jueves, 31 de octubre de 2024
LOS MISTERIOSOS JUGUETES DE "EL BAÚL DE HAL" (KIKO, MI MONO CON PLATILLOS)
Aquellos que lleváis tiempo siguiéndome en el blog o habéis sido seguidores de la antigua página de Facebook "Yo También lo Tuve!", recordaréis que cuando se acercan estas fechas tan especiales como la noche del 31 de octubre, Halloween; el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos; y el 2 de noviembre, Día de los Muertos o Día de los Difuntos, me gusta hacer algún post especial... mmmm digamos que un poco más tétrico y misterioso. Eso sí, estos posts siempre están relacionados, de forma directa o indirecta, con la temática de nuestra página: los recuerdos y la nostalgia de las décadas de los 60, 70, 80 y 90's. Este año no será la excepción, y espero que os guste este artículo.
Por cierto, permitidme que os
cuente que he decidido dividir este artículo en tres partes.
La primera es para agradecer a
mis queridos amigos Montse y David por un regalo que me hizo muchísima ilusión
y que está muy relacionado con este artículo, o con una parte de él que
considero muy importante y que os explicare.
La segunda parte tiene que ver
con la nostalgia que me invade al haber conseguido, después de muchos años, los
objetos que hoy os muestro y que me han inspirado a escribir este post.
Por último, la tercera parte es
una historia, basada en hechos reales mmmm o eso se rumorea sobre uno de los
objetos que os muestro, con un toque más misterioso, perfecto para estas
fechas. Esta historia le dará un sentido especial a este artículo dedicado a
las celebraciones que se aproximan. ¡Espero que las disfrutéis!
***********************************************
PRIMERA PARTE: Un
regalo de cumpleaños completamente inesperado
Recuerdo que era un domingo de
finales de marzo de este mismo año. Judith y yo habíamos quedado con Montse y
David (aunque a mi colega siempre le he llamado Deivid desde que nos conocimos
hace más de 40 años). Son amigos muy queridos de toda la vida, y la idea era
tomar un vermut y pasar la mañana paseando entre antigüedades en
"Mercantic", un encantador recinto ubicado en una antigua fábrica de
cerámica en Sant Cugat (Barcelona). Es un lugar ideal para disfrutar del mundo
de las antigüedades, el diseño, la decoración, el arte y la lectura.
Durante el trayecto, le
comentaba a Deivid lo que encontraríamos allí, mientras nuestras parejas
conversaban sobre ropa, moda y algún que otro cotilleo jejejeje. Le describía
lo mágico que era el lugar y mencioné que una de mis tiendas preferidas era un
taller de lámparas estilo Tiffany. Cada vez que pasaba por sus vitrinas, me
detenía a admirar esas lámparas tan preciosas que me traían un recuerdo
especial de mi infancia. Le conté que estaba trabajando en un artículo para
finales de octubre sobre un juguete que me había llegado de Japón, y que
también pensaba mencionar esas lámparas, ya que jugaban un papel importante en
la historia que quería contar.
Deivid, sonriendo, me dijo que
tenía tres o cuatro lámparas tipo Tiffany en su casa. ¡No lo podía creer! Me
explicó que formaban parte de una herencia de una tía suya que también era
amante de lo retro y vintage. Seguro que ella y yo habríamos tenido largas y
amenas charlas sobre coleccionismo y temas similares. Así quedó la
conversación, entre risas y buenos recuerdos.
Sin embargo, esa idea de las
lámparas no se me iba de la cabeza. Pasaron los meses, y con la preparación de
ese artículo tan especial, empecé a pensar en cómo sería recrear una escena que
me recordara a mi niñez. Me imaginaba las imágenes que quería compartir, y se
me ocurrió pedirle a Deivid una de sus lámparas para la sesión fotográfica.
Así que un día, con un poco de
vergüenza, le dije:
—Deivid, tengo que pedirte un
favor. Puede parecerte raro, pero ¿me prestarías una de tus lámparas Tiffany
para una sesión de fotos? Es para el artículo del que te hablé cuando fuimos al
Mercantic, ¿lo recuerdas?
Deivid, con una sonrisa pícara,
me contestó que claro que lo recordaba, a pesar de su “memoria de pez”
jejejeje. Le expliqué que me sentía algo incómodo por esa petición tan extraña
que le hice, pero su respuesta, acompañada de una carcajada socarrona, fue:
—Con tantos años que hace que
nos conocemos ya estoy acostumbrado, nada viniendo de ti me sorprende ya
—jajajaja.
Acordamos que un día pasaría por
su casa para elegir una de las lámparas.
Hace un par de semanas, Montse y
Deivid nos invitaron a comer a su casa. Mientras disfrutábamos de la deliciosa
comida que Montse había preparado, Deivid me señaló un rincón y me dijo:
—Ahí tienes las lámparas. Elige
la que más se parezca a la de tu recuerdo.
Cuando finalmente elegí una, me
dieron una increíble sorpresa:
—¡Pues ya te la puedes llevar,
es tuya! Dentro de una semana es tu cumpleaños, y este es tu regalo adelantado.
¡No podía creerlo! Al recordar
ese momento, todavía se me erizan los pelos de la emoción. La ilusión que me
hizo ese regalo fue indescriptible.
Este artículo refleja un momento
muy especial para mí, y no puedo dejar de dar las gracias a Montse y Deivid por
este detalle tan bonito que también atesoraré entre los recuerdos especiales,
esos recuerdos que guardo en un cajoncito de mi corazón. ¡Os queremos un
montón!
SEGUNDA PARTE:
Inquietante, pero mágico recuerdo de niñez.
Era un día especial, uno de esos
en los que no había colegio. Con apenas 5 o 6 años, me quedé con mi tía
Encarna, que trabajaba como portera en una finca situada en mi querido
"Paseo de San Juan" (un lugar donde pasé muuuchas horas de juego
junto a mis amigos de infancia en aquellos columpios, toboganes y demás
cacharritos). No llevaba mucho rato en la portería cuando, de repente, mi tía
se acercó a mí con una sonrisa cómplice y me dijo:
—Acaban de dejarme un paquete
para el pintor del ático. ¿Quieres venir conmigo a entregarlo?
Sin pensarlo dos veces, me
animé. Así que juntos subimos hasta el último piso, donde vivía el pintor. Al
llegar, mi tía picó a la puerta, y al poco rato, nos abrió un hombre mayor, con
el pelo cano y un bigote tan grande que parecía sacado de una publicidad del
tío del Linimento de Sloan jejejeje. Me miró con curiosidad y sonrió.
—¡Señora Encarna! —dijo,
inclinándose en una leve reverencia—. ¡Muchas gracias por subir este paquete! Y
este pequeño caballero, ¿quién es?
Extendió su mano con elegancia,
esperando que yo le diera la mía. Mi tía, orgullosa, respondió mientras me
presentaba:
—Es mi sobrino, el hijo pequeño
de mi hermano Rafael.
En ese momento, una señora
mayor, igual de cariñosa que su esposo, apareció en la puerta. Me saludó con
una sonrisa cálida y, antes de que pudiera decir algo, me acarició la mejilla.
—¿Te gustaría un caramelo? —me
preguntó con dulzura.
Miré a mi tía buscando
aprobación, y ella asintió con la cabeza. Tímidamente, le respondí que sí.
Entre risas, me invitó a pasar al apartamento, y aunque al principio me sentí
algo cohibido, no pude resistirme y entré. Para mi sorpresa, la señora no me
dio solo un caramelo, ¡sino que llenó mis bolsillos con ellos!
Lo primero que vi al entrar fue
un caballete con una hermosa pintura del vecino templo de la Sagrada Familia.
Aquel señor no era un pintor de brocha gorda, como yo había pensado, ¡era un
verdadero artista, un pintor paisajista, con mucho arte! Pero lo que más llamó
mi atención no fue la pintura, sino la luz tenue que iluminaba el salón de
aquellos abuelos. Provenía de una preciosa lámpara con cristales de colores
que, con el tiempo, ya siendo adulto, supe que era una de esas famosas lámparas
de Tiffany. Y justo debajo de esa lámpara, había algo que me fascinó y me
inquietó al mismo tiempo: un juguete decorativo, un mono con platillos.
Sus ojos parecían seguirme a
donde quiera que fuera, y no podía dejar de mirarlo. La señora, al notar mi
fascinación, me sonrió y me preguntó:
—¿Quieres ver cómo toca los
platillos?
Antes de que pudiera responder,
tocó un botón y el mono comenzó a hacer sonar los platillos con un estridente
"cling, cling, cling, cling, cling". Me reí, divertido. Pero lo que
no esperaba era lo que vino después. De repente, la señora apretó otro botón,
uno oculto en la coronilla del mono. En un instante, el juguete dejó de tocar
los platillos y comenzó a emitir unos chillidos estridentes mientras sus ojos
salían y entraban de sus órbitas y al mismo tiempo levantaba los labios para
enseñarme los dientes.
¡Qué susto me dio! Sentí que el
corazón me daba un vuelco, pero al mismo tiempo, no podía apartar la mirada. El
condenado juguete me había asustado, pero también me había encantado. Cuando el
mono se detuvo, todos nos reímos, y hasta yo me uní, aún un poco tembloroso,
pero fascinado por ese extraño juguete.
Al despedirnos, me di cuenta de
que, a pesar del susto, aquel rato en casa del pintor del ático y su esposa
sería una de esas historias que jamás olvidaría. Y es que no todos los días uno
tiene la suerte de conocer a un pintor paisajista, una lámpara de luz tenue con
cristales hipnóticos de colores y, claro, a un mono de platillos que parece
cobrar vida para darte un inesperado susto jejejeje.
TERCERA PARTE: Una
historia para leer bajo la luz tenue de una lámpara en noche de CastaWeen.
El simpático y a la vez
escalofriante monito de los platillos, conocido como "Jolly Chimp",
es uno de esos juguetes que, aunque diseñados para entretener, han generado más
terror que risas. Creado y fabricado entre los años 50's a los 70's por la
compañía japonesa Daishin CK, este juguete tenía una mecánica simple: el mono
chilla, y sus ojos salen de las orbitas, mientras golpea sus platillos cuando
se activa, mostrando una sonrisa extraña con los dientes al descubierto.
Vestido con pantalones a rayas rojas y blancas y un chaleco amarillo, aunque
esto podía variar según fabricante tanto en vestimenta como en instrumentos,
que bien podían ser un tambor o un acordeón, aunque el primero de su serie fue
con platillos y la ropa que menciono. Su apariencia debería haber sido
encantadora, pero terminó siendo perturbadora para muchos.
Originalmente, el juguete estaba
pensado para divertir a los niños. Sin embargo, pronto se convirtió en un
objeto de pesadilla. Los niños que recibían a este inquietante mono solían
experimentar miedo e incluso terror nocturno. A lo largo del tiempo, este
juguete fue adquiriendo fama no solo como un accesorio infantil, sino como una
herramienta de entretenimiento en hospitales para niños con enfermedades
terminales y, en algunos casos, en manicomios. Y fue ahí donde comenzaron a
circular las leyendas más oscuras.
La leyenda del monito Jolly
Chimp asegura que, en más de una ocasión, se le vio activarse solo en plena
noche. Enfermeras en hospitales donde se encontraban estos juguetes contaron
relatos espeluznantes: en medio de la madrugada, el simpático mono comenzaba a
tocar sus platillos sin que nadie lo encendiera. Lo más inquietante es que
muchas veces, después de estos eventos, se encontraba sin vida a uno de los
niños presentes en la habitación.
Algunos creen que estas
historias son exageraciones, pero otros, especialmente quienes trabajaban en
hospitales en los años 60's y 70's, aseguran que hay algo oscuro detrás de este
aparentemente inofensivo juguete. Con el paso del tiempo, el miedo se fue
acumulando, y muchos padres decidieron deshacerse de los monitos. A día de hoy,
estos juguetes son extremadamente escasos, y los pocos que quedan de aquellos
años, como el famoso "Jolly Chill", pueden venderse a precios
exorbitantes.
Una de las historias más
escalofriantes asociadas al Jolly Chimp es la de Christopher, un niño de 11
años que vivía en Manhattan en 1967. Según los relatos, Christopher recibió el
mono como regalo de su padre que se lo había comprado a un extraño vendedor
ambulante. Hasta ese momento, era un niño alegre y lleno de vida, pero todo
cambió la noche del 28 de octubre de ese mismo año.
Esa noche, tras regresar de una
cena familiar, Christopher no podía dormir, algo poco común en él. Decidió
prender la luz y jugar con el monito, pero al tomarlo en sus manos, notó algo
extraño: el juguete estaba caliente. Sin embargo, no le dio mayor importancia,
apagó la luz y regresó a su cama. Poco después, el mono se activó solo en la
oscuridad, golpeando sus platillos de forma insistente. Cuando el niño intentó
apagarlo, sintió que una mano invisible lo detenía. Asustado, salió corriendo a
contarles a sus padres, quienes encontraron el mono en la cama de Christopher,
a pesar de que él lo había dejado en un estante.
Desde esa noche, el
comportamiento del niño cambió. Empezó a mencionar la palabra
"Azazel" en sueños, un nombre vinculado a un ángel caído, según
algunas creencias. Preocupados, los padres llevaron a Christopher con los
famosos investigadores paranormales, Ed y Lorraine Warren. Los Warren
concluyeron que el juguete estaba maldito y que tenía como objetivo poseer
almas inocentes. Después de realizar un ritual de exorcismo y sanación,
Christopher se recuperó lentamente.
Con el tiempo, el monito de los
platillos no solo se convirtió en una leyenda, sino en un icono del cine.
Aparece en Toy Story 3, donde es representado como un vigilante obsesivo que
hace sonar sus platillos cada vez que detecta algo sospechoso. También aparece
en películas de terror, como el conjuro, donde refuerza la atmósfera
espeluznante, o El fantasma de la ópera y El regalo del diablo, donde su
inquietante presencia aumenta la tensión, o también en el clásico Encuentros en
la tercera fase, entre otras muchas películas.
El Jolly Chimp incluso ha hecho
cameos en series como Los Simpson, donde su figura siniestra es utilizada para
representar situaciones absurdas o terroríficas. Su presencia constante en la
cultura popular demuestra cómo este pequeño juguete ha trascendido
generaciones, alimentando tanto el humor como el miedo.
A día de hoy, la escasa
existencia de los monitos de los platillos y las historias que los rodean han
hecho que muchos se pregunten si es buena idea tener uno en casa. Aunque
algunos como yo lo vemos como una pieza de coleccionista a pesar de que mi mono al que por cierto bautice con el nombre de Kiko (hijo de King Kong, jejejeje) es una reedición mas actual, otros no pueden evitar sentir un escalofrío al
recordar las historias que lo rodean. Así que la próxima vez que te encuentres
con uno de estos pequeños chimpancés en una tienda o película, pregúntate: ¿te
atreverías a tener uno en casa? Porque nunca se sabe cuándo podría comenzar a
tocar sus platillos... solo. ¡FELIZ CASTAWEEN!
Eeeeeep!!! Se me acaba de colar
un espontaneo, y encima exige que quiere salir en el vídeo y en las fotos del
post mmmm pues nada, nada aquí os dejo otro de mis juguetes misteriosos, este
para mi es el más especial, mi preferido el Sr. Sebastián Sebas para los
amigos, ¿No lo conoces? pues aquí te dejo un par de enlaces por si quieres
conocerlo.
La historia de Sebastián, Sebas para los amigos: https://yotambienlotuve.blogspot.com/2020/10/con-parlanchin-risa-sin-fin-o-puede-que.html
Video de Sebas felicitando CastaWeen: https://yotambienlotuve.blogspot.com/2020/10/feliz-castaween.html
sábado, 26 de octubre de 2024
NO JUEGUES AL TWISTER CON EL DIABLO
Llegan fechas señaladas, como Halloween, y con ellas, memes terroríficamente divertidos. En nuestro blog no vamos a ser menos, así que vamos a empezar con una nota de nostalgia con humor, acorde a la ocasión. La semana que viene, seguro que haré un especial terroríficamente divertido, no te lo pierdas, jejejeje. ¡Vamos allá!.
¡Atención, atención! Recuerda que el mal siempre intenta jugar con ventaja... ¡Es un auténtico marrullero! Siempre va con trampas bajo la manga, con cara de bueno y risitas maléficas incluidas. No te fíes ni un pelo de él, ¡hasta en Halloween intentara jugártela!
¡Mantén los ojos bien abiertos y el humor a tope! jejejejeje.
sábado, 19 de octubre de 2024
JABÓN LAGARTO: LIMPIEZA CON OLOR A RECUERDOS
Ah, el famoso Jabón Lagarto, ese icónico bloque marrón que, para muchos de nosotros, fue un símbolo de la infancia, junto al olor del caldo casero con hueso de jamón y el sonido de las radionovelas en casa de la abuela. Este post va dirigido a aquellos que, como tú o yo, de pequeños pensábamos que el jabón se hacía con las escamas y la piel de algún pobre lagarto, tal vez el mismísimo "Lagarto Juancho". La historia del Jabón Lagarto es un viaje lleno de nostalgia y momentos entrañables.
El Jabón Lagarto tiene sus raíces en la España de principios del siglo XX, aunque la historia de la fábrica que lo originó va más allá. Fue fabricado por "Lizariturry y Rezola", una de las industrias más antiguas de San Sebastián, que comenzó su actividad en 1864. Así que podríamos decir que, en este año 2024, la fábrica hubiera cumplido nada más y nada menos que 160 años.
Esta empresa no solo se dedicaba a la fabricación de jabones, sino también de bujías, velas, glicerinas y parafinas. Aunque Lizariturry y Rezola cerró en la década de los 90's, el Jabón Lagarto, que vio la luz por primera vez en 1914, sigue siendo uno de sus productos más emblemáticos. Hoy en día continúa su fabricación de la mano de la empresa "Euroquímica", lo que significa que este año el mítico jabón también está de aniversario, mmmm un momento que pillo la calculadora jejejeje, y celebra 110 años de existencia. ¡Nada mal! Como los reptiles, que pueden vivir tanto tiempo que parecen sacados de la prehistoria, tal vez el Jabón Lagarto heredó esa longevidad de algún antepasado dinosaurio.
En una época en la que el analfabetismo era elevado, muchas personas no sabían leer ni escribir, por lo que las marcas comerciales recurrían a imágenes o símbolos fácilmente reconocibles. Un símbolo como el de un animal en el empaque era clave para atraer a los consumidores. Por ejemplo, una fábrica de cigarrillos podía usar un bisonte o un dromedario en su paquete, o una marca de papel higiénico, un elefante, simbolizando fuerza y limpieza. En el caso del Jabón Lagarto, su nombre y el dibujo del reptil lo hacían fácilmente reconocible para todos, incluso sin saber leer. No es difícil imaginar cómo, para más de un niño, el lagarto esculpido en cada pastilla de jabón desataría la imaginación, haciéndonos pensar que, en verdad, había un reptil involucrado en su fabricación. Ufffff si los visitantes de V se enterasen de esto... Estaríamos arreglados, la mala malísima Diana nos haría la vida imposible, jajajajaja.
Recuerdo perfectamente el olor penetrante del Jabón Lagarto, ese aroma inconfundible que invadía la casa de mi abuela cada vez que lavaba la ropa. Todavía hoy, cuando lo percibo, me transporta al pasado. El Jabón Lagarto era una herramienta infalible para las amas de casa, incluyendo a mi abuela, que se reunían en el lavadero del pueblo para lavar la ropa a mano, antes de que las lavadoras ocuparan un lugar privilegiado en los hogares.
Ah, el lavadero… casi un lugar sagrado en algunos pueblos, en mi caso en Cantoria, Almería. Era un sitio lleno de vida, un lugar que recuerdo con mucho cariño, donde las mujeres del pueblo se reunían mientras sus maridos trabajaban fuera. Allí, entre charlas y risas, mi abuela y sus vecinas frotaban sin descanso la ropa contra las piedras o las tablas de lavar, creando una sinfonía cotidiana con la ayuda del infalible Jabón Lagarto.
Los niños que acompañábamos a nuestras madres, abuelas o hermanas mayores solíamos meternos en el agua, chapoteando en la acequia mientras ellas luchaban contra las manchas difíciles. Pero ese espacio era más que un lugar para lavar; era un rincón lleno de vida donde se compartían chismorreos, historias, recetas, consejos y sobretodo secretos a voces, mientras las pastillas de jabón se iban desgastando.
Aunque su uso principal era para lavar la ropa, el Jabón Lagarto servia para todo. Si alguna vez te metías en un charco de barro, bien podías terminar frotado de pies a cabeza con aquel jabón. ¡Incluso para la higiene personal servía! Y no lo digo solo yo; hay casos en los que más de un dermatólogo llegó a recomendarlo para el cuidado personal, e incluso era mano de santo para el cabello graso. Más de uno pensará que me estoy inventando esto, pero nada más lejos de la realidad. Investigad en la red y encontraréis muchos testimonios que lo confirman.
Era un remedio infalible contra la suciedad, y las madres y abuelas lo sabían bien. El Jabón Lagarto era un todoterreno que resolvía cualquier situación, desde manchas imposibles en la ropa hasta las más rebeldes en nosotros, los chiquillos. Aunque estaba pensado principalmente para la limpieza de la ropa, en muchas casas se usaba también como un jabón multiusos.
Recuerdo que si me ensuciaba jugando en la calle o en el campo, no era raro que mi abuela me frotara con él para quitarme la roña, (como ya os mencioné anteriormente), incluso detrás de las orejas, esa zona que siempre parecía ser un imán para la suciedad. Claro que escocía un poco si te entraba en los ojos, pero no había mancha que se le resistiera, ya lo cantaba Caponata y Perezgil: ♫♪♫♫♪… Cuando te manches las manos en el barro y te tapen los chorretes la visión, si no quieres que te digan, ¡ANDA GUARRO! Abre el grifo, dale al agua y al jabón... ♪♫♪♫♪. Ellos en la canción no nombraban marcas, pero yo estoy seguro de que se referían al Jabón Lagarto, jajajaja.
Quizás lo más nostálgico era el grabado del lagarto en cada pastilla, un emblema icónico que parecía tener vida propia. Y mientras ese grabado se iba desgastando con cada uso, el jabón seguía allí, firme, dispuesto a batallar contra la suciedad. Mi abuela solía guardar los pequeños pedacitos que quedaban y los derretía para formar una nueva pastilla de jabón, un truco que muchas amas de casa aprendieron para alargar la vida útil del querido Lagarto.
Para mí, ese lagarto simbolizaba algo misterioso, aunque en realidad era solo el logotipo de la marca. Su fórmula, basada en grasa y sosa cáustica, era simple pero tremendamente efectiva. De niño, estaba convencido de que el pobre Lagarto Juancho debía haber sido víctima de algún proceso industrial que no comprendía.
Hoy en día, el Jabón Lagarto ha resistido la prueba del tiempo. Aunque ya no lo veamos en todos los hogares, sigue siendo el preferido de quienes buscan un jabón natural, sin aditivos, y con esa capacidad mágica para quitar manchas. Hay algo reconfortante en ese olor que te transporta directamente a la infancia, al lavadero del pueblo, al calor de la cocina de la abuela, donde todo era simple y auténtico.
Lo curioso es que, ahora, muchos de nosotros buscamos precisamente eso: lo artesanal, lo puro, lo de siempre. A veces, la modernidad no puede competir con el poder de un recuerdo. Así que este es como otros de esos pocos productos que perduran, cada vez que veo una pastilla de Jabón Lagarto en alguna tienda, no puedo evitar sonreír. Es un pedazo de historia, un fragmento de nuestra infancia y de la vida de nuestras abuelas o madres, que sigue aquí, firme, como un viejo amigo que nunca se fue.
Y quién sabe, tal vez aún quede algún chiquillo que sigue pensando que hay un pobre Lagarto Juancho involucrado en su fabricación. Pero eso, querido amigo, es parte del encanto y del misterio del Jabón Lagarto.
Para finalizar, me gustaría mostraros las pastillas de Jabón Lagarto que guardo en "EL BAÚL DE HAL", junto a unas publicidades de archivo, así como un par de láminas enmarcadas que son una pasada. Una de ellas conmemora los 100 años de la empresa "Lizariturry y Rezola" (1864 - 1964), y la otra es una copia del famoso cartel publicitario de Jabón Lagarto, pintado por Pedro Antequera Azpiri en 1924.
Este cartel es una auténtica obra maestra del diseño gráfico, que aún hoy se estudia en escuelas de diseño y se menciona en tesis doctorales sobre mercadotecnia. Alrededor de él se llevó a cabo una campaña publicitaria integral, que vinculaba el dibujo del lagarto tanto en los anuncios como en la propia pastilla de jabón. Fue uno de los primeros ejemplos en España de un concepto publicitario coherente y unificado, lo que lo convierte en un hito en la historia de la publicidad española.
Pues nada, solo me queda deciros que, cuando os duchéis, no olvidéis lavaros detrás de las orejas. Y como decía una buena amiga mía: "mmmm... ¡Entre los dedos de los pies!" jajajaja.
sábado, 12 de octubre de 2024
EL CHICLE COSMOS NEGRO: UN VIAJE RETROESPACIAL
Hablar del chicle Cosmos Negro, y en especial de su segunda versión (la que sacamos hoy del "Baúl de HAL"), es como embarcarse en una nave espacial retro, directa a las décadas pasadas. Una época en la que las golosinas no solo te llenaban de azúcar hasta las cejas, sino también de imaginación y, en este caso, ¡de negro! Este mítico chicle, fabricado por Chicles Americanos S.A. en Pinto, Madrid, dejó una marca indeleble en la infancia de muchos, no solo por su peculiar sabor, sino también por su estética espacial. No era solo un chicle, era un fenómeno. Pero, ¿qué lo hacía tan especial?
Primero, hablemos de su sabor. El Cosmos Negro no era un chicle para todos los públicos, ni mucho menos. Con su intenso gusto a regaliz, parecía más un reto para el paladar que una simple golosina. No era el típico chicle de fresa o menta que te daban tus abuelos para mantenerte callado. No, no. Este era de los que te obligaban a tener carácter. El verdadero ritual comenzaba cuando sacabas esa goma de mascar negra como el carbón, con la solemnidad de un Guerrero Jedi, y la mostrabas a tus amigos como si fueras el más valiente del grupo.
Y si alguna vez lo probaste, seguro que recuerdas lo rápido que te dejaba la lengua negra como si hubieras estado mascando una bota de Darth Vader. ¡Ah, qué tiempos! Tener la lengua negra era un distintivo de valientes, casi un pase VIP al club de los que no le temían a nada, mientras los demás se contentaban con sus opciones más seguras y… menos oscuras. Eso sí, ¡su textura! Te hacía dudar si estabas masticando chicle o intentando roer un trozo de neumático. Pero todo valía por el desafío.
El Cosmos Negro no solo sorprendía por su sabor atrevido, sino por su temática espacial, que lo hacía aún más irresistible. En pleno auge de la carrera espacial, cuando todo lo que viniera del espacio era automáticamente más cool, este chicle era el rey del kiosco. Su envoltorio, ¡madre mía! Era un espectáculo: negro como la noche, con un fondo estrellado que parecía sacado de un catálogo de viajes intergalácticos.
Y ahí estaba él, un astronauta (¡qué diría yo que era de raza negra y con un peinado con raya muy afro, todo un look que haría sonreír al mismísimo Lando Calrissian!), flotando en el negro del espacio, junto a una nave que bien podía haber sido la prima cercana de la Águila de la serie "Espacio: 1999". Abrir ese envoltorio era como recibir un billete de primera clase en una aventura espacial.
Pero como todo lo bueno, el Cosmos Negro tuvo un final misterioso. Un día, sin previo aviso, desapareció de los kioscos, dejando a todos con la lengua negra y el corazón partio. Nadie sabe con certeza por qué se dejó de fabricar; es uno de esos grandes misterios de la galaxia, al nivel de los agujeros negros o los calcetines que desaparecen en la lavadora. Quizás los gustos cambiaron, o tal vez la humanidad no estaba preparada para un chicle tan audaz. Quién sabe.
Hoy, si tienes suerte, ya que estos chicles están muy buscados, podrías encontrar alguna de estas reliquias en subastas de antigüedades online o en colecciones privadas. Pero ojo, masticar un chicle de más de 40 años suena como una broma de mal gusto. Yo, personalmente, paso. Aunque no niego que me gusta tenerlos en mi colección y que cada vez que agarro y miro uno de esos antiguos chicles de mi colección, cierro el puño y siento que la fuerza me acompaña y está conmigo, jejejeje.
En un mundo donde los chicles de hoy en día parecen competir más por limpiar los dientes que por endulzar la vida, es difícil imaginar que algo tan auténtico como el Cosmos Negro vuelva a los kioscos. Lo que queda es su leyenda, con esos sabores únicos de regaliz. También existieron en versiones de fresa o menta, con sus envoltorios espaciales, acompañados de cromos coleccionables de naves y cohetes que nos hacían soñar con conquistar el universo.
Estos cromos venían con los primeros chicles Cosmos, y, por cierto, ellos también merecen un post. Hablar de ellos y mostrároslos vale mucho la pena, ya que tenían diferencias con los de la segunda generación que os estoy mostrando ahora. Una de esas diferencias era el envoltorio, que tenía un diseño diferente, y, claro, los cromos, que los de la segunda generación no incluían. mmmm... pero eso lo dejamos para otro día... ¡Prometido!
Y así llegamos al final de esta pequeña odisea cósmica. Un simple chicle, una lengua negra y una sonrisa inolvidable. Este homenaje al Cosmos Negro de segunda generación nos recuerda que, a veces, las cosas más simples pueden dejar una huella eterna. Aunque, eso sí, ¡esperemos que no sea en los dientes! jajajajaja.
sábado, 5 de octubre de 2024
¿TE ACUERDAS DEL MIEDO QUE DABA IR AL COLEGIO DESPUÉS DE HABERTE CORTADO EL PELO?
"EL QUE SE PELA SE ESTRENA" era como el rito de iniciación no oficial, pero ineludible, de todo colegio. Tú ibas todo feliz, estrenando corte de pelo, sintiéndote el más guapo del mundo, casi listo para protagonizar una campaña de champú... y lo primero que recibías al llegar eran collejas y capones a mansalva. O pescozones, que da igual el nombre, el resultado era el mismo: ¡PLAF! Adiós peinado y, de paso, un poco de dignidad. Te quedabas con cara de "TE JURO QUE TE MATO...", pero claro, era la tradición, y ¿quién eras tú para romperla?
Era como si
tus compañeros tuvieran un radar que detectaba el más leve aroma a peluquería
desde el horizonte. No importaba si te habías hecho el corte más moderno,
estilo "me lo vi en el Súper Pop o en el Bravo", o si te habías
quedado casi al ras cual soldado. La colleja venía sí o sí, puntual como las
tareas que nunca entregabas. Siempre había un ninja experto en capones, el Jean
Claude Van Damme de los capones en la nuca, que antes de que pisaras bien el
patio ya te había dejado su firma personal: ¡ZAS! Un golpe que te hacía ver
estrellas y dudar de tu existencia durante unos segundos.
Y luego
venía la "revisión oficial" de tus colegas, como si fueran críticos
de peluquería: "¡A ver, date la vuelta! mmmm... te han dejado un trasquilón
aquí atrás, ¿eh?". Con la seriedad de un cirujano y la malicia de un
demonio, por supuesto.
Pero la cosa
no quedaba ahí. Sabías que tarde o temprano llegaría su turno. Ah, el dulce
momento de la venganza. El día en que, con una sonrisa de pura maldad, te
acercabas por detrás y... ¡PLAF! Colleja a traición. Era como si estuvieras
restaurando el equilibrio del universo. Lo mejor era esa mezcla de risas
nerviosas y gritos de dolor reprimido. Porque claro, el capón dolía, pero nos
partíamos de risa. Bueno, unos más que otros. Especialmente los que repartían
las collejas, más que los que las recibían, esos siempre reían más fuerte.
Y ahí
estábamos, mientras las chicas nos miraban desde la distancia, con esa mezcla
de vergüenza ajena y lástima, llamándonos brutos, cavernícolas, y de paso,
pensando: "¿Cómo es posible que estos trogloditas vayan a ser nuestros
compañeros de clase por lo menos hasta 8 de EGB?". Pero bueno, que nadie
se engañe: al final, a todos nos hacía gracia. Porque si no te reías, ¿qué te
quedaba? Bueno, sí, otro capón.
Hoy en día,
esta tradición sería vista como una especie de acoso, bullying o vaya a saber
qué otra etiqueta, con hashtags como #StopCapones o #CollejasNoSonHumor
inundando las redes. Imagínate, vendría hasta una comisión de derechos
infantiles para analizar la situación. ¡Collejas con su respectivo informe
psicológico incluido! Y claro, no digo que fuera la mejor costumbre, pero oye,
te hacía espabilar.
Eso sí,
tengo la sensación de que ahora en los colegios ya no se ven tanto estas cosas,
¿no? A no ser que hablemos de una "collejita educativa", de esas que
no matan neuronas... o bueno, solo te dejan sin un par de ideas, ¡nada grave!
jejejeje