COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR YO TAMBIÉN LO TUVE! NOSTALGIA Y RECUERDOS DE LOS AÑOS 60 - 70 - 80 - 90's: febrero 2025

sábado, 8 de febrero de 2025

LAS BARRITAS ENERGÉTICAS DE NUESTROS PADRES Y ABUELOS

Antes de que existieran las barritas de granola con semillas exóticas, los batidos verdes o los snacks empaquetados con mil promesas, nuestros padres y abuelos ya tenían su propia fuente de energía. Y no necesitaban marketing, etiquetas ni nombres complicados: solo un buen trozo de chorizo, un pedazo de queso curado, un pan crujiente y una afilada navaja a mano.

Estas eran las verdaderas barritas energéticas. No venían en envases brillantes, pero traían algo mucho más importante: el sabor de lo auténtico, la tradición y la fuerza suficiente para afrontar jornadas interminables de trabajo en el campo, en la montaña o donde la vida los llevara.

Piensa en ello: mientras hoy llevamos snacks en bolsas al gimnasio o a la oficina, ellos llevaban su "kit de supervivencia" en una bolsa de tela o simplemente en el bolsillo de su chaqueta. El chorizo nunca fallaba, el queso curado resistía cualquier clima y el pan… bueno, el pan era sagrado.

No había tiempo para quejas sobre calorías o ingredientes "prohibidos". Su comida no solo llenaba el estómago, sino que reconfortaba el alma. Cada bocado sabía a esfuerzo, a historias contadas bajo la sombra de un árbol, a pausas rápidas en medio del trabajo, a risas compartidas con amigos y familia. Era un alimento que no solo nutría el cuerpo, sino que llenaba de recuerdos el alma.

¿Imagínate? En el gimnasio más moderno, rodeados de máquinas relucientes y rutinas complicadas, alguien sacó una barrita que prometía "energía para 5 horas", "100% natural" y "sabor a cheesecake de arándanos". Al darle un mordisco, su expresión lo dijo todo: aquello no sabía a cheesecake ni mucho menos a algo natural.

Desde un rincón, un anciano que acompañaba a su nieto observó con una sonrisa. Sacó de su bolsa de tela un trozo de pan, chorizo y queso, y con tranquilidad dijo: "Esto sí que es energía. Nada de etiquetas bonitas ni promesas vacías. Con esto trabajábamos de sol a sol sin quejarnos".

La curiosidad venció al escepticismo, y pronto todos querían probar aquel "snack" tradicional. El pan crujía, el chorizo tenía un sabor inigualable y el queso llenaba el paladar como nada más podía hacerlo. "Esto sí que tiene sabor", se escuchó decir a uno.

Desde ese momento, en el gimnasio no solo se hablaba de ejercicios y proteínas, sino también de dónde encontrar el mejor chorizo y queso de la región, jajajajaja.

Hoy miramos esta imagen y no podemos evitar sonreír. Quizás porque nos recuerdan que, aunque la vida avanza y todo parece complicarse, las cosas más sencillas y auténticas son las que realmente importan y son las más sabrosas en todos los sentidos.

sábado, 1 de febrero de 2025

EL MICROSCOPIO 2002: PEQUEÑOS DESCUBRIMIENTOS, GRANDES RECUERDOS

Hoy os contaré una historia que me ocurrió hace unos añitos... Una de esas historias de "abuelo cebolleta", y nunca mejor dicho, jejejeje.

Este microscopio fue un juguete clásico de los años 70's, fabricado por 2002 Juguetes Instructivos. Con él descubrimos un mundo invisible a simple vista: hormigas, alas de mariposas y moscas, raíces de plantas y muchas otras cosas fascinantes. Fue un auténtico tesoro para pequeños aprendices de investigador, yo entre ellos.

El microscopio 2002 tuvo varios modelos: uno con espejo para capturar la luz y dirigirla hacia el objeto de observación, otro con luz propia alimentada por pilas, e incluso, en los años 80's, lanzaron un modelo con visión en pantalla, como un pequeño monitor de TV. ¡Todo un lujo!

Pero hoy quiero hablaros del que yo tuve: el segundo modelo, el que tenía luz propia a pilas. Es como el que aparece en las imágenes del 2002 (que, por cierto, no son mías; las saqué de Internet, así que los créditos corresponden a sus autores).

Tengo un par de anécdotas que contaros sobre este juguete, pero antes quiero recalcar que era, simplemente, un juguete. Si leéis hasta el final, entenderéis por qué lo enfatizo.

Recuerdo un día de verano de casi finales de los 70's aquella tarde fui a casa de mis amigos y vecinos, los hermanos Fortea: José María y Ángel. Al entrar, los vi reunidos en la mesa del comedor, concentrados en algo que no distinguí de inmediato. Me acerqué y pregunté:

—¿Qué hacéis?

Me enseñaron un microscopio que le habían regalado a Ángel.

—¡Ostras, qué chulada! —exclamé—. Déjame ver… ¿Qué se ve, Ángel?

Me dijo que tenía una hormiga en el portaobjetos (la lámina de cristal donde se coloca lo que quieres observar), pero que ya habían examinado muchas otras cosas.

—A ver, a ver… ¡Déjame mirar!

Acerqué el ojo al ocular y… ¡qué pasada! Así que así eran las hormigas. ¡Vaya pinzas tenían y qué enormes parecían! Aquello era un universo nuevo para cualquier niño.

Ángel cogió el portaobjetos con la hormiga medio aplastada y lo metió en un vaso de agua que tenía sobre la mesa.

—Siempre hay que limpiarlos después de usarlos… Lo dicen las instrucciones —me comentó.

Pensé para mis adentros: Eso de limpiarlos durará dos o tres días, como mucho mmmm con lo guarrete que era Ángel…

En ese momento, la Sra. Ángeles, la madre de mis amigos, se me acercó y me preguntó:

—¿Quieres beber algo?

—Sí, gracias. Un vasito de agua…

—Ahora mismo te lo traigo —me respondió.

Seguimos explorando: un trocito de azúcar, un pelo, un ala de mosca recién capturada, una pluma del canario del Sr. Vicente, padre de Ángel… Estábamos totalmente absortos en nuestro pequeño laboratorio improvisado, emocionados con cada nuevo descubrimiento.

El entusiasmo me resecó la garganta, así que cogí el vaso de agua y me lo bebí de un trago. Ya estaba listo para seguir con la investigación microscópica. De mayores, los tres seríamos químicos investigadores… O eso nos decíamos el uno al otro.

Al poco rato, llegó la Sra. Ángeles y me dijo:

—Lo siento… Me distraje con la novela y se me olvidó traerte el vaso de agua.

En ese instante, mi mente se llenó de dudas y preguntas: ¿Pero entonces… qué vaso me bebí? ¿El de la limpieza? ¿Cristales, insectos machacados, alas de mosca…?

Mi cerebro no quería procesarlo, pero mi estómago sí. ¡Ay, mi estómago! Salí corriendo al baño y lo eché todo… y un poco más, jajajaja.

Creo que incluso estuve unos días malo del asco que me dio. Ahora lo recuerdo con humor, pero mi estómago aún me dice que cambie de tema… Será mejor que le haga caso.

Afortunadamente, no sufrí ningún efecto secundario: no se me cayó ninguna oreja, ni me salieron largos colmillos, sigo teniendo diez dedos en las manos y diez en los pies, no me salieron antenas de hormiga ni alas de insecto y ni mucho menos alitas como a Tobi… Aunque desde entonces hago unos ruidos un poco extraños: "BZZZZZ, BZZZZZ". Nada grave, es broma, jajajaja.

Dejando de lado esa anécdota del vaso de agua, el microscopio me encantó. Tanto, que insistí hasta que mis padres me lo compraron. No recuerdo si fue para Reyes o por mi cumpleaños, pero finalmente mmmm... Yo también lo tuve!

La segunda anécdota, ya con mi microscopio fue algo más frustrante, aunque debo de decir que aquel juguete me dio muchas horas de juego. En clase de Ciencias Naturales, nuestro profesor, Josep Algueró (al que envío un gran saludo, ya que gracias a Facebook hemos retomado contacto con antiguos alumnos y profesores), nos habló sobre microorganismos y el mundo microscópico.

Antes de terminar la clase, nos preguntó:

—¿Os apetece hacer algún experimento con un microscopio?

No recuerdo si dijo que tenía uno o que podía conseguirlo, pero mencionó que un solo microscopio sería insuficiente para los 20 o 30 alumnos de la clase.

—¿Alguien tiene alguno más que pueda traer?

Nadie levantó la mano, excepto yo.

—¡Josep, yo tengo el microscopio 2002!

—¡Estupendo! Para la próxima clase tráelo y haremos un par de grupos.

Yo, emocionado, pensaba: Seguro que me sube nota con el detallazo del microscopio, jejejeje.

Llegó el día y llevé mi "súper microscopio 2002". Sin embargo, al compararlo con el de Josep, noté grandes diferencias: el suyo era de metal y casi el doble de grande que el mío, entre otras ventajas. Pero no le di mucha importancia hasta que Josep propuso observar una cebolla bajo el microscopio.

—Veremos su membrana, su pared celular y su núcleo —nos explicó.

Cortó un trocito de cebolla y me dio una muestra para colocarla en mi microscopio. Lo ajusté y… sí, algo se veía. Pero no era nada espectacular. Apenas unos filamentos borrosos.

Mientras tanto, en el otro grupo, escuchaba exclamaciones como:

—¡Qué pasada! ¡Se ve increíble! ¡Parece una colmena!

Me acerqué al microscopio de Josep y… ¡eso sí que era una pasada! Se veían claramente todas las particiones y las paredes celulares de la membrana de la cebolla, (como las de la imagen microscópica que subí).

Fue entonces cuando entendí que mi microscopio era tan solo un juguete. De hecho, una buena lupa probablemente habría hecho mejor trabajo que aquel 2002.

Años después, sobre finales de los 90's, le compré a mi hijo un microscopio, un poquito mejor que el que yo tuve (El del maletín de las últimas fotos, que aun guardo, para cuando mi nieta sea más grande contemplar ese mundo en miniatura desde su lente, con ella). Pero como curiosidad... ¿Sabéis lo primero que pusimos mi hijo y yo en el portaobjetos?

Exacto: un trocito de piel de cebolla.

Miré por la lente y sonreí al ver las células perfectamente nítidas y definidas, con toda claridad, como aquel día en clase con Josep. Respiré tranquilo y aliviado y exclamé:

— ¡Ahora SÍ!.

Aquella frustración infantil se esfumó por completo, siendo reemplazada por la risa y la complicidad de compartir aquel descubrimiento junto a mi hijo.