Hay artistas que componen canciones, y hay otros que diseñan universos sonoros. Alan Parsons pertenece sin duda al segundo grupo. Su música es una arquitectura de precisión electrónica, edificada sobre las columnas firmes del rock progresivo y envuelta en delicadas brumas psicodélicas. Cada tema es un experimento emocional, una sinfonía de circuitos, voces celestes y sintetizadores que respiran como si tuvieran alma.
Hace apenas una semana, Alan Parsons volvió a Barcelona con su banda, dentro del Alma Festival Occident. El concierto fue en el Poble Espanyol, la noche del sábado 28 de junio. A las diez en punto arrancó el viaje sonoro. Allí estaban clásicos eternos como Eye in the Sky, Don't Answer Me o esa poderosa obertura instrumental llamada Sirius, y con ellos, el sello inconfundible de una producción cuidada al milímetro. Quienes lo vieron en directo saben que no se trata solo de canciones, sino de paisajes sonoros donde uno se puede quedar a soñar.
Horas antes del show, Alan visitó por segunda vez la Sagrada Família. La primera vez fue en febrero de 1987, cuando vino a presentar junto a Eric Woolfson el álbum Gaudí, un homenaje sonoro al arquitecto que les fascinó por su aura de genio visionario y por el conocimiento de su obra. Solo después del lanzamiento del disco fue cuando ambos decidieron conocer el templo en persona. Años después, Parsons diría que fue "una experiencia emocionalmente poderosa", más intensa incluso de lo que había imaginado.
Saber que estos días estuvo paseando entre las torres de la Sagrada Família fue emocionante, quién sabe, a lo mejor nos deleita con un segundo disco dedicado a Gaudí jejejeje. No solo por lo que representa Gaudí en su música, sino porque para mí, y para muchos que crecimos en esta ciudad, ese templo forma parte de nuestra memoria. Recuerdo haber jugado muchas horas de mi infancia en el parque que hay justo en frente, bajo la sombra de sus torres inacabadas, mientras mi hermano mayor ponía por primera vez un vinilo de esta banda, en el viejo tocadiscos de casa. Sonaron los primeros compases de Lucifer, del disco Eve de 1979, y algo se encendió en mí. No entendía bien lo que era, pero aquella mezcla de ritmos envolventes, sintetizadores hipnóticos y una energía eléctrica me atrapó por completo. Desde entonces, la música electrónica y esa psicodelia elegante, casi espacial, fueron parte de mi vida.
La música de Alan Parsons no es rock al uso, ni pop convencional. Es ciencia convertida en emoción, lógica al servicio del asombro. Sus canciones no solo se escuchan, se atraviesan como túneles de luz o espejos líquidos. Tiene algo de Pink Floyd, algo de Vangelis, algo de Supertramp, de Jean-Michel Jarre, incluso me atrevería a decir que también de la ELO, pero con ese estilo que es inequívocamente suyo. Es como un rock progresivo electrónico bañado en psicodelia elegante.
Hoy celebro no solo su visita, sino la influencia que su música tuvo, y sigue teniendo, en mí. Porque si alguna vez soñé con sintetizadores, atmósferas espaciales o con construir canciones como si fueran catedrales sonoras, fue gracias a él.
Y así, en esta nueva entrega de Minutos Musicales, rindo homenaje a quien me enseñó que la arquitectura también puede sonar, que las torres pueden vibrar, que los circuitos también saben soñar y transportarte a otros mundos gracias a sus sonidos.