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sábado, 12 de octubre de 2024

EL CHICLE COSMOS NEGRO: UN VIAJE RETROESPACIAL

Hablar del chicle Cosmos Negro, y en especial de su segunda versión (la que sacamos hoy del "Baúl de HAL"), es como embarcarse en una nave espacial retro, directa a las décadas pasadas. Una época en la que las golosinas no solo te llenaban de azúcar hasta las cejas, sino también de imaginación y, en este caso, ¡de negro! Este mítico chicle, fabricado por Chicles Americanos S.A. en Pinto, Madrid, dejó una marca indeleble en la infancia de muchos, no solo por su peculiar sabor, sino también por su estética espacial. No era solo un chicle, era un fenómeno. Pero, ¿qué lo hacía tan especial?

Primero, hablemos de su sabor. El Cosmos Negro no era un chicle para todos los públicos, ni mucho menos. Con su intenso gusto a regaliz, parecía más un reto para el paladar que una simple golosina. No era el típico chicle de fresa o menta que te daban tus abuelos para mantenerte callado. No, no. Este era de los que te obligaban a tener carácter. El verdadero ritual comenzaba cuando sacabas esa goma de mascar negra como el carbón, con la solemnidad de un Guerrero Jedi, y la mostrabas a tus amigos como si fueras el más valiente del grupo.

Y si alguna vez lo probaste, seguro que recuerdas lo rápido que te dejaba la lengua negra como si hubieras estado mascando una bota de Darth Vader. ¡Ah, qué tiempos! Tener la lengua negra era un distintivo de valientes, casi un pase VIP al club de los que no le temían a nada, mientras los demás se contentaban con sus opciones más seguras y… menos oscuras. Eso sí, ¡su textura! Te hacía dudar si estabas masticando chicle o intentando roer un trozo de neumático. Pero todo valía por el desafío.

El Cosmos Negro no solo sorprendía por su sabor atrevido, sino por su temática espacial, que lo hacía aún más irresistible. En pleno auge de la carrera espacial, cuando todo lo que viniera del espacio era automáticamente más cool, este chicle era el rey del kiosco. Su envoltorio, ¡madre mía! Era un espectáculo: negro como la noche, con un fondo estrellado que parecía sacado de un catálogo de viajes intergalácticos.

Y ahí estaba él, un astronauta (¡qué diría yo que era de raza negra y con un peinado con raya muy afro, todo un look que haría sonreír al mismísimo Lando Calrissian!), flotando en el negro del espacio, junto a una nave que bien podía haber sido la prima cercana de la Águila de la serie "Espacio: 1999". Abrir ese envoltorio era como recibir un billete de primera clase en una aventura espacial.

Pero como todo lo bueno, el Cosmos Negro tuvo un final misterioso. Un día, sin previo aviso, desapareció de los kioscos, dejando a todos con la lengua negra y el corazón partio. Nadie sabe con certeza por qué se dejó de fabricar; es uno de esos grandes misterios de la galaxia, al nivel de los agujeros negros o los calcetines que desaparecen en la lavadora. Quizás los gustos cambiaron, o tal vez la humanidad no estaba preparada para un chicle tan audaz. Quién sabe.

Hoy, si tienes suerte, ya que estos chicles están muy buscados, podrías encontrar alguna de estas reliquias en subastas de antigüedades online o en colecciones privadas. Pero ojo, masticar un chicle de más de 40 años suena como una broma de mal gusto. Yo, personalmente, paso. Aunque no niego que me gusta tenerlos en mi colección y que cada vez que agarro y miro uno de esos antiguos chicles de mi colección, cierro el puño y siento que la fuerza me acompaña y está conmigo, jejejeje.

En un mundo donde los chicles de hoy en día parecen competir más por limpiar los dientes que por endulzar la vida, es difícil imaginar que algo tan auténtico como el Cosmos Negro vuelva a los kioscos. Lo que queda es su leyenda, con esos sabores únicos de regaliz. También existieron en versiones de fresa o menta, con sus envoltorios espaciales, acompañados de cromos coleccionables de naves y cohetes que nos hacían soñar con conquistar el universo.

Estos cromos venían con los primeros chicles Cosmos, y, por cierto, ellos también merecen un post. Hablar de ellos y mostrároslos vale mucho la pena, ya que tenían diferencias con los de la segunda generación que os estoy mostrando ahora. Una de esas diferencias era el envoltorio, que tenía un diseño diferente, y, claro, los cromos, que los de la segunda generación no incluían. mmmm... pero eso lo dejamos para otro día... ¡Prometido!

Y así llegamos al final de esta pequeña odisea cósmica. Un simple chicle, una lengua negra y una sonrisa inolvidable. Este homenaje al Cosmos Negro de segunda generación nos recuerda que, a veces, las cosas más simples pueden dejar una huella eterna. Aunque, eso sí, ¡esperemos que no sea en los dientes! jajajajaja.







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