Hoy os contaré una historia que me ocurrió hace unos
añitos... Una de esas historias de "abuelo cebolleta", y nunca mejor
dicho, jejejeje.
Este microscopio fue un juguete clásico de los años 70's,
fabricado por 2002 Juguetes Instructivos. Con él descubrimos un mundo invisible
a simple vista: hormigas, alas de mariposas y moscas, raíces de plantas y
muchas otras cosas fascinantes. Fue un auténtico tesoro para pequeños
aprendices de investigador, yo entre ellos.
El microscopio 2002 tuvo varios modelos: uno con espejo para
capturar la luz y dirigirla hacia el objeto de observación, otro con luz propia
alimentada por pilas, e incluso, en los años 80's, lanzaron un modelo con
visión en pantalla, como un pequeño monitor de TV. ¡Todo un lujo!
Pero hoy quiero hablaros del que yo tuve: el segundo modelo,
el que tenía luz propia a pilas. Es como el que aparece en las imágenes del
2002 (que, por cierto, no son mías; las saqué de Internet, así que los créditos
corresponden a sus autores).
Tengo un par de anécdotas que contaros sobre este juguete,
pero antes quiero recalcar que era, simplemente, un juguete. Si leéis hasta el
final, entenderéis por qué lo enfatizo.
Recuerdo un día de verano de casi finales de los 70's
aquella tarde fui a casa de mis amigos y vecinos, los hermanos Fortea: José
María y Ángel. Al entrar, los vi reunidos en la mesa del comedor, concentrados
en algo que no distinguí de inmediato. Me acerqué y pregunté:
—¿Qué hacéis?
Me enseñaron un microscopio que le habían regalado a Ángel.
—¡Ostras, qué chulada! —exclamé—. Déjame ver… ¿Qué se ve,
Ángel?
Me dijo que tenía una hormiga en el portaobjetos (la lámina
de cristal donde se coloca lo que quieres observar), pero que ya habían
examinado muchas otras cosas.
—A ver, a ver… ¡Déjame mirar!
Acerqué el ojo al ocular y… ¡qué pasada! Así que así eran
las hormigas. ¡Vaya pinzas tenían y qué enormes parecían! Aquello era un
universo nuevo para cualquier niño.
Ángel cogió el portaobjetos con la hormiga medio aplastada y
lo metió en un vaso de agua que tenía sobre la mesa.
—Siempre hay que limpiarlos después de usarlos… Lo dicen las
instrucciones —me comentó.
Pensé para mis adentros: Eso de limpiarlos durará dos o tres
días, como mucho mmmm con lo guarrete que era Ángel…
En ese momento, la Sra. Ángeles, la madre de mis amigos, se
me acercó y me preguntó:
—¿Quieres beber algo?
—Sí, gracias. Un vasito de agua…
—Ahora mismo te lo traigo —me respondió.
Seguimos explorando: un trocito de azúcar, un pelo, un ala
de mosca recién capturada, una pluma del canario del Sr. Vicente, padre de
Ángel… Estábamos totalmente absortos en nuestro pequeño laboratorio
improvisado, emocionados con cada nuevo descubrimiento.
El entusiasmo me resecó la garganta, así que cogí el vaso de
agua y me lo bebí de un trago. Ya estaba listo para seguir con la investigación
microscópica. De mayores, los tres seríamos químicos investigadores… O eso nos
decíamos el uno al otro.
Al poco rato, llegó la Sra. Ángeles y me dijo:
—Lo siento… Me distraje con la novela y se me olvidó traerte
el vaso de agua.
En ese instante, mi mente se llenó de dudas y preguntas:
¿Pero entonces… qué vaso me bebí? ¿El de la limpieza? ¿Cristales, insectos
machacados, alas de mosca…?
Mi cerebro no quería procesarlo, pero mi estómago sí. ¡Ay,
mi estómago! Salí corriendo al baño y lo eché todo… y un poco más, jajajaja.
Creo que incluso estuve unos días malo del asco que me dio.
Ahora lo recuerdo con humor, pero mi estómago aún me dice que cambie de tema…
Será mejor que le haga caso.
Afortunadamente, no sufrí ningún efecto secundario: no se me
cayó ninguna oreja, ni me salieron largos colmillos, sigo teniendo diez dedos
en las manos y diez en los pies, no me salieron antenas de hormiga ni alas de
insecto y ni mucho menos alitas como a Tobi… Aunque desde entonces hago unos
ruidos un poco extraños: "BZZZZZ, BZZZZZ". Nada grave, es broma,
jajajaja.
Dejando de lado esa anécdota del vaso de agua, el
microscopio me encantó. Tanto, que insistí hasta que mis padres me lo
compraron. No recuerdo si fue para Reyes o por mi cumpleaños, pero finalmente
mmmm... Yo también lo tuve!
La segunda anécdota, ya con mi microscopio fue algo más
frustrante, aunque debo de decir que aquel juguete me dio muchas horas de
juego. En clase de Ciencias Naturales, nuestro profesor, Josep Algueró (al que
envío un gran saludo, ya que gracias a Facebook hemos retomado contacto con antiguos
alumnos y profesores), nos habló sobre microorganismos y el mundo microscópico.
Antes de terminar la clase, nos preguntó:
—¿Os apetece hacer algún experimento con un microscopio?
No recuerdo si dijo que tenía uno o que podía conseguirlo,
pero mencionó que un solo microscopio sería insuficiente para los 20 o 30
alumnos de la clase.
—¿Alguien tiene alguno más que pueda traer?
Nadie levantó la mano, excepto yo.
—¡Josep, yo tengo el microscopio 2002!
—¡Estupendo! Para la próxima clase tráelo y haremos un par
de grupos.
Yo, emocionado, pensaba: Seguro que me sube nota con el
detallazo del microscopio, jejejeje.
Llegó el día y llevé mi "súper microscopio 2002".
Sin embargo, al compararlo con el de Josep, noté grandes diferencias: el suyo
era de metal y casi el doble de grande que el mío, entre otras ventajas. Pero
no le di mucha importancia hasta que Josep propuso observar una cebolla bajo el
microscopio.
—Veremos su membrana, su pared celular y su núcleo —nos
explicó.
Cortó un trocito de cebolla y me dio una muestra para
colocarla en mi microscopio. Lo ajusté y… sí, algo se veía. Pero no era nada
espectacular. Apenas unos filamentos borrosos.
Mientras tanto, en el otro grupo, escuchaba exclamaciones
como:
—¡Qué pasada! ¡Se ve increíble! ¡Parece una colmena!
Me acerqué al microscopio de Josep y… ¡eso sí que era una
pasada! Se veían claramente todas las particiones y las paredes celulares de la
membrana de la cebolla, (como las de la imagen microscópica que subí).
Fue entonces cuando entendí que mi microscopio era tan solo
un juguete. De hecho, una buena lupa probablemente habría hecho mejor trabajo
que aquel 2002.
Años después, sobre finales de los 90's, le compré a mi hijo
un microscopio, un poquito mejor que el que yo tuve (El del maletín de las
últimas fotos, que aun guardo, para cuando mi nieta sea más grande contemplar
ese mundo en miniatura desde su lente, con ella). Pero como curiosidad...
¿Sabéis lo primero que pusimos mi hijo y yo en el portaobjetos?
Exacto: un trocito de piel de cebolla.
Miré por la lente y sonreí al ver las células perfectamente nítidas y definidas,
con toda claridad, como aquel día en clase con Josep. Respiré tranquilo y
aliviado y exclamé:
— ¡Ahora SÍ!.
Aquella frustración infantil se esfumó por completo, siendo
reemplazada por la risa y la complicidad de compartir aquel descubrimiento
junto a mi hijo.