinado, capturaban imágenes de aviones, cohetes, satélites y otras maravillas de la aeronáutica. En plena Era Espacial, cuando la exploración del cosmos despertaba fascinación global, estos dibujos reflejaban a la perfección el interés de la época por los avances tecnológicos.

Completar el álbum asociado a estos cromos no solo representaba un desafío emocionante, sino también una oportunidad para ganar premios atractivos. Al enviar el álbum completo a la sede de la compañía, los niños podían recibir recompensas sorprendentes para su tiempo: balones, patines, relojes, cámaras fotográficas e incluso tocadiscos, un premio especialmente codiciado por los jóvenes melómanos, quienes soñaban con disfrutar de sus discos favoritos o animar guateques caseros.

El intercambio de cromos entre amigos y familiares fomentaba la interacción social, dejando una huella imborrable en la infancia de una generación. Más allá de los premios, completar el álbum era motivo de orgullo, un logro que celebraba el esfuerzo y la dedicación invertidos.

En aquellos días de finales de los 60's, el mundo estaba inmerso en la Era Space Age Fashion. Los avances tecnológicos, el primer alunizaje en 1969 y la creciente popularidad de la ciencia ficción llenaron la imaginación colectiva de sueños galácticos. Los niños aspiraban a ser astronautas, y los adultos seguían con asombro cada nueva misión de la NASA.

El chicle Cosmos fue un reflejo perfecto de esta fascinación. Tanto los kioscos como las revistas y álbumes de cromos adoptaron temáticas espaciales, y los dibujos de aviones, cohetes, satélites y naves se convirtieron en una ventana al futuro. Para los niños de la época, comprar un chicle Cosmos no era solo una forma de disfrutar de un dulce, sino también de sentir que formaban parte de esa gran aventura universal.

El Cosmos, con su particular chicle negro de regaliz y su conexión directa con los sueños espaciales, se destacó en un mercado lleno de opciones más convencionales. Aunque otros sabores como la fresa y la menta fueron populares, fue el sabor de regaliz y su llamativo color lo que lo hizo único, dejándolo grabado en la memoria de quienes lo disfrutaron.

Además, su diseño evolucionó con el tiempo. La versión plateada y negra, que como ya os dije homenajeamos en un post previo, llevó esta experiencia a otro nivel. Su envoltorio estrellado parecía transportarte directamente al Cosmos, haciendo que cada chicle fuera una invitación a soñar con aventuras espaciales.

Aunque el chicle Cosmos dejó de fabricarse hace décadas, su recuerdo sigue vivo en la memoria colectiva. Para quienes lo vivieron, es un símbolo de una época más sencilla, donde pequeños objetos como un cromo o un álbum podían ser la fuente de grandes alegrías. Para las nuevas generaciones, representa un misterio envuelto en un envoltorio espacial, una ventana a un tiempo en que el espacio era el mayor sueño de la humanidad.

El Cosmos no fue solo un chicle: fue un reflejo de la fascinación por el universo, un homenaje al ingenio humano y una pieza fundamental de la cultura popular de su época. Aunque el tiempo ha pasado, su sabor tanto literal como simbólico sigue siendo inolvidable para quienes tuvieron la suerte de disfrutarlo.

Recuerda mmmm la grandeza de la era espacial pertenece a los soñadores. ¡No detengas tus sueños!












sábado, 23 de noviembre de 2024

KALKITOS: ¡CALCANDO NUESTROS RECUERDOS!

Los Kalkitos tienen su origen en Italia, cuando Gillette, conocida principalmente por sus productos de afeitado, adquirió una compañía especializada en serigrafía. Esta empresa destacaba por su avanzada tecnología para producir imágenes transferibles por presión, como las populares hojas Letraset que se utilizaban en diseño y maquetación. Fue en el Departamento de Marketing de Gillette donde se gestó la idea de convertir esa tecnología en un juego educativo y creativo para niños. Así nacieron los Kalkitos, una combinación única de imágenes transferibles y escenarios panorámicos que permitían a los pequeños crear sus propias historias llenas de imaginación. Gillette, que afeitaba a los adultos, logró también conquistar a los jóvenes con este innovador producto.

En 1978, los Kalkitos desembarcaron en España y rápidamente se convirtieron en un fenómeno. Estos álbumes ofrecían fondos ilustrados con decorados temáticos y láminas llenas de figuras transferibles que los niños podían colocar a su antojo. Los escenarios abarcaban una amplia gama de temáticas: vikingos, mundos futuristas, aventuras prehistóricas o del lejano Oeste. También habían algunos inspirados en clásicos literarios como 20.000 leguas de viaje submarino o Tarzán (ese fue uno de mis favoritos, debo confesar). Las opciones parecían infinitas, con personajes históricos como Pancho Villa o el Barón Rojo, y ediciones más modernas inspiradas en programas de televisión, torneos de futbol o como las dedicadas a Félix Rodríguez de la Fuente, lanzadas poco antes de su trágica muerte el 15 de marzo de 1980.

El éxito de los Kalkitos radicaba en su simplicidad y en la enorme creatividad que estimulaban. Su funcionamiento era sencillo, pero cargado de magia: desplegar el fondo panorámico, elegir una figura de la lámina transferible, posicionarla en el lugar ideal y frotar con un lápiz, bolígrafo o cualquier objeto con punta. Así, la figura se transfería al escenario, permitiendo al niño personalizar la historia como quisiera. Sin embargo, había que tener cuidado al rascar, porque si no se hacía con precisión, podía quedar incompleta. Era común que algún personaje perdiera una extremidad o algún detalle, lo que aunque frustrante, se convertía en parte del encanto.

Recuerdo que los Kalkitos fueron una parte fundamental de mi infancia. Pasaba horas creando mis propias escenas, comprando las láminas o recibiéndolas como regalo de mi madre, que las adquiría en una de mis papelerías jugueterías preferidas, la "papelería Cugat", cerca de mi escuela. Este lugar era mágico para mí (ya lo comente en un post dedicado a aquella entrañable y vieja papelería Cugat). Aquella papelería hasta sus últimos días siempre estuvo repleta de novedades que hacían de cada visita una aventura. Si quieres saber algo más de aquella papelería: "LIBRERÍA PAPELERÍA CUGAT". 

A menudo, no utilizaba todas las figuras en el decorado original, ya que prefería reservar algunas para decorar mis libros de texto, carpetas y hasta objetos completamente ajenos al tema. Esto extendía la diversión y me daba la sensación de llevar un pedazo de esas historias conmigo a todas partes.

Lo curioso es que, con los años, mi relación con los Kalkitos y los transferibles no terminó. Por increíble que parezca, terminé trabajando en un laboratorio de diseño gráfico y, durante más de cinco años, mi tarea principal fue fabricar los negativos para crear transferibles. Entre otras cosas, también participaba en la producción de transfers para montajes publicitarios. Este trabajo me devolvió a ese universo de creatividad que tanto me fascinaba de niño y, de alguna manera, me permitió revivir aquellos buenos recuerdos asociados a los Kalkitos. A día de hoy, al recordar esa época, no puedo evitar sonreír. Este post y los Kalkitos que saqué hoy de "EL BAÚL DE HAL" han traído de vuelta una avalancha de nostalgia.

Además de ser un simple pasatiempo, los Kalkitos fueron un puente hacia la imaginación. Las láminas transferibles, fabricadas con petroderivados y serigrafiadas con gran calidad, no eran solo un producto, sino una ventana a un mundo lleno de creatividad. Cada escenario tenía su propia narrativa, pero la verdadera magia era que cada niño podía adaptarlo a su gusto, creando historias únicas. Hoy, al recordarlos, revivo la emoción de aquellos momentos en los que, con un lápiz y algo de paciencia, podía construir un universo propio. Fueron mucho más que un juego: fueron una forma de explorar, imaginar y dar vida a aventuras inolvidables. ¡Qué maravillosa era esa época!


















sábado, 16 de noviembre de 2024

LOS CROMOS TROQUELADOS DE MAZINGER Z. PANRICO

Seguro que recordarás ese momento mágico en el que tu madre te compraba un pastelito de Panrico, y con él, la emoción de encontrar uno de los codiciados cromos troquelados de Mazinger Z. Esa combinación explosiva de chocolate y aventuras japonesas marcó la vida de muchos jóvenes, allá por 1978. Panrico supo captar la esencia de una generación que soñaba con robots gigantes y héroes de otro mundo. Todo esto cabía en un pequeño trozo de cartón troquelado, que venía dentro de un sobrecito blanco de papel, posiblemente manchado de chocolate y adjunto a la parte posterior del pastelito.

La colección de cromos de Mazinger Z se convirtió en un clásico por derecho propio, una mezcla de nostalgia y arte… bueno, quizás llamarlo "arte" sea muy generoso, pero sin duda tenían personalidad. Estos cromos, de los que hubo 85 en total, no eran exactamente fieles al estilo de los personajes originales. Las razones iban desde la dificultad (o el precio) de obtener los derechos hasta, quizá, el hecho de que los artistas en Panrico no eran expertos en animación japonesa. Al final, eso poco importaba: para nosotros, los niños, Mazinger Z era simplemente un pedazo de maravilla en cada sobrecito.

Encontrar una colección completa como esta es una tarea difícil, además de bastante costosa. He llegado a verla a precios que oscilan entre los 1.000 € y los 2.000 €. La que os muestro hoy no es precisamente barata, pero tampoco me costó esas cifras tan desorbitadas. Tuve la suerte de adquirirla hace tiempo gracias a un coleccionista que me ofreció reproducciones de excelente calidad de su colección original. Y hoy, después de mucho tiempo, la saco de mi baúl, de "EL BAÚL DE HAL".

Al principio, Panrico lanzó 20 cromos sin numerar. Era un movimiento práctico (y barato), pero cuando la colección despegó en popularidad, decidieron expandirla y añadir otros 65 cromos, esta vez numerados. Así, aquellos primeros 20, los "sin numerar", se convirtieron en piezas raras. Como si eso no fuera suficiente, Panrico decidió introducir en esta primera tanda algunos personajes de la secuela de Mazinger Z, llamada Goldorak (UFO Robo Grendizer). Claro, a la mayoría de nosotros nos daba igual, pero para los puristas (esos que aparecieron años después), esta confusión fue casi un sacrilegio.

El caso es que, para muchos, abrir el pastelito y descubrir un nuevo personaje, aunque fuera de Goldorak, era motivo de alegría. ¿A quién le importaba si era de una serie u otra? Los niños de aquella época querían más cromos y más aventuras, y con cada nuevo cromo, más horas de juego.

Una de las curiosidades más raras de esta colección es que El Corte Inglés también se subió al carro de Mazinger Z, colaborando con Panrico para distribuir los mismos cromos en sus departamentos de juguetes, pero con su propio logo. Estos cromos, idénticos salvo por ese detalle, son hoy una rareza digna de coleccionistas. Es casi imposible encontrarlos, pero si algún día abres una vieja caja en el trastero y ves un cromo con el logo de El Corte Inglés, considérate afortunado. Quizá tengas en tus manos un pequeño tesoro de los 70's que, como todo lo bueno de esa época, tiene un valor sentimental mucho mayor que el monetario.

La mayoría de nosotros conseguíamos los cromos en los míticos pastelitos Tronkitos. Quizás este nombre no suene tan poético hoy en día, pero para un niño de los 70's, Tronkito era casi sinónimo de felicidad. En cada Tronkito había un cromo, y eso era todo lo que necesitábamos.

Sabíamos que esos pastelitos no eran precisamente un manjar gourmet, pero tenían un sabor que aún recordamos con cariño. Era el sabor de la aventura, de la posibilidad, de esos personajes con los que jugábamos en el recreo o en el suelo del salón.

A veces, cuando nuestros padres no nos compraban uno, recurríamos a estrategias de emergencia, como pedir en la tienda las cajas vacías de Tronkitos. ¿Por qué? Porque en la parte de abajo, ¡sorpresa!, había ilustraciones de los personajes en mayor tamaño. Esos momentos eran lo más cercano a ganar la lotería infantil.

Aquí viene una historia que seguro muchos podrán entender y se sentiran identificados: el destino trágico de los cromos en la "limpieza de mamá". Esos cromos de Mazinger Z, guardados en una caja de zapatos o en un cajón especial, acumulaban polvo y años. Hasta que un día, desaparecían. Preguntabas a tu madre, y ella respondía sin darle importancia: "Ah, eso lo tiré. Era solo un montón de papelitos viejos." Gritabas, como mi buen amigo y colega de hobby Emilio Delliafonte, quien convirtió esa pregunta en el título de su blog Retro - Vintage: "MAMA PER QUÈ HO VAS LLENÇAR?", que se podría traducir como: "MAMÁ, ¿POR QUÉ LO TIRASTE?". Tremendo título para un blog Retro - Vintage, jejejejeje. Aunque Emilio me confesó entre risas que, en su caso, su madre le guardaba todo. ¡Un saludo, querido Emilio, si me lees!

Para los coleccionistas de entonces, esta limpieza no era algo trivial; era una gran tragedia. Hoy en día, recuperar una colección completa de 1978 con sus 85 cromos puede salir muy caro. Es curioso cómo esos trozos de cartón que parecían insignificantes en su momento hoy son piezas de alto valor en el mercado de coleccionistas.

Uno de los aspectos más especiales de esta colección era que muchos cromos estaban troquelados y podían ponerse de pie, convirtiéndose en figuras para jugar. Representaban a los "brutos mecánicos", las criaturas del Doctor Infierno, junto a Afrodita A, Sayaka, Koji y el resto del elenco. El planeador de Mazinger Z, en particular, era uno de los más codiciados porque se usaba para cualquier aventura y acababa completamente gastado.

Hoy, al revisar estos cromos que saco de "EL BAÚL DE HAL", o al recordar aquellos pastelitos Tronkitos, siento una gran nostalgia. Quizá los diseños no eran perfectos ni las ilustraciones precisas, pero tenían alma. En los 70's, no buscábamos cromos perfectos: queríamos héroes, aventuras y un poco de magia.

Si eres de los afortunados que aún conserva un cromo de Mazinger Z, míralo con cariño. No son solo cromos; son trozos de infancia, aventuras y sueños.





sábado, 9 de noviembre de 2024

POR FAVOR, SHHHH...

Recuerdo aquellos días en los que mi madre me arrastraba al médico cuando estaba resfriado, con anginas o cualquier otra cosa. Era pequeño y revoltoso, como muchos niños, con energía desbordante y cierta reticencia a la idea de pasar horas en una sala de espera del médico, aun estando pachucho. Entrar a aquel consultorio significaba que cualquier intento de diversión era inmediatamente sofocado por la mirada severa de los adultos que, como yo, esperaban su turno. Allí, en la pared, había una imagen que hacía a todos callar: el retrato de "la enfermera que pedía silencio".

En los hospitales españoles de los 70's y 80's, la famosa "enfermera del silencio" era un símbolo ubicuo, aunque la versión que teníamos no era la de Muriel Mercedes Wabney, la modelo argentina que protagonizó aquella primera foto, la imagen para América Latina y otros lugares del mundo. En España, esta figura del silencio era encarnada por otra modelo que desconozco si era local o de otro país, posando más de perfil, con el dedo índice apoyado sobre sus labios y un gesto sereno, pero firme.

Mientras en países como Argentina y Estados Unidos el rostro de Wabney ya dominaba las paredes de los centros de salud, aquí el "equivalente español" se había convertido también en algo así como un símbolo de las salas de espera. La foto de la enfermera era como el arma secreta de los médicos para tranquilizar a los niños inquietos y a los adultos impacientes.

Así que, cuando comenzaba a hacer preguntas o intentaba escabullirme para investigar rincones misteriosos del consultorio, mi madre solo señalaba la imagen en la pared. "Mira, mira a María Antonia", decía, con una sonrisa divertida. mmmm... Sinceramente no tengo ni idea de cómo se llamaba aquella modelo y aún menos si era enfermera, pero recuerdo un día que le pregunté a mi madre: "¿Mamá, la de la foto es María Antonia?" Y se quedó con ese nombre, para mí y para mi madre. María Antonia era la enfermera del consultorio y tenía cierto parecido con la chica de la foto.

Al ver a María Antonia... perdón, quiero decir aquella enfermera del cuadro con el dedo en sus labios, me quedaba en silencio, como hipnotizado. Por un momento, el poder de aquella imagen nos igualaba a todos en la sala de espera: adultos, niños e incluso los doctores que de vez en cuando echaban una mirada rápida hacia ella, como recordando su propio rol en el tranquilo escenario.

Muchos años después, descubrí la historia detrás de la imagen de la enfermera original: Muriel Mercedes Wabney, modelo argentina cuyo retrato, tomado en 1953, se convirtió en un símbolo de silencio para hospitales de todo el mundo, aunque en algunos países solamente se tomara prestada la idea y posaran otras modelos.

Wabney es uno de los rostros más reconocidos, que no pertenece a una estrella de cine o a un líder político, sino a una enfermera que, con un simple "shhhh", pidió silencio a millones alrededor del mundo. Sí, hablamos de esa imagen: la enfermera que, con un dedo en los labios, nos recuerda que en los hospitales el silencio es oro.

La historia comienza en Rosario, una de las ciudades más importantes de Argentina. Allá por 1953. El hombre detrás de la idea era Juan Craichik, un representante médico que se encargaba de entregar información sobre los nuevos productos o medicamentos que se habían desarrollado en la industria farmacéutica de la empresa de instrumental "Taranto". En una visita laboral, notó que la sala de espera del hospital estaba abarrotada de gente, y la pobre enfermera no daba abasto pidiendo silencio. Así, en medio del barullo, Craichik tuvo una epifanía: ¿y si existiera una imagen capaz de transmitir lo que ni los gritos podían lograr? Algo tan simple y universal que, con solo verla, todo el mundo entendiera el mensaje.

Craichik convenció a su empresa para poner en marcha el proyecto, y no escatimaron en recursos: un montón de modelos profesionales se presentaron a las pruebas fotográficas para encontrar el rostro ideal. La búsqueda no fue sencilla, pero Craichik encontró a su musa en Muriel Mercedes Wabney. Según él, Muriel tenía "un rostro suave y armonioso, con una mirada autoritariamente dulce". No había dudas, ¡era la indicada! Después de una tarde de interminables poses fotográficas, el equipo finalmente encontró la imagen que buscaban (la de Muriel, la ultima foto de esta entrada).

Lo curioso es que esta famosa imagen nunca fue un negocio lucrativo para Taranto. La empresa decidió "regalarla" a hospitales, clínicas y maternidades. Y allí quedó, presidiendo pasillos, quirófanos y salas de espera, con un mensaje universal que no requiere explicación. ¿Y Muriel? Ella, mujer de pocas palabras y casi tan enigmática como la expresión de la fotografía, apenas habló del tema. Nunca reveló cuánto le pagaron y se mantuvo alejada de la fama, casi como si la foto fuera más un reflejo del anonimato y la rutina de los hospitales que una oportunidad de estrellato.

Hoy, aunque muchos no conocen su nombre, todos conocen su gesto. Muriel Mercedes Wabney: la enfermera del cuadro, la imagen de la paz en los pasillos, esa que todos conocemos y hemos visto en hospitales, clínicas y maternidades del mundo entero. Aunque, como dije, en algunos sitios la modelo es otra, pero al César lo que es del César: Muriel fue la primera.

El tiempo pasa, y al igual que la foto de Muriel, también la versión que se utilizó en España se ha ido perdiendo, o ha sido sustituida por otras. Pero en la memoria colectiva de los que fuimos niños en aquellos años aún perdura la de María Antonia. mmmm... bueno, tú ya sabes lo que quiero decir, jejejeje. Cuando miro estos cuadros que saco de "EL BAÚL DE HAL", la sensación de respeto y calma que transmitía permanece grabada en mi mente. Quizás, después de todo, esas enfermeras del cuadro, fueran de aquí o fueran de allí, eran más que una simple fotografía en una sala de espera; eran, el recordatorio sutil de un mundo de adultos que, de vez en cuando, también necesita que alguien les pida silencio.




sábado, 2 de noviembre de 2024

LA ESCALOFRIANTE BELLEZA DEL ÚLTIMO BESO

Hace poco menos de un mes, mientras hacía unos recados en Barcelona, terminé en el barrio de Poblenou (Pueblo Nuevo), muy cerca de la playa y del conocido cementerio de aquel barrio. Dejé el coche aparcado a pocos metros de la entrada del camposanto y sentí que, por fin, había llegado el momento de hacerle una visita, una visita que llevaba años queriendo realizar. No es que tuviera a algún conocido o familiar descansando allí, pero siempre había querido ver una escultura en particular, una obra de la que había oído hablar y que, en alguna ocasión, había visto en foto: El Beso de la Muerte. Esa pieza había despertado en mí una mezcla de curiosidad y admiración, desde que vi su imagen en papel hace ya algunos años. Por primera vez podría verla de cerca; era el momento idóneo y, con suerte, captaría su esencia en una fotografía propia.

Me di cuenta, además, de que se acercaba el Día de los Difuntos, y pensé que compartir mi visita en un post de arqueología urbana en nuestra nostálgica página "Yo también lo tuve!" sería ideal para esa fecha. Quizá esta atracción hacia el mármol esté en mi naturaleza. Soy de Almería, tierra de mármol y hogar de muy buenos maestros marmolistas. De hecho, siento mucho orgullo de tener un sobrino al que quiero un montón, Dani, quien es maestro marmolista en nuestro pueblo, en Cantoria, en plena sierra de Almería, cerca de las legendarias canteras de mármol blanco de Macael. Así que quién sabe, pensé, quizás esta escultura, que tanto me fascinaba, estuviera esculpida en el mármol de mi tierra. Me gusta pensar que ese mármol blanco pudo haber sido extraído muy cerca de mi querido pueblo, apenas unos diez minutos en coche de donde nací.

Con estas ideas en mente y algo de tiempo de sobra, me animé. Hoy era el día. Hoy finalmente contemplaría la estatua de El Beso de la Muerte. Me adentré en el cementerio, con la sensación de estar a punto de descubrir algo especial.

Al cruzar la entrada del cementerio, me vi envuelto en una atmósfera serena, casi mística. El Cementerio de Poblenou, construido en 1775, tiene monumentos funerarios llenos de simbolismo y arte. Este lugar es como una galería al aire libre, en la que se refleja tanto la sensibilidad artística de la época como el deseo de perpetuar la memoria de quienes partían. Fue en este contexto que surgió El Beso de la Muerte, una obra que destaca no solo por su técnica, sino también por su capacidad de evocar emociones profundas.

La escultura de El Beso de la Muerte se encuentra sobre la tumba de Josep Llaudet Soler, un muy joven empresario que falleció en 1930. La familia Llaudet, llena de tristeza por la muerte de su hijo, encargó la escultura para su tumba, y en el epitafio quedaron grabados unos versos del poeta catalán Jacint Verdaguer: "Y su joven corazón no puede ayudar; en sus venas la sangre se detiene y se congela, y el ánimo perdido abraza la fe. Cae sintiendo el beso de la muerte."

La obra fue modelada en el taller del escultor y cortador de mármol catalán Jaume Barba, a quien tradicionalmente se le ha atribuido su autoría. Sin embargo, algunos sostienen que el verdadero autor fue su yerno, Joan Fontbernat Paituví, reconocido como el escultor más cualificado del taller familiar. Es posible que ambos, en mayor o menor medida, hayan contribuido al proceso creativo de la obra, cada uno dejando su propia huella. En mi humilde opinión, sería justo que se reconociera pública y documentalmente la participación de Fontbernat Paituví en esta pieza, ya que su talento y habilidad aportaron significativamente prestigio al taller de Barba. Sea quien sea el autor exacto, la escultura refleja el toque de un verdadero maestro, o maestros.

Después de unos minutos caminando entre las filas de tumbas, mausoleos y nichos, finalmente vi la escultura a lo lejos. Y allí estaba, imponente, sí, pero también mucho más conmovedora de lo que imaginé. La figura de un joven, con el pecho descubierto y una expresión de paz en el rostro, recibe el beso de la Muerte en la frente. La Muerte, representada como un esqueleto con alas, se inclina hacia él en un gesto que a algunos visitantes les transmite miedo, y a otros les parece casi un acto de compasión. La paz en el semblante del joven y la ternura de la Muerte creaban una escena inesperadamente serena.

La escultura es, a la vez, romántica y terrorífica; atrae y repele al mismo tiempo, y provoca diferentes impresiones en quienes la ven. El erotismo del beso es palpable, como si el joven recibiera a la muerte como una compañera que lo guía en su último viaje, en su último suspiro. La escultura es, a partes iguales, romántica y aterradora. Desde luego, pocas cosas en la vida son tan subjetivas e inexplicables como la belleza; ¿quizá la muerte...?

Al observar el mármol, supe que me encontraba frente a una obra hecha con maestría. La escultura estaba tallada con un detalle tan minucioso que podía percibir la suavidad de las alas y la delicadeza del huesudo beso. Me llené de orgullo al pensar en la posibilidad de que esa piedra tuviera muchas probabilidades de haber salido de las canteras de Macael, cerca, muy cerca de donde nací, como mencioné anteriormente, donde generaciones de maestros marmolistas han perfeccionado el arte de esculpir el blanco y frío mármol de la zona. Posiblemente, esta conexión me hizo apreciar aún más la obra, que parecía encerrar el esfuerzo y la dedicación de todos aquellos que han trabajado ese material puro de la naturaleza con tanto respeto y pericia.

La fuerza de El Beso de la Muerte radica en su simbolismo. La figura de la Muerte, al inclinarse para besar al joven, transmite un mensaje muy distinto al que solemos asociar con ella. En lugar de representarla como una figura aterradora con guadaña, la escultura parece hablarnos de la muerte como una transición natural y pacífica. El beso se convierte en una despedida compasiva, en una especie de liberación que despoja al final de la vida de cualquier temor.

Este enfoque se aparta de las concepciones clásicas de la muerte y refleja la influencia de la corriente romántica de la época, en la que temas como la fugacidad de la vida y la serenidad ante la muerte empezaron a aparecer en el arte y la literatura romántica de aquellos años. La imagen de la Muerte alada, casi como un ángel que acompaña al joven en su viaje final, resulta sorprendentemente consoladora. Me hizo pensar en cómo la vida y la muerte se entrelazan y en la posibilidad de un final en paz, sin miedo.

Desde su creación, El Beso de la Muerte ha cautivado a miles de visitantes, convirtiéndose en una obra que trasciende las barreras del tiempo y el lugar. No solo es una pieza central del Cementerio de Poblenou, sino también un símbolo de Barcelona, que ha inspirado a escritores, artistas y curiosos de todo el mundo. Hoy en día, se ha convertido en un hito del turismo cultural y del arte funerario, recordándonos la importancia de confrontar la muerte no como un final oscuro, sino como una parte natural del ciclo de la vida del que nadie puede escapar.

Al salir del cementerio, mientras me dirigía de vuelta al coche, me sentí lleno de una mezcla de respeto y paz. Había venido a buscar la belleza y la calma de una obra de arte, y me encontré con algo más: una reflexión sobre la existencia y la importancia de aceptar nuestra fragilidad humana. Se me eriza la piel de la emoción al pensar en aquel primer momento en que posé mi mano sobre la fría losa mortuoria. Mirando con respeto la escultura, pedí mentalmente permiso para tomar unas fotografías, las mismas que hoy comparto en este post.

El Beso de la Muerte parece una invitación a recordar que la muerte no es algo a temer, sino una etapa que todos compartimos, y la escultura nos lo recuerda con una mezcla de dignidad y compasión... con un beso.