COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR Yo también lo tuve! Nostalgia y Recuerdos de los años 60 - 70 - 80 - 90's: EL BAÚL AZUL DE LA ABUELA

sábado, 2 de agosto de 2025

EL BAÚL AZUL DE LA ABUELA

Recuerdo cuando creé por primera vez un grupo nostálgico de recuerdos en Facebook. Fue un 16 de mayo de 2010… ¡Ufffff! 15 años ya. Cómo pasa el tiempo. Al principio era solo eso: un grupo. Luego lo convertí en página, y siempre mantuvo el mismo nombre. El mismo que hoy lleva nuestro blog. Aunque, siendo sincero, dudé bastante, antes de decidir cómo llamarlo. Tenía varios nombres en mente, pero especialmente dos.

Uno de ellos es el que ya conocéis: "Yo también lo tuve!" No necesita muchas explicaciones, ¿verdad? El nombre lo dice todo… jejejeje. El otro… mmmm, ese lo descarté. Porque claro, dices "recuerdos" y dices "baúl" y ya es algo tan visto, tan habitual… No quería caer en lo de siempre. Y si no, que se lo pregunten a Karina jejejeje.

Ahora bien… cuando me mudé a Blogger, ahí sí estuve tentado de cambiar el nombre. Estuve a punto de llamarlo "El baúl azul de la abuela", o algo por el estilo. En honor a ella, y también a un baúl muy especial. Quería darle a ese viejo baúl la importancia que se merecía. Pero al final, decidí reservar esa esencia para la sección principal del blog: "EL BAÚL DE HAL", y hacer un pequeño guiño en la foto de presentación. Sí, esa donde también salgo yo con un gran baúl.

Mmmm… nunca conté del todo por qué esa conexión tan especial con un baúl. Y no precisamente por ser "el baúl de los recuerdos", aunque también lo es. El baúl del que os hablaré es mucho más antiguo. Incluso anterior a aquella pegadiza canción de Karina y su baúl de los recuerdos. Y aunque su historia la cuento dentro de la sección de recuerdos en blanco y negro… esta vez haremos una excepción. Porque sería imperdonable no mostrarlo con su color original: ese azul que nunca se olvida, aunque este es un recuerdo que tengo como si fuera en blanco y negro, como las fotos que también guardaba.

Pero bueno… mejor seguid leyendo este artículo (o post, como prefiráis llamarlo). Lo entenderéis todo mejor. Porque hay recuerdos que no se explican, solo se sienten a medida que vas leyendo, y este, sin duda, es uno de ellos.

En el corazón de la vieja casa del pueblo, escondido entre las sombras del cuarto oscuro (le llamábamos así porque era el único de la casa que no tenía ventanas), descansaba el baúl azul de la abuela. Un mueble grande, desgastado por los años, pero firme como los recuerdos que guardaba la madre (así llamábamos todos con cariño a mi abuela), como también explico en este otro entrañable artículo que os recomiendo: "EL DELANTAL DE LA ABUELA" 

Aquel baúl azul lo había llevado consigo la madre desde el día de su boda. Y aunque la casa había cambiado, el baúl seguía en el mismo lugar: entre las dos camas individuales, pegado a la pared, como un guardián silencioso de su historia en el viejo cuarto oscuro.

Nadie sabía exactamente qué había dentro, pero todos en la familia respetaban su misterio. A veces, los nietos más curiosos se quedaban mirándolo, imaginando tesoros escondidos. Pero solo la madre tenía la llave, y solo ella decidía cuándo abrirlo.

Yo era uno de esos nietos que se quedaba mirando el baúl azul en el cuarto oscuro, preguntándome qué secretos escondía entre sus vetas gastadas y su cerradura oxidada. Me fascinaba pensar en lo que podía haber allí dentro: mapas antiguos, cartas secretas, monedas de otro tiempo, cualquier cosa relacionada con un tesoro.

Una tarde lluviosa de verano, cuando el aire olía a tierra mojada y las gotas repiqueteaban en el tejado, la madre me llamó a mí, su nieto más pequeño, el último que se meó en su falda, como muchas veces solía decir ella, cuando le echaban en cara —por culpa de pequeños celos de otros familiares— que me tenía muy mimado (y que también leeréis en el enlace que os pasé anteriormente) jejejeje.

—Ven, mi vida —me dijo con una sonrisa suave, sacando la llave que siempre llevaba colgada del cuello—. Hoy quiero mostrarte algo.

Y entonces introdujo la llave, le dio media vuelta y, con delicadeza, abrió el baúl. Un aroma a lavanda, a madera vieja y a tiempo detenido flotó en el aire. No era un simple mueble: era una cápsula del alma, un rincón donde el pasado no se había ido del todo.

Cartas amarillentas atadas con cintas, fotos descoloridas de jóvenes que ya no estaban, el reloj de bolsillo del abuelo, un pequeño joyero de madera con un collar de perlas, puede que algún anillo y pendientes... También el baúl alojaba alguna cartilla bancaria donde tenia los ahorros de toda una vida, las escrituras de la casa dobladas con cuidado, un billete de barco de cuando mi abuelo estuvo trabajando en la Argentina, o aquella corcha de ganchillo hecha a mano, algo de ropa que guardaba con cariño especial, entre otras muchas cosas...

Hasta un botón de nácar que se desprendió del vestido de su madre el día de su entierro, o las gafas rotas de la bisabuela Carmen... Ella murió antes de que yo naciera, a la longeva edad de 109 años. Todos mis hermanos, bastante más mayores que yo, la conocieron. Yo, por desgracia, no tuve ese privilegio: aún no había nacido.

—¿Por qué guarda esto, madre? —le pregunté una vez, sosteniendo unas monedas extranjeras que estaban dentro del baúl y que ya no valían para nada.

Ella me miró con cariño, con aquellos ojos brillantes que tenía y que parecían saberlo todo.

—Porque el tiempo ya se lleva muchas cosas. Por eso guardo lo que fue y lo que sigue siendo importante para mí, hijo. No importa los años que pasen. Son cosas que me hicieron feliz, que me recuerdan quién soy. No las tiro... aunque duelan, aunque ya no sirvan.

Cada objeto tenía su historia, y cada historia, su emoción. Algunas las contaba con una sonrisa melancólica; otras, con un suspiro que parecía venir desde muy lejos, desde lo más profundo de su corazón. Me hablaba de su infancia en tiempos duros, de los bailes en el pueblo cuando era joven, de los partos sin médico en casa y sin hospitales, del pan amasado con sus propias manos, del triste silencio de la guerra, de la partida de los hijos y, más tarde, del bullicio de los nietos corriendo por la casa. Ahí estaba yo, el último nieto que se meó en su falda, jejejejeje.

El baúl olía a memoria. A veces, cuando la casa dormía y todo era quietud, me acercaba en silencio y apoyaba la oreja contra la tapa, como si los objetos susurraran. No sé si era mi imaginación o el eco de las historias que ella me había contado, pero creía oírlos: los pasos del abuelo bajando del barco llegado de la Argentina, la risa joven de ella al estrenar su vestido de boda, el tic-tac del reloj de bolsillo del abuelo, el crujir de la madera al cerrar la tapa una y otra vez, como un latido.

Esa noche, mientras el cuarto oscuro se llenaba de sombras, entendí que el verdadero tesoro no eran las joyas ni los papeles, sino las historias que vivían dentro de aquel baúl azul. Y supe que, cuando llegara el momento, yo también tendría cosas valiosas que guardar en un baúl. No por su valor material, sino porque estaban hechas de amor, de despedidas, de días que no volverán pero que no deben olvidarse.

Con el tiempo, aprendí que todos tenemos nuestro propio baúl azul. Puede que no tenga cerradura ni madera vieja; puede que, en estos días que corren, sea real o bien virtual. Pero lo que tengo muy claro es que todos lo llevamos dentro. Está hecho de olores que nos devuelven a la infancia, de frases que alguien nos dijo una sola vez y se nos quedaron tatuadas, de fotos borrosas en blanco y negro que solo nosotros entendemos, de voces que ya no suenan fuera pero que siguen susurrando por dentro.

La madre se fue en un mes de agosto, pero de hace ya 35 años. A veces me sorprendo pensando cómo sería mi vida si pudiera llamarla ahora, si pudiera sentarme a su lado en otra tarde de lluvia de verano, si pudiera escuchar otra de sus entrañables historias. Solo una más. Pero la vida no concede esas repeticiones. Por eso escribo esto: para que el recuerdo no se apague.

Porque, al final, el baúl azul no era solo un lugar para guardar tesoros. Era un refugio para todo aquello que el mundo olvida, pero el corazón no.

Y yo, el niño que una vez fui, sigue añadiendo pedacitos de recuerdos a el baúl, a "EL BAÚL DE HAL", y los comparto con vosotros para que no se pierdan en el olvido, para que sigan viviendo en la memoria y provoquen una sonrisa, una lágrima o un suspiro. Todo eso es posible gracias a la lección de vida que me dio aquel día mi abuela, la madre Dolores: lo que se ama, o lo que te hizo feliz, se guarda y jamás se olvida. Y si puedes compartir esa felicidad, hazlo, como ella hizo aquella tarde de lluvia conmigo.

Algunos recuerdos no merecen olvidarse, y este que recuerdo y comparto hoy con vosotros es uno de ellos.


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