Mariuca era una niña huerfanita
que doña Paca un día
recogió.
-Pero como soy pobre-
le advirtió-.
Trabajarás si quieres
que te admita.
Puedes ganar el pan
que has de comer
si castañas aprendes a
vender.
Con el fogón, paraguas
y la silla,
bajo un árbol y a un
lado de la acera,
Mariuca se instaló de
castañera.
Pronto un chico acudió
y una chiquilla;
luego otros niños más
que, muy baratos,
le compraron castañas
y boniatos.
Más tarde se acercó un
rapazuelo
con cara de tener
mucho apetito;
miraba las castañas
con anhelo
y aspiraba su olor tan
exquisito.
Mariuca al verlo,
sintió compasión
Y de castañas le dio
un buen montón.
Las castañas mostró a
sus compañeros
¿Y de dónde, chaval,
las has sacado?
La niña del fogón me
las ha dado.
Y dijeron los niños
pordioseros:
-A todos nos dará
alguna castaña
si sabemos pedírselas
con maña.
Y allí fueron pidiendo
los carpantas
(porque tenían hambre
de verdad).
-¡Dame una castaña,
por caridad!
Y ella a cada
chiquillo dio unas cuantas.
Otros, de tal bondad
fueron testigos
y pronto hubo una cola
de mendigos.
¿Poco has ganado y la
cesta vacía?
Di un poco a cada
pobre que pedía.
¿Los pobres?¡El
negocio es lo primero
y las castañas para
ganar dinero;
no para dar a la
chiquillería!
¡Si mañana, otra vez
esto te pasa,
no hace falta que
vuelvas por mi casa!
Mariuca se pasó toda
la noche
pensando, si sería o
no verdad,
que no podría hacerse
caridad
para ganar dinero sin
derroche.
Y pensó:- Por si tiene
ella razón,
no dejaré ablandar mi
corazón.
Tan pronto como
Mariuca llegó al puesto,
los pobres empezaron a
pedir.
Cerró los ojos, no los
quiso oir;
pero ellos insistían
con el gesto.
-¡Por Dios, tenemos hambre
y mucho frío!
-¡A mí, que desde ayer
nada he comío!
Mariuca ya no pudo
aguantar más
y a los niños que
estaban implorando,
castañas y boniatos
les fue dando.
También acabó dando a
los demás,
y a todo el mundo
repartió
hasta que el género se
terminó.
-¿Por qué será mi
corazón tan blando?
¿Por qué me habré
dejado convencer?
¡Ahora a casa no podré
volver!-
Bajo el paraguas se
quedó llorando.
Se hizo de noche,
nevaba sin cesar
y se durmió, cansada
de llorar.
Los ángeles sintieron compasión.
¡Pobre Mariuca!. Del
cielo bajaron
y de nuevos frutos
rellenaron
el cesto y encendieron
el fogón.
A su calor durmió más
confortada…
¡Si ella supiera cómo
fue ayudada!
El rico olor de la
castaña asada
despertó a Mariuca al
amanecer;
vio en el fogón enorme
castañada.
-¿Quién ha podido el
fogón encender?
¿Quién de boniatos
dejó el cesto lleno?
Alguien –pensó- muy
poderoso y bueno.
Pronto aquel género
empezó a vender.
Entonces vio que,
aunque de allí sacaba,
igual de lleno el fogón
quedaba;
el género volvía a
aparecer.
¡Gracias Señor; así
tendré bastante,
para el negocio y para
el mendicante!
Doña Paca ya se había
arrepentido
de su amenaza al ver
que no volvió.
Fue a buscarla pues,
de noche, temió
que algo malo le
hubiese sucedido.
Y exclamó viendo
pobres en la cola:
-¡Por buena, no podré
dejarla sola!
Pero Mariuca le
explicó al momento:
-¡Gano dinero y aunque
dé propina,
La mercancía nunca se
termina!
-¡Qué es un milagro
niña, yo presiento!
Por tu bondad has sido
premiada,
Comprendo que yo estaba equivocada.
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