Llegadas estas fechas de "Todos los Santos", "Difuntos" y "Halloween" y ya como costumbre, me gusta preparar un artículo que tenga que ver con el pasado aunque de una manera un poco más tétrica y oscura, para este post me dio pie una película que vi hace muy poquitos días, se trata de la película "El hombre del saco", película que está basada en hechos reales (como ya os contaré más adelante), aunque el tema lo tratan muy superficialmente bajo mi humilde punto de vista.
Creo
que esa historia tiene mucho potencial para hacer una de esas películas que te
dejan pegado a la butaca mordiéndote las uñas y pegando muchos sobresaltos, es
decir una de esas películas que te acojonan de verdad y creo que esta historia
que se adaptó para la pelicula fue una oportunidad desaprovechada donde se
juntan muchos guiños y referencias cinéfilas de otros clásicos del séptimo arte
y de la pequeña pantalla como son "It", "Los Goonies",
"Stranger things" o incluso "Verano azul" mmmm solo faltaba
que sus jóvenes protagonistas que también se movían en bicicleta silbaran la
conocida melodía de aquella mítica serie jajajajaja.
Pues
eso, poco más puedo decir de esta película, que no digo que sea mala, pero
esperaba mucho más de ella, en especial por tratar ese mito aterrador muy
nuestro y verídico, el del hombre del saco.
Y
ahora sí, vamos a dejar la película apartada ya que poco más puedo decir de
ella y vamos a nuestro post especial de estas fechas.
Hoy
como cada año por estos días me salgo de la nostalgia establecida y habitual,
para tocar otra nostalgia diferente, con un añadido más espeluznante, algo más
acorde con estas fiestas de Día de Todos los Santos, de Difuntos o del
mismísimo Halloween y este año no será menos así que allá vamos.
Muchos
conocen y les habrán dicho mil veces cuando eran pequeños aquello de "si
no te portas bien vendrá el hombre del saco para llevarte". Es una frase
que durante décadas se les ha dicho a los niños para que obedezcan y no sean
traviesos. Son palabras que muchas veces se dicen sin pensar y que probablemente
nadie se las diría a sus hijos si conocieran la verídica historia que hay
detrás.
Pocos
saben que este hombre, si así se le puede llamar, existió de verdad y como
andaluz que soy siempre me han interesado los misterios de mi tierra. Cuál fue
mi sorpresa al descubrir que uno de los miedos infantiles más populares de
nuestra cultura está basado en hechos reales y además sucedió a pocos km de
donde yo nací, a tan solo 1h de mi pueblo.
ADVIERTO que el relato es bastante fuerte. En
un municipio de Almería, Gádor, tuvo lugar un acto tan atroz, que tan solo voy
a describir lo esencial para comprender la magnitud de la barbarie. De todos
modos, no es una historia apta para mentes sensibles ni, por supuesto, para
menores. Esta es su historia, la historia de Francisco Leona, el hombre que
será siempre recordado en nuestra memoria como "El hombre del saco".
Todo
comenzó a principios del siglo pasado, concretamente en 1910, en la apacible y
hermosa localidad Almeriense de Gádor. Francisco Ortega, alias el Moruno, un
agricultor de cincuenta y cinco años enfermo de tuberculosis, obsesionado con
la idea de la muerte y desesperado por su enfermedad, decide acudir recomendado
por su esposa Antonia a los remedios de la curandera Agustina Rodríguez,
popular en la zona por sus artes brujeriles y sanadoras. En principio todo se
desarrollaba con normalidad, pero ninguna de las curas de Agustina parecía
tener efecto en el Moruno. Fue entonces cuando Agustina, viendo que ninguna de
sus pócimas o cataplasmas sanaban al Moruno decide acudir a Francisco Leona,
que además de ejercer de barbero tenía también, según se decía, ciertas dotes
sanadoras y era muy popular por ello en toda la zona.
Cuando
Agustina le cuenta a Leona la situación de el Moruno, este decide de inmediato encontrar
una cura para la enfermedad, eso sí, tenía que ser especial, algo por lo que el
paciente estuviera dispuesto a desembolsar una increíble cantidad de dinero.
Dispuesto a exponer su idea ante el enfermo, Francisco Leona se encamina a casa
del Moruno y después de informarle de que su muerte sería inminente, de no
seguir sus instrucciones, le plantea su macabra idea:
-
Yo tengo el remedio, Moruno
-
¿Cuál es? -inquirió con ansiedad el enfermo.
-
Es necesario que te bebas la sangre de un niño robusto y sano, pero la sangre
tiene que estar caliente, según vaya brotando… Y luego tendrás que ponerte en
el pecho sus mantecas, como cataplasma.
-
¿Pero para eso habrá que matarlo? - preguntó de nuevo el Moruno.
-Sí,
claro... - fue la respuesta lacónica de Agustina.
-Entonces,
no - gritó el enfermo -¡me castigaría Dios!
-
Tú verás... -añadió Leona.
Francisco
Ortega, el Moruno estuvo unos instantes pensativo, agitado por las dudas,
mientras Agustina y el viejo Leona se miraban expectantes. Al fin, el enfermo,
saltando de la silla, exclamó:
-¡La
salud es antes que Dios, qué coño!
(El
diálogo ha sido reconstruido a partir de las declaraciones sumariales.)
La
cantidad fijada para cometer tan terrible acto fue inicialmente de 3000
pesetas, pero el Moruno no disponía de tanto dinero, por lo que el trabajo, se
dejó entonces en solo 3000 reales, una cantidad muy inferior, bajo la promesa
de el Moruno de que les pagaría el resto en cuanto hubiera recuperado la salud
para poder trabajar y ahorrar dicha cantidad. Aun así, Francisco Leona y
Agustina aceptaron el trato y le recomendaron al enfermo que no se moviera de
su domicilio hasta que ellos dos le avisaran de que todo estaba ya dispuesto.
La
primera dificultad que debían sortear los asesinos, era la de secuestrar a un
niño sin ser descubiertos y cargar con él después hasta el Cortijo San
Patricio, donde vivía Agustina que se encontraba alejado varios kilómetros del
núcleo del pueblo y además en un lugar discreto y aislado. El problema es que
tanto Agustina como Francisco Leona se veían incapaces de transportar a un niño
a tanta distancia y en aquellas condiciones, así que ni cortos ni perezosos,
decidieron involucrar en su plan a una tercera persona, ni más ni menos que al
propio hijo de Agustina, un mozo joven, corpulento y realmente embrutecido, de
nombre Julio Hernández Rodríguez, apodado el tonto y que aceptó de inmediato el
encargo de cargar al pequeño hasta el cortijo y ayudar a Leona en el secuestro,
a cambio de cincuenta pesetas, un dinero que necesitaba para adquirir una nueva
escopeta de caza. Una vez concretado el plan, los tres, Francisco Leona, Julio
el tonto y Agustina Rodríguez, decidieron ponerlo en práctica lo antes posible.
Hubo más personas involucradas que actuaron como encubridoras de toda la trama entre
las familias de todos ellos y que también, como veremos más adelante,
recibieron su justa condena por tan detestable acto de cobardía.
Pero
pasemos ahora a detallar como sucedió todo. Al atardecer del día 28 de junio de
1910. Francisco Leona y Julio el tonto encontraron finalmente su objetivo.
Bernardo González Parra, un pobre niño de solo siete años de edad, robusto y
lleno de vitalidad. Justo lo que aquellos dos desalmados andaban buscando. Así
fue como aprovechando que el pequeño Bernardo se alejó unos instantes del grupo
de niños en el que se encontraba, Leona se abalanzó sobre él tapándole la boca
con un paño impregnado en cloroformo, lo que provocó que el niño quedara
inconsciente prácticamente al instante. Una vez dormido lo introdujeron en un saco
y Julio el tonto lo cargó en sus espaldas en dirección al Cortijo San Patricio.
No
obstante, el camino era largo y tortuoso, por lo que con el pasar de las horas
Bernardo recobró el sentido y no dejaba de gemir y moverse dentro del saco,
algo que posteriormente el propio Julio Hernández declararía en sus
confesiones. Cuando Leona y su cómplice llegaron al cortijo les esperaban allí
Agustina, José Hernández, (hermano del tonto) y su mujer Elena Amate.
Fue
José el que se encaminó de inmediato para avisar al Moruno de que todo estaba
ya dispuesto. Mientras todos esperaban la llegada del enfermo, Bernardo,
agonizaba ya en el interior del saco, pataleando y sollozando presa del terror.
Agustina, como una cruel carcelera, golpeaba al niño incesantemente a través
del saco para que este se callara. Mientras tanto, Leona afilaba impaciente el
filo de su navaja y Elena Amate, como si nada estuviera pasando, preparaba la
cena ajena a toda la escena.
La
oscuridad de la noche se cernió sobre la macabra escena cuando Francisco Ortega
el Moruno y José Hernández entraron finalmente por la puerta. Todos se
pusieron, de inmediato, manos a la obra. Mientras Julio el tonto y Agustina
juntaban dos mesas, sacaron al pequeño Bernardo del saco y lo sujetaron con
fuerza. Para facilitar que Leona hiciera su trabajo, Agustina levantó el brazo
del niño que angustiado no dejaba de pedir socorro y llamaba a su madre,
entonces, de una manera rápida y certera (como si de una matanza de cerdos se
tratara) Leona atravesó la axila de Bernardo con su navaja.
La
sangre manaba con fuerza y caía sobre un vaso que Agustina había situado justo
debajo del pequeño y al que iba añadiendo azúcar para dársela de beber al
enfermo. El Moruno bebía con avidez el líquido vital del infortunado infante al
tiempo que repetía una y otra vez "mi vida antes que Dios, mi vida antes
que Dios". Mientras José daba vueltas alrededor de la casa para no
presenciar lo que allí estaba ocurriendo, su mujer, Elena, preparaba
tranquilamente la cena. Cuando Francisco Ortega había ya bebido varios vasos de
sangre y Leona consideró que era suficiente, le indicó a este que regresara a
su domicilio, al tiempo que tapaba con un vendaje la herida del pequeño para
volverlo a introducir, ya totalmente inconsciente debido a la pérdida de
sangre, dentro del saco. Protegidos ya por la oscuridad de la noche, se
encaminaron de nuevo con el saco a hombros hasta el Barranco del Pilar.
Allí,
estando el niño todavía con vida, Julio el tonto intentó machacar el cráneo de
Bernardo con algunas piedras, pero como no lo conseguía, fue Leona finalmente
el que terminó de esta sangrienta forma con la vida de aquel inocente niño.
Hasta Julio el tonto se estremeció con aquella escena grotesca, más aún, cuando
Leona sacó de nuevo su navaja y de una manera precisa cuál cirujano le extrajo
del vientre al pequeño la grasa y el epiplón (las mantecas) para envolverlas
rápidamente en su pañuelo. A continuación, ambos ocultaron el cadáver bajo unas
piedras en aquel mismo lugar.
Más
tarde se separarían, Julio regresó con su madre al cortijo y Leona caminaría
hasta la casa de el Moruno para untar en su pecho las mantecas del pequeño y
cobrar los tres mil reales pactados. Cuando Leona aplicó el macabro ungüento en
el Moruno, este fuera de sí y totalmente ido no paraba de gritar "¡¡Siento
que me da la vida, Siento que me da la vida!!". Por otro lado, durante
toda aquella trágica jornada, Francisco González Siles y María Parra Cazorla,
que eran los padres del pequeño, habían iniciado ya su frenética búsqueda junto
con la mayoría de sus convecinos aunque sin ningún resultado, por lo que
deciden, ya de madrugada, acudir al cuartel de la Guardia Civil de Gádor para
dar parte definitivamente de su desaparición.
A
pesar de que los efectivos de la Guardia Civil iniciaron de inmediato la
búsqueda del niño, todos los esfuerzos parecían en vano... Pero algo iba a
suceder que daría un vuelco a todo el caso. Movido por su sed de venganza
contra Leona ya que este había decidido no pagarle las cincuenta pesetas que le
debía por su trabajo, diciéndole a Agustina que debía pagarle ella, algo a lo
que lógicamente la madre de el tonto se negó, Julio Hernández Rodríguez, se
presentó en el cuartel de la guardia civil a las cuatro de esa misma tarde
contando que se había encontrado mientras cazaba el cuerpo de un niño en el
barranco de "El Pilar". Explicó también que los restos del pequeño,
estaban cubiertos de piedras y maleza.
Inmediatamente, los efectivos de la benemérita
se encaminaron al lugar acompañados por algunos pastores que conocían bien
aquella zona y allí, terriblemente mutilado, encontraron el cadáver del niño
Bernardo González Parra. La indignación y la conmoción popular fueron
impresionantes. Muchas fueron las voces que desde el primer momento sospecharon
de Leona y su entorno debido a la mala fama que se había cosechado en todos sus
años como curandero y presunto brujo. Pero las diferentes coartadas que sus
contactos dentro del pueblo le facilitaron al principio complicaron su
acusación inicial. Sin embargo, en los diferentes interrogatorios a los que fue
sometido también Leona cometió un grave error que le delató.
Con la intención de dejar de ser el centro de
atención mediática, sugirió que Julio el tonto podría ser el asesino, la
Guardia Civil no dio veracidad a esa hipótesis, ya que tenían muy claro que
alguien que había cometido tan horrendo crimen, jamás descubriría el lugar
donde estaba su víctima (cosa que horas antes había indicado Julio el tonto)
esta sospecha, junto con el testimonio de otro vecino del lugar que aseguraba
haber reconocido a Leona como el asesino del pequeño, hicieron que finalmente
la ley cayera definitivamente sobre los verdaderos asesinos. Aunque Leona se
esforzó en sus testimonios aseverando que él era inocente, finalmente fue
conducido a la cárcel de Almería en compañía de Julio el tonto y del resto de
implicados a los que este había ido delatando en sus diferentes declaraciones.
Los
primeros en caer detenidos fueron la curandera Agustina Rodríguez y su marido
Pedro Hernández, Francisco Ortega (el enfermo) y su mujer Antonia López, y
también el otro hijo de Agustina José Hernández, así como su esposa Elena
Amate. El juicio fue seguido con gran interés no solo en España, sino también
en toda Europa, decenas de periódicos se hicieron eco de la noticia (todavía
hoy pueden verse en la hemeroteca nacional) y al fin, el día once de agosto de
1910 la sentencia fue hecha pública: Francisco Leona, Agustina Rodríguez, Julio
Hernández y Francisco Ortega, fueron condenados a morir en el garrote vil. José
Hernández, fue condenado a diecisiete años de prisión, Elena Amate y Pedro
Hernández quedaron libres sin cargos.
Francisco
Leona murió envenenado en la cárcel, (se dice que para evitar que confesará
otros crímenes cometidos por él o por otras personas, pues fueron varias las
desapariciones ocurridas por aquella zona durante largos años) a Julio el tonto
le conmutaron la pena debido a su presunta deficiencia mental. Los demás
encarcelados se beneficiarían posteriormente de los indultos concedidos por el
gobierno de la república.
Por último, hubo algo que también llamó poderosamente la atención de todos aquellos que pudieron ver a los diferentes acusados de tan terrible crimen cara a cara y es que, misteriosamente, Francisco Ortega (el tuberculoso) mejoró su salud de manera inexplicable, sanando por completo (o eso se comenta) de su terrible mal... Sea o no cierto este último dato, la historia de este macabro crimen dio lugar junto con muchos otros crímenes que se cometieron en aquella oscura España, a la leyenda del hombre del saco, un siniestro personaje que se lleva a los niños que no hacen caso de sus padres y se portan mal, o que no se quieren dormir. ¡Que tengáis una feliz noche!
(1) Francisco Leona Romero. (2) Julio Hernández Rodríguez. (3) José Hernández Rodríguez. (4) Pedro Hernández (padre de los dos últimos).
Las imágenes fueron tomadas de internet, desconozco su autoría. Los créditos a quien correspondan. Gracias.
Impresionante relato, me has vuelto a asustar con el hombre del saco.
ResponderEliminarImagínate tú cuando yo me entere de que el hombre del saco era paisano mío uffffff cuantas noches de insomnio me dieron ese grupo de psicópatas desarmados…
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