Crónicas de un Pueblo fue una serie de televisión emitida entre 1971 y 1974 en Televisión Española (TVE). Durante su emisión, fue tan popular como el sonido del televisor en una tarde de verano, ofreciendo una representación cercana y entrañable de la vida rural. Muchos de nosotros, desde el abuelo hasta el nieto, encontrábamos en ella un reflejo de nuestra propia vida, incluso los más pequeños que, a falta de tablets o móviles, se pegaban a la tele como si fuera la última novedad tecnológica.
La serie es recordada por su tono amable y optimista, y por su habilidad para capturar la esencia de la vida en una comunidad pequeña, donde el mayor escándalo era que el cura llegara tarde a misa porque la bicicleta se le había pinchado. Su legado perdura como un reflejo de una época y una forma de vida en una España que ha cambiado más que la receta de la paella.
Contaba con un elenco variado de actores que daban vida a personajes del pueblo: el alcalde, el cura, el cabo de la Guardia Civil y el maestro, también estaban el alguacil, el pregonero, el cartero, que siempre tenía una carta que no llegaba, el conductor del autobús que era más lento que un caracol con pereza, la boticaria que siempre tenía remedios para todo, y los niños de la escuela, que soñaban con ser futbolistas o toreros, cada uno con sus historias y personalidad únicas.
Crónicas de un Pueblo presentaba historias sencillas y cotidianas, girando en torno a los habitantes de un pueblo que perfectamente podría haber sido el tuyo o el mío en aquellos días de infancia. ¡Hasta que mis padres decidieron llevarme a vivir a Barcelona! Una ciudad tan grande que, al principio, me sentía perdido como un grano de arena en la playa. Con el tiempo me acostumbré a la gran ciudad, pero mi pueblo y todos aquellos recuerdos mantienen un lugar privilegiado en mi corazón.
La serie abordaba temas como la amistad, la familia, el trabajo, y esos pequeños conflictos locales que siempre acababan en risas. Por eso este artículo lleva este título, porque en aquellos años, yo, y mucha gente, nos sentimos identificados con esas tiernas historias rurales. Historias de "abuelo Cebolleta", como las que voy a contar, pero estas no serán ficticias, estas serán completamente reales, que bien podrían servir como guiones para algunos de aquellos episodios de la recordada serie.
Bueno, allá vamos, pero antes, permíteme un pequeño inciso… Este artículo lo rescato de mi vieja página de Facebook, "Yo también lo tuve!", un nombre que seguro te saca una sonrisa nostálgica. Lo escribí una calurosa noche vacacional de verano de 2018, cuando cientos de recuerdos me invadieron mientras intentaba dormir en la vieja casa familiar del pueblo. La fuente de las imagenes es de Piedra Yllora. Revista Cultural de Cantoria.
****************************************
Aquí dejo algunos de esos recuerdos, recuerdos, de crónicas de un pueblo, de mi pueblo.
Las tres de la mañana y aun sin poder dormir… Así empiezo mi primer día de vacaciones. Hace muchísimo calor aquí en mi pueblo, Cantoría (Almería), pero siempre es un placer estar aquí, pasar unos días junto a la familia, pasear por las calles que me vieron corretear de niño y recordar todos aquellos momentos felices de mi infancia. Muchos recuerdos e historias me vienen a la cabeza, carismáticos personajes que conocí en mi niñez y que esta noche se escapan del cajón de los recuerdos para darme la bienvenida en esta calurosa noche de principios de agosto.
Voy a poner la radio a ver si me entra el sueño ♪ ♫ ♩ ♬. Recuerdo mi niñez, nunca la olvidaré. Recuerdo mi niñez, mi ayer feliz. Recuerdo mi niñez, ya no regresará. Buenos amigos, que no volverán. Una vieja calle, allí nací. Recuerdo mi casa, yo jugaba en el jardín. ♫ ♩ ♬ ♪ Pero, ¿qué está pasando aquí? Parece una conspiración de los hados contra mí, jajajaja. Pongo la radio y suena este clásico de Santabárbara, muy acorde con los recuerdos que revolotean esta noche en mi cabeza. Está claro que hoy dormiré poco, pero qué más da. Estoy de vacaciones, y esto parece una señal. Algo en mi cabeza me dice: ¿Por qué no escribes algunos de esos recuerdos, algunas de esas historias de tu bonito pueblo y sus habitantes, en aquellos años en que tú eras niño?
Así comenzó mi primera noche de vacaciones. A pesar de estar cansado después de un viaje de 8 o 9 horas en coche y todas las emociones del día, debería dormir como un angelito, pero no, antes tenía que escribir este artículo de abuelo cebolleta o al menos empezarlo. Seguro que a lo largo de estos días añadiré más recuerdos. Por cierto, si lees este artículo y le pones la cancioncilla que te comenté al principio, estoy seguro de que también te transportará a tu niñez… Te dejo aquí el video de Santabárbara - Recuerdo mi niñez.
¡QUÉ VOYYYYYY! Así gritaba Carmen, Carmen la coja, como solíamos llamarla... ¡QUÉ VOYYYYYY! Bajaba desde su casa en un pequeño cerro lleno de cuevas que en su día fueron habitadas por humildes familias y que hoy las utilizan para el ganado. ¡QUÉ VOYYYYYY! Gritaba, y todos los niños de mi calle dejaban lo que estaban haciendo para esconderse apresuradamente dentro de sus casas, unos debajo de la cama, otros debajo del delantal de la abuela o de la madre, y otros, más atrevidos, mirando por la ventana. Todos escondidos, y la verdad, no sé por qué temían a esa mujer; era muy buena persona, muy buena familia. Es verdad que Carmen tenía una voz poderosa y, a la hora de hablar, lo mismo te echaba un piropo, pero con aquella voz tan escandalosa, con todo respeto, muy de camionero y con un leve tartamudeo, parecía que te estaba regañando. Tremenda era Carmen. Estos días me enteré de que había fallecido. D.E.P.
Carmen, guardo muy buenos recuerdos de ti y de tu familia. ¡QUÉ VOYYYYYY! Todos los niños gritaban que venía la coja y se escondían en sus casas por miedo a que Carmen se los llevara a las cuevas, jajajaja. Espera... Hay un niño que no se esconde; es más, si está dentro de casa, sale a recibirla. Parece que ese pequeño no teme a Carmen. Ella va bajando poco a poco por la calle, no puede correr mucho debido a su cojera, que, según me explicó su hija Juana, fue por culpa de una piel de plátano.
Carmen llegaba delante de aquel niño descarado que no se escondía, y le decía con su carismática y gritona voz: "Tú, tú, tú, no me tienes miedo". Y el pequeño movía la cabeza de derecha a izquierda mientras la miraba a los ojos. Era un duelo de miradas bajo el sol, jajajaja. Hasta que al final Carmen le decía al pequeño: "Pues por no tener miedo de mí, ten una peseta para que te compres un polo". Desde aquel día, cada vez que escuchaba a Carmen, salía pitando de donde estuviera, no por curiosidad, sino pensando en el polo que me compraría con la peseta que siempre me daba Carmen por no tenerle miedo y no esconderme de ella, jajajaja. Buenos recuerdos de esa familia tengo, hasta sus hijos, al ver que Carmen me daba aquella pesetilla, pues ellos no querían ser menos y en más de una ocasión me invitaron a un FLAGGOLOSINA de la tienda de la Sra. Titaña.
Mateo era el marido de Carmen, otro de esos personajes que jamás se me olvidarán y que me saca una sonrisa cada vez que me acuerdo de él y de sus peripecias. Mateo era un hombre dicharachero y bromista. Yo lo recuerdo siempre contento y cantando, al igual que su mujer. Cuando bajaba calle abajo se hacía notar con sus alegres cantos a lo Juanito Valderrama o alguna copla del momento, y eso hubiera estado muy bien, pero… ¡Ay, Mateo, Mateo! A las cinco o las seis de la madrugada no le hacía gracia a la gente, jajajaja.
Mateo, con alguna de tus bromas te la jugaste… ¿A quién se le ocurre decirles a los gitanos del pueblo de al lado que hacían allí parados? Con la feria de ganado, caballos y mulas que había en Cantoría, los revolucionaste a todos y el pueblo se llenó de ellos con ganas de comprar y vender ganado y monturas en aquella feria que dijiste. ¡Ay, Mateo, Mateo! Si te pillan los gitanos aquel día, te canean bien. Movilizaste a un barrio gitano entero, y después al llegar se encontraron que todo fue una broma, que no existía feria alguna. Supongo que no imaginabas que aquello podría llegar tan lejos y tuviste que estar escondido unos días porque más de un gitano quería darte las gracias.
Y lo de llenar los cubos de papel de periódico para hacer bulto y encima meterle unos puñados de alcaparras (tápena) parecía que llevabas los cubos llenos de alcaparras, en un año que apenas se encontraban y mira que estaban muy buscadas por lo bien que se pagaban en el mercado, y tú paseando con aquellos engañosos cubos llenos de papel y con muy pocas alcaparras que encontraste en tu jornada, pero lo suficientes para disimular el relleno de papel y la gente abría los ojos como platos… ¡PERO MATEO! ¿DE DÓNDE HAS SACADO ESOS CUBOS LLENOS DE TAPENA? Y Mateo, sonriendo, les contestaba "Allí, en el Cerro Castillo". Aquel cerro se llenó de incautos que cayeron en la broma de Mateo, jajajaja. No hace falta decir que no encontraron alcaparras, ni tampoco a Mateo, que volvió a desaparecer durante unos días jejejejeje, Aquel año no fue nada bueno para esa delicia culinaria, pero sí para las bromas de Mateo.
En la foto Carmen la coja y Mateo Borgoñoz con la mayoría de sus hijos después de encontrarse con Juan el Chambi (el heladero).
En la segunda foto, Mateo Borgoñoz con su hijo mayor. Entre los muchos oficios que desempeñó, estuvo el de pregonero, alguacil, enterrador, afilador, etc. Esta foto es de la etapa en que ejercía de afilador a principios de los años 60's.
Y hablando de bromas, una de las costumbres que tengo al llegar a mi pueblo es hacer una parada en otra casa antes de llegar al destino... la última morada de algunos de mis seres más queridos, donde descansan mis padres, mi hermana y mis abuelas, sí... En el cementerio hago ese alto para decirles que ya hemos llegado y para presentarles nuestros respetos. En ese cementerio hay una escultura de un ángel que seguro es centenaria.
Recuerdo una historia que me contaba mi padre sobre una broma que solían hacer él y su hermano de jóvenes, una broma que a algunos bien les podría haber costado un disgusto. Imagina a dos golfillos encaramados a la escultura del ángel, cuya espalda daba al camino del pueblo, un camino transitado, aunque pasar por el cementerio de noche no es agradable. Si encima pasas solo y escuchas "Ssssss, Ssssss... Eeeeeeeh tú, ¡AQUÍ TE ESPEROOOOOO!" Mi padre me contaba esa gamberrada y los dos acabábamos llorando de risa.
La gente ponía pies en polvorosa al escuchar aquellas tétricas voces que ponían mi tío y mi padre, y cubrían la distancia entre el cementerio y el pueblo corriendo a supervelocidad, jajajaja.
Aquí en la foto está el ángel en escayola que sirvió como molde para esculpir posteriormente el del panteón de la familia de los Píos en Albox, una obra funeraria monumental en mármol.
Y hablando de miedo, como os comenté, ya di a entender que no fui un niño miedoso, pero siempre podría haber una excepción, como con Andrés el de la guitarra, un pobre hombre que solía pedir por las casas, una limosna o un pedazo de pan. Era un caso parecido al de Carmen la coja, pero Andrés no gritaba eso de "QUE VOYYYYYY!" De eso se encargaba cualquier niño del barrio cuando lo divisaba, con su guitarra a la espalda y su gran sombrero mexicano. Ufffffffff. ¡ANDRÉS, QUE VIENE ANDREEEEEESSS! Todos a correr y a escondernos.
A ese sí que no le plantaba cara. Con aquel pedazo de sombrero que apenas dejaba verle la cara, ¿quién me dice que no podría llevar un saco, un saco en el que podría caber un niño como yo? Uffffff, a correr tocaba. Todos los niños nos escondíamos, yo incluido, esperando que Andrés se marchara de nuestra calle.
Aquí un par de fotos de Andrés, el de la guitarra, mendigo que solía pasar por el pueblo siempre con una vieja guitarra, aunque no sabía tocarla. Cuando se paraba delante de la puerta de alguna casa para pedir comida, si veía niños, se iba sin coger nada de lo que le ofrecieran.
Los domingos, después de misa, todos mis amigos y yo teníamos la costumbre de visitar a María la Melilla, o mejor dicho, su kiosco sobre ruedas. Era una mujer chiquitita, no llegaría al metro y medio. Tiraba de un carro de color verde lechuga lleno de golosinas de todos los colores, una gozada para cualquier niño y una alegría para cualquier dentista, jajajaja.
La Melilla tenía caramelos, anises, chicles, pipas, garbanzos torrados, cigarrillos sueltos y puede que algún que otro juguetito de kiosco y las almendras garrapiñadas, mmmm qué buenas.
En la foto, María la Melilla con su carro de chuches después de desmontar su puesto en la puerta del Cine - Teatro tras una sesión de cine. Aunque yo, el carro que recuerdo fue el de mediados de los 70's, un carro más alto, tipo mesa, con un par de ruedas más grandes y, como mencioné anteriormente, de color verde lechuga muy chillón.
Recuerdo que estuve un tiempo viviendo con mi abuela en el pueblo, mientras mis padres buscaban una mejor vida en Barcelona. Hasta que se situaron bien para empezar de nuevo, me quedé con mi abuela Dolores un tiempo, y una de las muchas anécdotas que recuerdo con mucho cariño fue: "¡Madreeeeee, madreeeeeee!"
Fuera estaba Juan el Pipa, el pescadero, con su furgoneta vendiendo pescado. (Madre, así llamábamos a mi abuela). "Quiero pescadito para comer" y mi abuela me decía que no, que la comida ya estaba preparada. Y yo, cabezón, insistía en que quería pescado para comer. Al fin, mi abuela, ya aburrida de mi insistencia, me dio un par de reales para que me quedara tranquilo, seguro que pensó que con esa miseria no compraría nada. Pero estaba equivocada.
Me encaminé hacia la furgoneta de Juan el Pipa, llena de pescado, me colé entre las piernas de las mujeres que estaban allí y le grité: "¡PIPAAAAA! - ¡EEEEEH! Yo quiero dos reales de pescaditoooo." Todos se quedaron en silencio durante unos segundos y luego se echaron a reír. Aquello les hizo gracia a todos, especialmente a Juan el Pipa, que ni corto ni perezoso cogió una bolsa y me la llenó de pescado. Gracias a aquellos dos reales y al buen hacer del Pipa, estuvimos comiendo pescado una semana, jajajaja.
La cara que puso mi abuela, echándose las manos a la cabeza. "¡Niñooooo, pero qué traes en esa bolsa!" "¡Madre, los dos reales de pescado!" Esta simpática anécdota es una de las que durante muchos años me recordó mi querida abuela, la madre Dolores. Esos dos reales dieron mucho, muchísimo de sí, jejejejeje.
Guau!! Que de historias y que de recuerdos. Unos años que no se olvidan o no deberían olvidarse para muchos. Vivir el presente y recordando el pasado es un derroche de vida, agradecido. Gracias por compartir, estimado.
ResponderEliminarEl pasado nos ha dado mucho y recordar esas experiencias es una forma de mantenerlas vivas. Siempre es un placer compartir y revivir esos momentos. ¡Gracias a ti querido Juan Pedro por acompañarme en el viaje, y por tu sincera amistad!
EliminarSi tú y yo nos pusiéramos a escribir historias de "abuelo cebolleta" sobre nuestra niñez, ¡seguro que crearíamos una enciclopedia más grande que la que vendía el Círculo de Lectores! Jajajajaja.
Eliminar