Hace poco menos de un mes, mientras hacía unos recados en Barcelona, terminé en el barrio de Poblenou (Pueblo Nuevo), muy cerca de la playa y del conocido cementerio de aquel barrio. Dejé el coche aparcado a pocos metros de la entrada del camposanto y sentí que, por fin, había llegado el momento de hacerle una visita, una visita que llevaba años queriendo realizar. No es que tuviera a algún conocido o familiar descansando allí, pero siempre había querido ver una escultura en particular, una obra de la que había oído hablar y que, en alguna ocasión, había visto en foto: El Beso de la Muerte. Esa pieza había despertado en mí una mezcla de curiosidad y admiración, desde que vi su imagen en papel hace ya algunos años. Por primera vez podría verla de cerca; era el momento idóneo y, con suerte, captaría su esencia en una fotografía propia.
Me di cuenta, además, de que se acercaba el Día de los Difuntos, y pensé que compartir mi visita en un post de arqueología urbana en nuestra nostálgica página "Yo también lo tuve!" sería ideal para esa fecha. Quizá esta atracción hacia el mármol esté en mi naturaleza. Soy de Almería, tierra de mármol y hogar de muy buenos maestros marmolistas. De hecho, siento mucho orgullo de tener un sobrino al que quiero un montón, Dani, quien es maestro marmolista en nuestro pueblo, en Cantoria, en plena sierra de Almería, cerca de las legendarias canteras de mármol blanco de Macael. Así que quién sabe, pensé, quizás esta escultura, que tanto me fascinaba, estuviera esculpida en el mármol de mi tierra. Me gusta pensar que ese mármol blanco pudo haber sido extraído muy cerca de mi querido pueblo, apenas unos diez minutos en coche de donde nací.
Con estas ideas en mente y algo de tiempo de sobra, me animé. Hoy era el día. Hoy finalmente contemplaría la estatua de El Beso de la Muerte. Me adentré en el cementerio, con la sensación de estar a punto de descubrir algo especial.
Al cruzar la entrada del cementerio, me vi envuelto en una atmósfera serena, casi mística. El Cementerio de Poblenou, construido en 1775, tiene monumentos funerarios llenos de simbolismo y arte. Este lugar es como una galería al aire libre, en la que se refleja tanto la sensibilidad artística de la época como el deseo de perpetuar la memoria de quienes partían. Fue en este contexto que surgió El Beso de la Muerte, una obra que destaca no solo por su técnica, sino también por su capacidad de evocar emociones profundas.
La escultura de El Beso de la Muerte se encuentra sobre la tumba de Josep Llaudet Soler, un muy joven empresario que falleció en 1930. La familia Llaudet, llena de tristeza por la muerte de su hijo, encargó la escultura para su tumba, y en el epitafio quedaron grabados unos versos del poeta catalán Jacint Verdaguer: "Y su joven corazón no puede ayudar; en sus venas la sangre se detiene y se congela, y el ánimo perdido abraza la fe. Cae sintiendo el beso de la muerte."
La obra fue modelada en el taller del escultor y cortador de mármol catalán Jaume Barba, a quien tradicionalmente se le ha atribuido su autoría. Sin embargo, algunos sostienen que el verdadero autor fue su yerno, Joan Fontbernat Paituví, reconocido como el escultor más cualificado del taller familiar. Es posible que ambos, en mayor o menor medida, hayan contribuido al proceso creativo de la obra, cada uno dejando su propia huella. En mi humilde opinión, sería justo que se reconociera pública y documentalmente la participación de Fontbernat Paituví en esta pieza, ya que su talento y habilidad aportaron significativamente prestigio al taller de Barba. Sea quien sea el autor exacto, la escultura refleja el toque de un verdadero maestro, o maestros.
Después de unos minutos caminando entre las filas de tumbas, mausoleos y nichos, finalmente vi la escultura a lo lejos. Y allí estaba, imponente, sí, pero también mucho más conmovedora de lo que imaginé. La figura de un joven, con el pecho descubierto y una expresión de paz en el rostro, recibe el beso de la Muerte en la frente. La Muerte, representada como un esqueleto con alas, se inclina hacia él en un gesto que a algunos visitantes les transmite miedo, y a otros les parece casi un acto de compasión. La paz en el semblante del joven y la ternura de la Muerte creaban una escena inesperadamente serena.
La escultura es, a la vez, romántica y terrorífica; atrae y repele al mismo tiempo, y provoca diferentes impresiones en quienes la ven. El erotismo del beso es palpable, como si el joven recibiera a la muerte como una compañera que lo guía en su último viaje, en su último suspiro. La escultura es, a partes iguales, romántica y aterradora. Desde luego, pocas cosas en la vida son tan subjetivas e inexplicables como la belleza; ¿quizá la muerte...?
Al observar el mármol, supe que me encontraba frente a una obra hecha con maestría. La escultura estaba tallada con un detalle tan minucioso que podía percibir la suavidad de las alas y la delicadeza del huesudo beso. Me llené de orgullo al pensar en la posibilidad de que esa piedra tuviera muchas probabilidades de haber salido de las canteras de Macael, cerca, muy cerca de donde nací, como mencioné anteriormente, donde generaciones de maestros marmolistas han perfeccionado el arte de esculpir el blanco y frío mármol de la zona. Posiblemente, esta conexión me hizo apreciar aún más la obra, que parecía encerrar el esfuerzo y la dedicación de todos aquellos que han trabajado ese material puro de la naturaleza con tanto respeto y pericia.
La fuerza de El Beso de la Muerte radica en su simbolismo. La figura de la Muerte, al inclinarse para besar al joven, transmite un mensaje muy distinto al que solemos asociar con ella. En lugar de representarla como una figura aterradora con guadaña, la escultura parece hablarnos de la muerte como una transición natural y pacífica. El beso se convierte en una despedida compasiva, en una especie de liberación que despoja al final de la vida de cualquier temor.
Este enfoque se aparta de las concepciones clásicas de la muerte y refleja la influencia de la corriente romántica de la época, en la que temas como la fugacidad de la vida y la serenidad ante la muerte empezaron a aparecer en el arte y la literatura romántica de aquellos años. La imagen de la Muerte alada, casi como un ángel que acompaña al joven en su viaje final, resulta sorprendentemente consoladora. Me hizo pensar en cómo la vida y la muerte se entrelazan y en la posibilidad de un final en paz, sin miedo.
Desde su creación, El Beso de la Muerte ha cautivado a miles de visitantes, convirtiéndose en una obra que trasciende las barreras del tiempo y el lugar. No solo es una pieza central del Cementerio de Poblenou, sino también un símbolo de Barcelona, que ha inspirado a escritores, artistas y curiosos de todo el mundo. Hoy en día, se ha convertido en un hito del turismo cultural y del arte funerario, recordándonos la importancia de confrontar la muerte no como un final oscuro, sino como una parte natural del ciclo de la vida del que nadie puede escapar.
Al salir del cementerio, mientras me dirigía de vuelta al coche, me sentí lleno de una mezcla de respeto y paz. Había venido a buscar la belleza y la calma de una obra de arte, y me encontré con algo más: una reflexión sobre la existencia y la importancia de aceptar nuestra fragilidad humana. Se me eriza la piel de la emoción al pensar en aquel primer momento en que posé mi mano sobre la fría losa mortuoria. Mirando con respeto la escultura, pedí mentalmente permiso para tomar unas fotografías, las mismas que hoy comparto en este post.
El Beso de la Muerte parece una invitación a recordar que la muerte no es algo a temer, sino una etapa que todos compartimos, y la escultura nos lo recuerda con una mezcla de dignidad y compasión... con un beso.
Es curioso como un cráneo puede mostrar sentimientos. Parece vérsele la expresión de compasión, como una madre que acoge.
ResponderEliminarTe ha quedado una entrada muy bonita. 😉