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martes, 31 de octubre de 2023

EL HOMBRE DEL SACO

Llegadas estas fechas de "Todos los Santos", "Difuntos" y "Halloween" y ya como costumbre, me gusta preparar un artículo que tenga que ver con el pasado aunque de una manera un poco más tétrica y oscura, para este post me dio pie una película que vi hace muy poquitos días, se trata de la película "El hombre del saco", película que está basada en hechos reales (como ya os contaré más adelante), aunque el tema lo tratan muy superficialmente bajo mi humilde punto de vista.

Creo que esa historia tiene mucho potencial para hacer una de esas películas que te dejan pegado a la butaca mordiéndote las uñas y pegando muchos sobresaltos, es decir una de esas películas que te acojonan de verdad y creo que esta historia que se adaptó para la pelicula fue una oportunidad desaprovechada donde se juntan muchos guiños y referencias cinéfilas de otros clásicos del séptimo arte y de la pequeña pantalla como son "It", "Los Goonies", "Stranger things" o incluso "Verano azul" mmmm solo faltaba que sus jóvenes protagonistas que también se movían en bicicleta silbaran la conocida melodía de aquella mítica serie jajajajaja.

Pues eso, poco más puedo decir de esta película, que no digo que sea mala, pero esperaba mucho más de ella, en especial por tratar ese mito aterrador muy nuestro y verídico, el del hombre del saco.

Y ahora sí, vamos a dejar la película apartada ya que poco más puedo decir de ella y vamos a nuestro post especial de estas fechas.

Hoy como cada año por estos días me salgo de la nostalgia establecida y habitual, para tocar otra nostalgia diferente, con un añadido más espeluznante, algo más acorde con estas fiestas de Día de Todos los Santos, de Difuntos o del mismísimo Halloween y este año no será menos así que allá vamos.

Muchos conocen y les habrán dicho mil veces cuando eran pequeños aquello de "si no te portas bien vendrá el hombre del saco para llevarte". Es una frase que durante décadas se les ha dicho a los niños para que obedezcan y no sean traviesos. Son palabras que muchas veces se dicen sin pensar y que probablemente nadie se las diría a sus hijos si conocieran la verídica historia que hay detrás.

Pocos saben que este hombre, si así se le puede llamar, existió de verdad y como andaluz que soy siempre me han interesado los misterios de mi tierra. Cuál fue mi sorpresa al descubrir que uno de los miedos infantiles más populares de nuestra cultura está basado en hechos reales y además sucedió a pocos km de donde yo nací, a tan solo 1h de mi pueblo.

 ADVIERTO que el relato es bastante fuerte. En un municipio de Almería, Gádor, tuvo lugar un acto tan atroz, que tan solo voy a describir lo esencial para comprender la magnitud de la barbarie. De todos modos, no es una historia apta para mentes sensibles ni, por supuesto, para menores. Esta es su historia, la historia de Francisco Leona, el hombre que será siempre recordado en nuestra memoria como "El hombre del saco".

Todo comenzó a principios del siglo pasado, concretamente en 1910, en la apacible y hermosa localidad Almeriense de Gádor. Francisco Ortega, alias el Moruno, un agricultor de cincuenta y cinco años enfermo de tuberculosis, obsesionado con la idea de la muerte y desesperado por su enfermedad, decide acudir recomendado por su esposa Antonia a los remedios de la curandera Agustina Rodríguez, popular en la zona por sus artes brujeriles y sanadoras. En principio todo se desarrollaba con normalidad, pero ninguna de las curas de Agustina parecía tener efecto en el Moruno. Fue entonces cuando Agustina, viendo que ninguna de sus pócimas o cataplasmas sanaban al Moruno decide acudir a Francisco Leona, que además de ejercer de barbero tenía también, según se decía, ciertas dotes sanadoras y era muy popular por ello en toda la zona.

Cuando Agustina le cuenta a Leona la situación de el Moruno, este decide de inmediato encontrar una cura para la enfermedad, eso sí, tenía que ser especial, algo por lo que el paciente estuviera dispuesto a desembolsar una increíble cantidad de dinero. Dispuesto a exponer su idea ante el enfermo, Francisco Leona se encamina a casa del Moruno y después de informarle de que su muerte sería inminente, de no seguir sus instrucciones, le plantea su macabra idea:

- Yo tengo el remedio, Moruno

- ¿Cuál es? -inquirió con ansiedad el enfermo.

- Es necesario que te bebas la sangre de un niño robusto y sano, pero la sangre tiene que estar caliente, según vaya brotando… Y luego tendrás que ponerte en el pecho sus mantecas, como cataplasma.

- ¿Pero para eso habrá que matarlo? - preguntó de nuevo el Moruno.

-Sí, claro... - fue la respuesta lacónica de Agustina.

-Entonces, no - gritó el enfermo -¡me castigaría Dios!

- Tú verás... -añadió Leona.

Francisco Ortega, el Moruno estuvo unos instantes pensativo, agitado por las dudas, mientras Agustina y el viejo Leona se miraban expectantes. Al fin, el enfermo, saltando de la silla, exclamó:

-¡La salud es antes que Dios, qué coño!

(El diálogo ha sido reconstruido a partir de las declaraciones sumariales.)

La cantidad fijada para cometer tan terrible acto fue inicialmente de 3000 pesetas, pero el Moruno no disponía de tanto dinero, por lo que el trabajo, se dejó entonces en solo 3000 reales, una cantidad muy inferior, bajo la promesa de el Moruno de que les pagaría el resto en cuanto hubiera recuperado la salud para poder trabajar y ahorrar dicha cantidad. Aun así, Francisco Leona y Agustina aceptaron el trato y le recomendaron al enfermo que no se moviera de su domicilio hasta que ellos dos le avisaran de que todo estaba ya dispuesto.

La primera dificultad que debían sortear los asesinos, era la de secuestrar a un niño sin ser descubiertos y cargar con él después hasta el Cortijo San Patricio, donde vivía Agustina que se encontraba alejado varios kilómetros del núcleo del pueblo y además en un lugar discreto y aislado. El problema es que tanto Agustina como Francisco Leona se veían incapaces de transportar a un niño a tanta distancia y en aquellas condiciones, así que ni cortos ni perezosos, decidieron involucrar en su plan a una tercera persona, ni más ni menos que al propio hijo de Agustina, un mozo joven, corpulento y realmente embrutecido, de nombre Julio Hernández Rodríguez, apodado el tonto y que aceptó de inmediato el encargo de cargar al pequeño hasta el cortijo y ayudar a Leona en el secuestro, a cambio de cincuenta pesetas, un dinero que necesitaba para adquirir una nueva escopeta de caza. Una vez concretado el plan, los tres, Francisco Leona, Julio el tonto y Agustina Rodríguez, decidieron ponerlo en práctica lo antes posible. Hubo más personas involucradas que actuaron como encubridoras de toda la trama entre las familias de todos ellos y que también, como veremos más adelante, recibieron su justa condena por tan detestable acto de cobardía.

Pero pasemos ahora a detallar como sucedió todo. Al atardecer del día 28 de junio de 1910. Francisco Leona y Julio el tonto encontraron finalmente su objetivo. Bernardo González Parra, un pobre niño de solo siete años de edad, robusto y lleno de vitalidad. Justo lo que aquellos dos desalmados andaban buscando. Así fue como aprovechando que el pequeño Bernardo se alejó unos instantes del grupo de niños en el que se encontraba, Leona se abalanzó sobre él tapándole la boca con un paño impregnado en cloroformo, lo que provocó que el niño quedara inconsciente prácticamente al instante. Una vez dormido lo introdujeron en un saco y Julio el tonto lo cargó en sus espaldas en dirección al Cortijo San Patricio.

No obstante, el camino era largo y tortuoso, por lo que con el pasar de las horas Bernardo recobró el sentido y no dejaba de gemir y moverse dentro del saco, algo que posteriormente el propio Julio Hernández declararía en sus confesiones. Cuando Leona y su cómplice llegaron al cortijo les esperaban allí Agustina, José Hernández, (hermano del tonto) y su mujer Elena Amate.

Fue José el que se encaminó de inmediato para avisar al Moruno de que todo estaba ya dispuesto. Mientras todos esperaban la llegada del enfermo, Bernardo, agonizaba ya en el interior del saco, pataleando y sollozando presa del terror. Agustina, como una cruel carcelera, golpeaba al niño incesantemente a través del saco para que este se callara. Mientras tanto, Leona afilaba impaciente el filo de su navaja y Elena Amate, como si nada estuviera pasando, preparaba la cena ajena a toda la escena.

La oscuridad de la noche se cernió sobre la macabra escena cuando Francisco Ortega el Moruno y José Hernández entraron finalmente por la puerta. Todos se pusieron, de inmediato, manos a la obra. Mientras Julio el tonto y Agustina juntaban dos mesas, sacaron al pequeño Bernardo del saco y lo sujetaron con fuerza. Para facilitar que Leona hiciera su trabajo, Agustina levantó el brazo del niño que angustiado no dejaba de pedir socorro y llamaba a su madre, entonces, de una manera rápida y certera (como si de una matanza de cerdos se tratara) Leona atravesó la axila de Bernardo con su navaja.

La sangre manaba con fuerza y caía sobre un vaso que Agustina había situado justo debajo del pequeño y al que iba añadiendo azúcar para dársela de beber al enfermo. El Moruno bebía con avidez el líquido vital del infortunado infante al tiempo que repetía una y otra vez "mi vida antes que Dios, mi vida antes que Dios". Mientras José daba vueltas alrededor de la casa para no presenciar lo que allí estaba ocurriendo, su mujer, Elena, preparaba tranquilamente la cena. Cuando Francisco Ortega había ya bebido varios vasos de sangre y Leona consideró que era suficiente, le indicó a este que regresara a su domicilio, al tiempo que tapaba con un vendaje la herida del pequeño para volverlo a introducir, ya totalmente inconsciente debido a la pérdida de sangre, dentro del saco. Protegidos ya por la oscuridad de la noche, se encaminaron de nuevo con el saco a hombros hasta el Barranco del Pilar.

Allí, estando el niño todavía con vida, Julio el tonto intentó machacar el cráneo de Bernardo con algunas piedras, pero como no lo conseguía, fue Leona finalmente el que terminó de esta sangrienta forma con la vida de aquel inocente niño. Hasta Julio el tonto se estremeció con aquella escena grotesca, más aún, cuando Leona sacó de nuevo su navaja y de una manera precisa cuál cirujano le extrajo del vientre al pequeño la grasa y el epiplón (las mantecas) para envolverlas rápidamente en su pañuelo. A continuación, ambos ocultaron el cadáver bajo unas piedras en aquel mismo lugar.

Más tarde se separarían, Julio regresó con su madre al cortijo y Leona caminaría hasta la casa de el Moruno para untar en su pecho las mantecas del pequeño y cobrar los tres mil reales pactados. Cuando Leona aplicó el macabro ungüento en el Moruno, este fuera de sí y totalmente ido no paraba de gritar "¡¡Siento que me da la vida, Siento que me da la vida!!". Por otro lado, durante toda aquella trágica jornada, Francisco González Siles y María Parra Cazorla, que eran los padres del pequeño, habían iniciado ya su frenética búsqueda junto con la mayoría de sus convecinos aunque sin ningún resultado, por lo que deciden, ya de madrugada, acudir al cuartel de la Guardia Civil de Gádor para dar parte definitivamente de su desaparición.

A pesar de que los efectivos de la Guardia Civil iniciaron de inmediato la búsqueda del niño, todos los esfuerzos parecían en vano... Pero algo iba a suceder que daría un vuelco a todo el caso. Movido por su sed de venganza contra Leona ya que este había decidido no pagarle las cincuenta pesetas que le debía por su trabajo, diciéndole a Agustina que debía pagarle ella, algo a lo que lógicamente la madre de el tonto se negó, Julio Hernández Rodríguez, se presentó en el cuartel de la guardia civil a las cuatro de esa misma tarde contando que se había encontrado mientras cazaba el cuerpo de un niño en el barranco de "El Pilar". Explicó también que los restos del pequeño, estaban cubiertos de piedras y maleza.

 Inmediatamente, los efectivos de la benemérita se encaminaron al lugar acompañados por algunos pastores que conocían bien aquella zona y allí, terriblemente mutilado, encontraron el cadáver del niño Bernardo González Parra. La indignación y la conmoción popular fueron impresionantes. Muchas fueron las voces que desde el primer momento sospecharon de Leona y su entorno debido a la mala fama que se había cosechado en todos sus años como curandero y presunto brujo. Pero las diferentes coartadas que sus contactos dentro del pueblo le facilitaron al principio complicaron su acusación inicial. Sin embargo, en los diferentes interrogatorios a los que fue sometido también Leona cometió un grave error que le delató.

 Con la intención de dejar de ser el centro de atención mediática, sugirió que Julio el tonto podría ser el asesino, la Guardia Civil no dio veracidad a esa hipótesis, ya que tenían muy claro que alguien que había cometido tan horrendo crimen, jamás descubriría el lugar donde estaba su víctima (cosa que horas antes había indicado Julio el tonto) esta sospecha, junto con el testimonio de otro vecino del lugar que aseguraba haber reconocido a Leona como el asesino del pequeño, hicieron que finalmente la ley cayera definitivamente sobre los verdaderos asesinos. Aunque Leona se esforzó en sus testimonios aseverando que él era inocente, finalmente fue conducido a la cárcel de Almería en compañía de Julio el tonto y del resto de implicados a los que este había ido delatando en sus diferentes declaraciones.

Los primeros en caer detenidos fueron la curandera Agustina Rodríguez y su marido Pedro Hernández, Francisco Ortega (el enfermo) y su mujer Antonia López, y también el otro hijo de Agustina José Hernández, así como su esposa Elena Amate. El juicio fue seguido con gran interés no solo en España, sino también en toda Europa, decenas de periódicos se hicieron eco de la noticia (todavía hoy pueden verse en la hemeroteca nacional) y al fin, el día once de agosto de 1910 la sentencia fue hecha pública: Francisco Leona, Agustina Rodríguez, Julio Hernández y Francisco Ortega, fueron condenados a morir en el garrote vil. José Hernández, fue condenado a diecisiete años de prisión, Elena Amate y Pedro Hernández quedaron libres sin cargos.

Francisco Leona murió envenenado en la cárcel, (se dice que para evitar que confesará otros crímenes cometidos por él o por otras personas, pues fueron varias las desapariciones ocurridas por aquella zona durante largos años) a Julio el tonto le conmutaron la pena debido a su presunta deficiencia mental. Los demás encarcelados se beneficiarían posteriormente de los indultos concedidos por el gobierno de la república.

Por último, hubo algo que también llamó poderosamente la atención de todos aquellos que pudieron ver a los diferentes acusados de tan terrible crimen cara a cara y es que, misteriosamente, Francisco Ortega (el tuberculoso) mejoró su salud de manera inexplicable, sanando por completo (o eso se comenta) de su terrible mal... Sea o no cierto este último dato, la historia de este macabro crimen dio lugar junto con muchos otros crímenes que se cometieron en aquella oscura España, a la leyenda del hombre del saco, un siniestro personaje que se lleva a los niños que no hacen caso de sus padres y se portan mal, o que no se quieren dormir. ¡Que tengáis una feliz noche!


(1) Francisco Leona Romero. (2) Julio Hernández Rodríguez. (3) José Hernández Rodríguez. (4) Pedro Hernández (padre de los dos últimos). 




Las imágenes fueron tomadas de internet, desconozco su autoría. Los créditos a quien correspondan. Gracias.

2 comentarios:

  1. Impresionante relato, me has vuelto a asustar con el hombre del saco.

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    1. Imagínate tú cuando yo me entere de que el hombre del saco era paisano mío uffffff cuantas noches de insomnio me dieron ese grupo de psicópatas desarmados…

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