COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR Yo también lo tuve! Nostalgia y Recuerdos de los años 60 - 70 - 80 - 90's: septiembre 2024

sábado, 28 de septiembre de 2024

TODOS LOS COCHES A SU RAMPA DE SALIDA (TRANSPLASTIC -TITO)

¿Sabías que el juguete con ruedas más antiguo fue descubierto en Turquía? Se trata de un pequeño carro de caballos hallado en la tumba de un niño de más de 5.000 años de antigüedad. A lo largo de la historia, los niños siempre han querido tener juguetes con ruedas: desde cuadrigas y carros hasta diligencias o trenes, y ya en el siglo XX, coches. Los primeros modelos de coches de juguete imitaban los automóviles clásicos de principios de ese siglo y estaban fabricados con una variedad de materiales diferentes según la época. Pasaron de barro a madera, hojalata, cartón, celuloide, metal o plástico.

En este post, hablaremos de los coches de juguete de la marca Transplastic - Tito, concretamente de los F1. También os enseñaré los que tengo en mi colección de "El BAÚL DE HAL". Un lugar donde, en lugar de tesoros, también hay un auténtico paraíso de nostalgia automovilística.

Estos coches, con una escala cercana a 1:43 (aproximadamente 10 cm), se podían montar sobre una rampa lanzadera para catapultarlos a velocidades vertiginosas. Imagínate eso: coches de juguete volando por la sala como si fueran pilotos de Fórmula 1 en plena carrera. Según mi información, comenzaron a fabricarse en los años 70's por la madrileña casa Transplastic S.A., ya desaparecida, aunque también hay quienes dicen que esta empresa venía de Portugal, la verdad lo desconozco.

En los kioscos del barrio, estos coches se podían encontrar, pero creo que realmente se hicieron populares gracias a varias promociones muy recordadas. Fueron regalados por diferentes marcas en sus promociones desde mediados de los 70's hasta bien entrados los 80's. Yo todavía recuerdo esas promociones como si fuera ayer. Las del Brandy Fundador, las tabletas de chocolate Ezquerra, pastas dentífricas… y otras más conocidas, como las de la leche El Castillo o las de los tambores de detergente Colón. ¡Ah, los tambores de Colón! Esa era toda una aventura. ¡Metíamos el brazo hasta el fondo, rebuscando entre el detergente como si estuviéramos buscando el tesoro enterrado de un pirata!

El momento de sacar el coche era pura magia. Con una sonrisa de satisfacción en el rostro, veías cómo aparecía ese pedazo de bólido que te llevaría a competir en futuras carreras con tus amigos del cole o del barrio. ¡Quién sabe si los personajes de "Fast & Furious" no hicieron sus primeros pinitos en carreras con coches como estos! jajajaja.

El mecanismo de la lanzadera era muy sencillo y, a la vez, fascinante. Consistía en enganchar una goma elástica a un gancho fijo, ubicado al principio, en la parte baja de la rampa lanzadera. El otro extremo de la goma se sujetaba a un segundo gancho, este movible, en una guía tipo cremallera pero sin dientes, que al deslizarse tensaba la goma. ¡Era como preparar un arco para lanzar una flecha, pero con mucha más diversión y menos riesgo de dar en el blanco equivocado!

Al llegar al tope trasero de la rampa, dos pequeñas protuberancias mantenían el coche retenido, mientras que una muesca saliente en la parte superior permitía poner en posición de salida al F1. Esta muesca tenía dos funciones: primero, darle un buen empujón al bólido; cuanto más fuerte, más lejos llegaría el coche. Y segundo, una vez terminada la competición, servía para montar el coche a presión encima de la rampa, haciendo coincidir la muesca con un agujero debidamente situado debajo del coche. De esta manera, el bólido y la rampa siempre permanecían juntos, sin el peligro de que se separaran y alguno se perdiera. ¡Menuda ingeniería para un juguete mmmm inventos del TBO que funcionaban muy bien jejejeje!

Una vez la muesca estaba en su lugar y el F1 debidamente situado en la lanzadera, solo tenías que hacer una pequeña presión sobre el gatillo en la parte posterior de la rampa. Al liberar el gancho guía que sujetaba el coche, salía disparado de un empujón a toda velocidad, como si de una ballesta se tratara, con el bólido siendo su veloz flecha. La sensación era indescriptible, te podías sentir un Niki Lauda o un Emerson Fittipaldi.

Recuerdo cómo competíamos en el patio, haciendo pequeñas carreras improvisadas. Los coches salían disparados y a veces se estrellaban contra las paredes, lo que nos hacía reír a carcajadas. ¡Era un espectáculo digno de los Juegos Olímpicos! A veces, me preguntaba si nuestros coches de juguete eran más veloces que algunos de los coches de verdad que circulaban por la calle. Y si algún adulto se atrevía a preguntarnos sobre esa hipotética carrera, siempre respondíamos con un. "¡Es un F1, claro que ganaría!" como si eso lo explicara todo jejejeje.

Con el tiempo, los F1 de Transplastic se convirtieron en objetos de colección. Hoy en día, ver esos coches y coleccionarlos me trae un torrente de recuerdos, una especie de viaje en el tiempo. Pero, ¿qué sería de un juguete sin su dosis de fantasía? Seguro que en algún rincón del universo, estos coches siguen compitiendo a toda velocidad, mientras nosotros, como niños eternos, seguimos disfrutando de la emoción que traen a nuestras vidas mmmm después de todo, la vida es como una carrera de coches: a veces ganas, a veces pierdes, pero lo importante es haber jugado y disfrutado de ese momento.  

Las imágenes sin marca de agua no son de mi propiedad; fueron extraídas de la plataforma Todo Colección. Los créditos corresponden a sus respectivos dueños. 





























sábado, 21 de septiembre de 2024

CUANDO LA FOTOGRAFÍA TENÍA TIEMPO DE ESPERA

Hubo un tiempo no muy lejano en que las fotos no se tomaban con teléfonos, ni se revisaban en pantallas al instante, ni se compartían al momento en redes sociales. No. En aquellos días, las cámaras usaban carretes, unos pequeños cilindros llenos de misterio, donde cada clic del obturador encerraba la posibilidad de una obra maestra... o de un desastre monumental. Y ahí estaba la magia: no lo sabías hasta mucho después.

Imagínate este escenario: pasabas días, semanas, o incluso meses llenando ese carrete. Cada foto contaba, porque no había botón de "borrar". Cuando por fin el carrete llegaba a su fin, ibas corriendo al estudio de fotografía más cercano para dejarlo en manos del profesional, el mago detrás del mostrador. Y aquí comenzaba la verdadera tortura... ¡La espera! Porque no era como ahora que todo es instantáneo. No, había que esperar días, y en algunos casos, hasta una semana entera para poder ver tus preciadas fotos.

Esperar era todo un arte en sí mismo. Durante esos días, imaginabas una y otra vez las fotos que habías tomado. ¿Había salido bien aquella foto en la playa o estabas con los ojos cerrados? ¿Esa puesta de sol quedó tan espectacular como lo recordabas, o solo es un destello de luz en la esquina del encuadre? ¿Y la foto de grupo en el cumpleaños de tu prima? ¡Esperabas con todo tu ser que nadie hubiese salido con la cara tapada o haciendo un gesto raro! ¿Y qué me dices de aquella foto del final del verano, junto a tu primer amor...?

Cuando finalmente llegaba el gran día, te acercabas al estudio de fotografía con una mezcla de emoción y nervios. ¡Había llegado la hora de la verdad! Ahí estabas, de pie, en el mostrador, esperando a que el fotógrafo te entregara el sobre mágico, el que contenía el resultado de tanto esfuerzo y paciencia. Un sobre de papel, generalmente con publicidad del estudio o de algunas conocidas marcas de carretes, que guardaba las fotos reveladas y, cómo no, los negativos (o "clichés", como solíamos llamarlos), por si algún día querías hacer más copias o, en caso de que tu tía reclamará que había salido fenomenal en esa foto de familia y quería una copia por qué merecía estar enmarcada en su casa).

Pero, ¡ah!, la alegría y la decepción que venían juntas en ese sobre. La primera ojeada era crítica. Te colocabas en un rincón del estudio o en el parque más cercano (ya que era imposible llegar a casa sin ojearlas antes, aunque solo fueran unas pocas) y comenzabas a deslizar las fotos, una por una. La primera foto, con un dedo accidentalmente tapando el objetivo. La segunda, desenfocada. La tercera, increíblemente bien... hasta que te dabas cuenta de que el flash había rebotado justo en tus gafas y te hacía parecer un alienígena. Pero eso era parte del encanto, cada carrete revelado era una aventura fotográfica con sus altas y bajas.

Y luego, los mencionados negativos. Aquellas tiras misteriosas que siempre te entregaban como si fueran la joya de la corona. Eran para ti una especie de seguro, aunque pocas veces realmente hacías uso de ellos. Aun así, los guardabas en algún cajón importante, pensando: "Por si acaso quiero hacer más copias". Spoiler: probablemente nunca lo hiciste, pero ahí estaban, como una especie de amuleto fotográfico.

A pesar de que muchas de las fotos resultaban mediocres, o directamente malas, el simple hecho de tenerlas impresas en tus manos era motivo de alegría. Había algo especial en verlas en papel, en pasarlas una por una y recordar los momentos que viviste al tomarlas. Incluso los errores fotográficos (porque, admitámoslo, había muchos) se convertían en fuente de risas: fotos movidas, ojos cerrados, esa clásica imagen donde todos salían perfectos, menos tú, que habías decidido pestañear en el peor momento.

Hoy en día, las generaciones más jóvenes tal vez nunca entenderán ese mágico ritual casi sagrado de recoger un carrete revelado; ellos no experimentarán esa emoción y los nervios al recoger ese sobre... Las fotos ahora son instantáneas, editadas al segundo, con filtros que nos hacen ver mejor de lo que realmente estamos. Pero en esos tiempos, la fotografía era una mezcla de arte, paciencia y, sobre todo, sorpresa. Porque no importaba cuánto te esforzaras al tomar la foto, hasta que no tenías ese sobre en tus manos, todo seguía siendo un misterio.

Sonríe, por favor. ¡Clic!

sábado, 14 de septiembre de 2024

LLAVEROS DE GAFAS: UN OBSEQUIO INOLVIDABLE DE LAS ÓPTICAS

Estos días, para muchos, son días de vuelta a la rutina. Se terminaron las vacaciones y también ha comenzado la vuelta al colegio y, como suele ser habitual, algunos niños llegan estrenando algo nuevo, ya sea mochilas con superpoderes (o al menos así lo creen ellos), lápices que parecen sacados de una película de ciencia ficción o, en muchos casos, ¡gafas nuevas! Sí, sí, es algo bastante común tras las vacaciones de verano o Navidad.

En las mencionadas fechas vacacionales es cuando muchos padres aprovechan para realizar revisiones oftalmológicas y detectar posibles problemas de visión en sus hijos que hasta ese momento parecían pasar desapercibidos, como si los libros estuvieran hechos de niebla o las pizarras fueran misteriosos jeroglíficos lejanos.

Durante el descanso escolar, es frecuente que los niños pasen más tiempo frente a pantallas o expuestos a factores que puedan afectar su vista, lo que en algunos casos lleva a la necesidad de utilizar gafas. Así, el regreso a las clases no solo marca el momento de volver a las aulas, sino también, para algunos, es el momento de incorporar nuevos hábitos en sus vidas. Como aprender a no sentarse encima de las gafas nuevas o no dejarlas olvidadas en la cartera junto al Donuts que, misteriosamente, decidió vivir allí durante días, jejejejeje.

Esto es exactamente lo que le ocurrió a Antonio Álamo, un amigo de la escuela. Antonio llegó el primer día de clase después de unas vacaciones de verano de finales de los 70's y traía algo más que su moco caído y su eterna sonrisa traviesa: ¡Antonio estrenaba gafas! Claro, nosotros le echamos un vistazo rápido y seguimos con lo nuestro. Las gafas de Antonio no eran exactamente el centro de atención, pero había algo que sí captó todo nuestro interés: un llavero en forma de gafas que colgaba de su cartera escolar. ¡Aquello sí que era algo digno de admirar! "Álamo, ¿de dónde lo sacaste?", le preguntamos en coro, con la curiosidad de un equipo de detectives en miniatura, y nunca mejor dicho, jejejeje.

Antonio, con la misma calma de alguien que acaba de descubrir el truco para ser el niño más popular del patio, nos contó que el llavero se lo regalaron en la óptica, justo al lado de nuestro colegio. Pero, claro, lo que el buen Antoñito no nos dijo es que se lo dieron porque se hizo unas gafas nuevas en aquella óptica. No tardamos ni dos minutos en imaginar lo que había que hacer: al salir de clase, ¡todos en fila hacia la óptica! El pobre dependiente, que seguramente no esperaba ver una avalancha de pequeños y posibles futuros clientes ansiosos por un llavero en forma de gafas, tuvo que enfrentarse a un escenario caótico.

Ahí estábamos, toda la pandilla, esperando pacientemente (o bueno, lo más pacientemente que puede ser un niño de 9 o 10 años) para pedirle uno de esos llaveros tan codiciados. La primera tanda de valientes consiguió algunos, pero no sin antes prometer, eso sí, con los dedos cruzados detrás de la espalda, que le diríamos a nuestros padres que queríamos hacernos una revisión de la vista en su óptica. Sabíamos que aquella promesa era más falsa que el beso de Judas, pero ¿qué más daba? Lo importante era el llavero, jejejeje.

Yo, personalmente, no fui de los afortunados que consiguieron uno, ya que se terminaron las existencias. Volví a casa con las manos vacías, pero con una nueva misión en la vida: algún día tendría ese llavero. Y, aunque me llevó varios años, lo conseguí. Hoy en día, guardo con cariño una colección de llaveros en "EL BAÚL DE HAL" (ya sé que suena más épico de lo que es, pero déjame con mis ilusiones, jajajaja), entre ellos, alguno como el que tenía Antonio Álamo (los de la segunda foto) o parecidos. ¿Quién diría que algo tan simple como un llavero podría despertar una nostalgia tan grande?

Hablando de nostalgia, es una lástima que ya no se regalen estos artículos promocionales como antes. En las décadas de los 70's y 80's, muchas ópticas y otros comercios solían regalar pequeños objetos como parte de su estrategia de marketing. Y, sin duda, uno de los más recordados eran los llaveros en forma de gafas en miniatura. General Óptica, junto con otras ópticas, utilizaba estos productos como parte de su campaña para atraer clientes. ¿Y qué mejor manera de recordar a una tienda que con un llavero que llevabas a todas partes? Vamos, el "branding" de bolsillo.

Estos llaveros no solo eran un simple obsequio; eran casi una pieza de arte (o al menos así los recordamos). A menudo representaban las gafas más icónicas de la época y algunos hasta tenían lentes de vidrio o plástico, lo que los hacía parecer gafas de verdad, pero en versión miniatura. Para muchos, se convirtieron en un objeto de colección, algo que mostrabas con orgullo y que llevaba consigo toda una historia. ¿Por qué? Porque no era solo un llavero, era una excusa para contar cómo habías llegado a conseguirlo. A veces, era más difícil conseguir un buen llavero que sacar un sobresaliente en matemáticas, jejejeje.

El uso de estos pequeños detalles no era solo una estrategia comercial; creaban un vínculo emocional con los clientes. Y no es para menos: cada vez que mirabas tu llavero, recordabas aquel día en la óptica, al dependiente que te sonreía mientras te lo entregaba (aunque en realidad ya estaba cansado de niños pidiendo lo mismo) y esa falsa promesa que hiciste sobre la revisión de la vista, si es que ese fue tu caso. Hoy en día, esos llaveros se consideran objetos de nostalgia, pequeños recuerdos de una época en la que las ópticas eran más que un lugar al que ibas por necesidad, sino también un sitio donde salías con un pequeño trozo de felicidad colgando de tus llaves o de una trabilla del pantalón.

En definitiva, los llaveros de gafas en miniatura fueron algo más que una estrategia de marketing; formaron parte de una infancia llena de aventuras, promesas no cumplidas y pequeños objetos que, sin darnos cuenta, marcaron una época. Porque, al final, no eran solo llaveros. Eran un símbolo de aquellos días en los que lo más importante no era si veías bien o mal, sino si tenías el accesorio más chulo del recreo. Y si no, que se lo pregunten a Antonio Álamo (por cierto, apodado Spider-Moco, por aquello de la vela caída) y su legendario llavero.