COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR Yo también lo tuve! Nostalgia y Recuerdos de los años 60 - 70 - 80 - 90's: febrero 2025

sábado, 22 de febrero de 2025

MARIE CLAIRE: NO SON MEDIAS, SON ENTERAS

Este pasado lunes, mientras miraba los informativos en la tele, escuché una noticia que me dejó un poco tocado: la más que centenaria casa Marie Claire, fabricantes de medias, pantis y otras prendas de ropa, cerraba para siempre sus puertas. mmmm… qué triste noticia. Creo que merece un espacio en nuestro blog.

No voy a mentir, nunca he sido de ponerme medias ni pantis, ni creo que me queden bien, jajajajaja, pero al escuchar el nombre de esa marca fue imposible evitar que en mi cabeza resonara aquel mítico eslogan publicitario de mi infancia: "No son medias, son enteras", y su cancioncilla: "♫♪♫♫♪... Marie Claire, Marie Claire, un panti para cada mujer... ♪♫♪♫♪". Vamos, no lo niegues… ¡seguro que tú también lo cantaste alguna vez! Esas campañas eran tan pegadizas que se quedaban grabadas en la mente para siempre, como una melodía imposible de olvidar.

Más allá de la nostalgia y la musiquilla que se ha quedado a vivir en nuestra cabeza, el cierre de esta marca es también un pequeño adiós a una época. Aquel tiempo en el que la moda tenía su propio ritmo, la calidad primaba sobre lo efímero y un buen par de medias era casi un símbolo de elegancia. Una pena, sí, pero también una oportunidad para recordar cómo nos marcaron aquellas pequeñas cosas del pasado.

Porque, al final, no solo se trata de una fábrica que cierra. Se trata de la huella que dejó en la gente, de los anuncios que nos hicieron reír y cantar, de los momentos que compartimos sin darnos cuenta de que estábamos construyendo recuerdos. Así que, por esta vez, dejémonos llevar por la nostalgia y cantemos juntos, una vez más, aquel pegajoso eslogan. ¡Vamos, que sé que te lo sabes! "♫♪♫♫♪... Marie Claire, Marie Claire, un panti para cada mujer... ♪♫♪♫♪"

 

Recuerdo aquella pequeña tienda de ropa y mercería de mi barrio en los años 70's, donde un escaparate dedicado a Marie Claire brillaba como un faro de elegancia en medio de tiendas de ultramarinos y bares de toda la vida. Aquel pequeño local, con su letrero en cursiva dorada, parecía sacado de un París imaginado por alguien que nunca había salido de España. Y aunque de niño poco me importaban las medias o los pantis, nunca olvidaré aquella cancioncilla que se colaba por las rendijas de la infancia: "♫♪♫♫♪... Marie Claire, Marie Claire, un panti para cada mujer... ♪♫♪♫♪".

La tarareábamos sin entenderla, mientras corríamos entre las faldas de nuestras madres, que entraban y salían de aquella pequeña mercería con paquetes de hilos o pequeñas prendas delicadas de vestir envueltas en papel de seda blanco. Era la canción que todos tarareamos (y que nunca entendimos). Ahora confieso mis pensamientos de niño: yo creía que Marie Claire era una señora francesa que vivía dentro de la trastienda. Cada vez que pasaba frente a la tienda, imaginaba a una mujer guapísima, con boina de lado, bastón y una baguette bajo el brazo, cantando aquella melodía con acento galo.

¡Y vaya jingle! La cancioncilla, pegadiza como un chicle en la suela de un zapato, se colaba en los patios de colegio, en las colas del autobús y hasta en las misas de domingo. Sí, hasta el sacristán: "♫♪♫♫♪... Marie Claire, Marie Claire, un panti para cada mujer... ♪♫♪♫♪", jajajajaja.

Una tarde, incluso, me atreví a entrar con mi madre a aquella tienda del barrio. Detrás del mostrador estaba la Sra. Juanita, dueña y dependienta, a quien todos llamaban "Doña Juana". Con una sonrisa y un caramelo de fresa en la mano, me preguntó:

—¿Vienes a acompañar a mamá para comprar medias, guapo?

Mis mejillas ardieron como ascuas, pero no pude contenerme:

—Sí, señora. ¿Es verdad que aquí vive una mujer francesa que se llama Marie Claire?

Doña Juana soltó una carcajada que hizo temblar los ovillos de lana y de hilo, y casi derribó un maniquí.

—¡La francesa soy yo, cuando me pinto los labios de rojo! —respondió, mientras yo me quedaba mirando los estantes llenos de medias de rejilla, de color carne, más claras o más oscuras, otras de colores, etc, y dubitativo me preguntaba si todas las francesas vendían medias y pantis. ¡Bendita inocencia! jajajajaja

Ahora, cada vez que escucho aquella cancioncilla en mi cabeza, no puedo evitar sonreír. Porque, aunque Marie Claire no era una señora francesa, sí era un pedacito de magia en aquel barrio con niños que tarareábamos sin entender aquella cancioncilla. Y, quién sabe, quizás Doña Juana, con sus labios rojos, era nuestra Marie Claire particular.

 

¿Conoces la interesante historia que hay detrás de la marca Marie Claire?

Corrían los primeros años del siglo XX. 1907, para ser más exactos, cuando  en un pequeño pueblo de Castellón, Villafranca del Cid, nació una historia de emprendimiento tejida con pasión, visión y un poco de casualidad. Francisca Íñigo, una mujer con talento para la costura y un instinto empresarial afilado, se encontró sola en casa mientras su marido, Celestino Aznar, recorría España vendiendo mulas y yeguas. ¿La solución de Francisca para combatir la soledad? Poner hilo en la aguja y convertir su afición en un negocio.

Así nació Lencería Eugenia de Montijo, una modesta fábrica de medias que empezó con un puñado de empleados, incluidos sus propios hijos. Pero la clave del éxito no estaba solo en el talento de Francisca, sino en la astucia comercial de Celestino, quien aprovechó sus viajes para vender los productos de su esposa. Y ahí, entre transacciones de caballos y largos recorridos por el país, Celestino vio una oportunidad: modernizar el negocio.

La pareja tomó una decisión que cambiaría su destino. Celestino vendió su último lote de animales al ejército francés justo cuando estallaba la Primera Guerra Mundial, y con ese dinero adquirió maquinaria textil moderna en Cataluña. La pequeña empresa comenzó a crecer y evolucionar, incorporando innovaciones como el punto inglés y nuevos materiales como la seda sintética y el rayón. Con la expansión, la fábrica tuvo que trasladarse fuera del pueblo, dejando claro que lo que comenzó como un pasatiempo ya era un negocio con aspiraciones.

El negocio familiar atravesó la Guerra Civil española y, con la llegada de la tercera generación en los años 50's, tomó un nuevo rumbo. Se contrató a Francisco Senar, un técnico catalán que introdujo el nylon en la producción, revolucionando la industria de la lencería. Además, en un golpe maestro de marketing, decidieron cambiar el nombre de la empresa a Marie Claire, una denominación más elegante y comercial que les permitió expandirse a mercados internacionales sin perder su esencia.

Durante los años 70's, 80's y 90's, Marie Claire vivió su época dorada. No solo se convirtió en la segunda mayor fábrica de medias de Europa, sino que marcó a generaciones con su icónico eslogan: "Un panti para cada mujer".

 

Bueno, yo ya voy terminando este post dedicado a "♫♪♫♫♪... Marie Claire, Marie Claire, un panti para cada mujer... ♪♫♪♫♪". Por último, quiero aclarar que las imágenes no son mías, las encontré en la red, así que los derechos corresponden a sus respectivos autores.

¡Jopeeee!, escribiendo me ha entrado hambre, y justo acaban de traer de la panadería una baguette calentita que parece que dice: "ven y cómeme". Creo que le voy a hacer caso. Le echaré al pan crema de ese vaso que pone: "Leche, cacao, avellanas y azúcar".

¡Andaaaaa! Seguro que esto último también lo leíste cantando, jajajajaja. 











viernes, 14 de febrero de 2025

EL BANCO DE LOS AMORES

Hoy es un día especial. Un día para celebrar el amor en todas sus formas, para recordar esas historias que dejaron huella en el alma. Y qué mejor manera de hacerlo que trayendo al presente una de esas antiguas costumbres que, poco a poco, se han ido perdiendo con el tiempo.

¿Recordáis los árboles con corazones grabados en sus troncos? Nombres unidos por la flecha traviesa de Cupido, eternamente enlazados en la corteza de un árbol. O aquellos corazones de tiza en las paredes (como bien decía Radio Futura en una de sus más recordadas canciones), o en la pizarra de la escuela, testigos inocentes de primeros amores que latían en secreto.

¿Cuántas veces dibujamos un corazón en la arena de la playa, solo para verlo desvanecerse con la llegada de una ola? Amores efímeros, como la espuma del mar, que desaparecían con el tiempo, pero que en su momento fueron intensos y verdaderos. Otros, en cambio, resistían como tatuajes en la piel, marcados para siempre, sin importar el paso de los años.

El amor siempre ha buscado la manera de dejar su rastro. Desde los suspiros escritos en los márgenes de un cuaderno hasta cartas perfumadas escondidas entre las páginas de un libro. Desde promesas susurradas en una noche estrellada hasta nombres escritos en el vaho de una ventana en invierno. Pequeñas huellas de sentimientos que querían ser eternos.

Pero de todas estas formas de inmortalizar el amor, hay una que guardo con especial cariño. Una tradición de mi infancia, en un rincón de Barcelona, en el Paseo de San Juan. Allí, entre parques y columpios, existían unos bancos de pino verde. Eran bancos corrientes, desgastados por el tiempo… pero uno de ellos tenía algo especial. La pandilla lo llamábamos el banco de los amores.

No hacía falta papel ni tinta, solo un pequeño punzón y un corazón latiendo fuerte en el pecho. Nos sentábamos allí, con la cabeza llena de sueños y el estómago con inquietas mariposas revoloteando, y con la paciencia de quien quiere que algo dure para siempre. Con cuidado, grabábamos los nombres de aquellos amores que, en ese momento, sentíamos eternos.

Aquel banco se llenó de historias. Nombres superpuestos, escritos con dulzura, con nervios, con ilusión. Algunas inscripciones apenas visibles bajo nuevas capas de pintura, otras grabadas con tanta fuerza que ni los años lograron borrar. No importaba cuántos nombres se sumaran, cuántas capas de barniz intentaran ocultarlos… el banco de los amores seguía allí, testigo fiel de secretos compartidos, de risas nerviosas, de silencios cómplices.

A veces volvíamos a sentarnos en él, incluso cuando el amor que habíamos grabado se había esfumado. Pasábamos los dedos sobre los nombres, recordando lo que sentimos en aquel momento. Quizá con nostalgia, quizá con una sonrisa, o tal vez con alguna lágrima y la certeza de que, por fugaz que fuera, aquel amor existió y mereció ser recordado.

Hoy me pregunto qué habrá sido de aquel banco, el banco de los amores. ¿Seguirá allí, en algún rincón, testigo silencioso de tantos suspiros y promesas? ¿O tal vez desapareció, llevándose consigo todos esos amores que un día fueron escritos con tanto fervor?

Lo único que sé es que, en mi memoria, sigue intacto. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como si aún pudiera ver, entre aquellos nombres grabados, el tuyo y el mío.

Feliz Día de San Valentín. Feliz Día de los Enamorados.










MINUTOS MUSICALES: ROMÁNTICOS DE LOS 80'S PARA UN DÍA DE SAN VALENTÍN

¿Recuerdas aquellos recopilatorios musicales que grabábamos en los casetes, rebobinando una y otra vez hasta que quedaran perfectos? Elegíamos con mimo cada canción, buscando esas melodías que nos hacían soñar, suspirar y, sobre todo, sentir. No era solo música, era una forma de decir "TE QUIERO" sin necesidad de palabras.

Cada tema tenía un motivo, un significado oculto que solo nosotros entendíamos. Grabábamos la cinta con el corazón en la mano, imaginando el momento en que nuestro amado o amada la pondría en su reproductor, esperando que, al escucharla, pensara en nosotros. Era un gesto sencillo, pero cargado de magia. Un regalo que no se compraba, sino que se sentía.

Aquel casete no era solo una recopilación de canciones: era un mensaje, un suspiro, una declaración silenciosa envuelta en melodías, un pedacito de nuestra alma, una carta de amor en forma de música.

¿Lo recuerdas...?

Hoy, 14 de febrero, San Valentín, he preparado para nuestra sección de "MINUTOS MUSICALES" algo muy especial para celebrar el Día de los Enamorados, algo parecido a aquellos casetes que, con mucho amor y ternura, grabábamos.

¿Listo para un viaje en el tiempo? Esta vez te traigo una recopilación romántica, llena de nostalgia ochentera, con 14 temas icónicos de esa década dorada, donde los Love Themes, las baladas emotivas y los ritmos contagiosos reinaban en las pistas de baile. Sí, esos que invitaban a abrazar bien fuerte a tu media naranja, bien agarraditos mientras bailaban bajo las luces tenues de una discoteca… o incluso en el salón de casa.

Imagina canciones para fundirse en un slow dance, coreografías coordinadas (con hombreras incluidas, jejejejeje) y letras que hablan de amores eternos, pasiones ardientes y promesas bajo la luna, y también algunas otras de desamores. Desde duetos legendarios hasta himnos en solitario que marcaron una época, esta playlist es un homenaje a esos momentos en los que la música era el lenguaje universal del corazón.

¿Qué puedes esperar? Un mix de artistas inmortales como Chris de Burgh, Lionel Richie, Roxette, Air Supply y hasta algún tema para revivir esos "finales felices" de películas románticas de la época. Perfecto para dedicar, bailar o simplemente recordar con una sonrisa.

No te pierdas este paseo musical hoy en "MINUTOS MUSICALES". Ajusta el volumen y deja que el amor y el espíritu ochentero te envuelvan. Y si tienes a esa persona especial a tu lado… apriétale la mano un poquito más fuerte al ritmo de los años 80's.

¿Tienes algún tema favorito de los 80's que te haga suspirar? Compártelo en los comentarios y lo guardaré para una romántica segunda parte.

¡Feliz Día de San Valentín! 



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The Cars - Drive  


Joe Cocker & Jennifer Warnes - Up Where We Belong  


Air Supply - Making Love Out of Nothing at All  


Peter Gabriel - Don't Give Up (ft. Kate Bush)  


George Michael - Careless Whisper 


Sam Brown - Stop  


Roxette - It Must Have Been Love  


Richard Marx - Right Here Waiting


Prince - Purple Rain


Jason Donovan - Sealed With A Kiss  


Chris De Burgh - The Lady In Red


Paul Young - Everytime You Go Away


Lionel Richie - Hello


The Bangles - Eternal Flame

sábado, 8 de febrero de 2025

LAS BARRITAS ENERGÉTICAS DE NUESTROS PADRES Y ABUELOS

Antes de que existieran las barritas de granola con semillas exóticas, los batidos verdes o los snacks empaquetados con mil promesas, nuestros padres y abuelos ya tenían su propia fuente de energía. Y no necesitaban marketing, etiquetas ni nombres complicados: solo un buen trozo de chorizo, un pedazo de queso curado, un pan crujiente y una afilada navaja a mano.

Estas eran las verdaderas barritas energéticas. No venían en envases brillantes, pero traían algo mucho más importante: el sabor de lo auténtico, la tradición y la fuerza suficiente para afrontar jornadas interminables de trabajo en el campo, en la montaña o donde la vida los llevara.

Piensa en ello: mientras hoy llevamos snacks en bolsas al gimnasio o a la oficina, ellos llevaban su "kit de supervivencia" en una bolsa de tela o simplemente en el bolsillo de su chaqueta. El chorizo nunca fallaba, el queso curado resistía cualquier clima y el pan… bueno, el pan era sagrado.

No había tiempo para quejas sobre calorías o ingredientes "prohibidos". Su comida no solo llenaba el estómago, sino que reconfortaba el alma. Cada bocado sabía a esfuerzo, a historias contadas bajo la sombra de un árbol, a pausas rápidas en medio del trabajo, a risas compartidas con amigos y familia. Era un alimento que no solo nutría el cuerpo, sino que llenaba de recuerdos el alma.

¿Imagínate? En el gimnasio más moderno, rodeados de máquinas relucientes y rutinas complicadas, alguien sacó una barrita que prometía "energía para 5 horas", "100% natural" y "sabor a cheesecake de arándanos". Al darle un mordisco, su expresión lo dijo todo: aquello no sabía a cheesecake ni mucho menos a algo natural.

Desde un rincón, un anciano que acompañaba a su nieto observó con una sonrisa. Sacó de su bolsa de tela un trozo de pan, chorizo y queso, y con tranquilidad dijo: "Esto sí que es energía. Nada de etiquetas bonitas ni promesas vacías. Con esto trabajábamos de sol a sol sin quejarnos".

La curiosidad venció al escepticismo, y pronto todos querían probar aquel "snack" tradicional. El pan crujía, el chorizo tenía un sabor inigualable y el queso llenaba el paladar como nada más podía hacerlo. "Esto sí que tiene sabor", se escuchó decir a uno.

Desde ese momento, en el gimnasio no solo se hablaba de ejercicios y proteínas, sino también de dónde encontrar el mejor chorizo y queso de la región, jajajajaja.

Hoy miramos esta imagen y no podemos evitar sonreír. Quizás porque nos recuerdan que, aunque la vida avanza y todo parece complicarse, las cosas más sencillas y auténticas son las que realmente importan y son las más sabrosas en todos los sentidos.

sábado, 1 de febrero de 2025

EL MICROSCOPIO 2002: PEQUEÑOS DESCUBRIMIENTOS, GRANDES RECUERDOS

Hoy os contaré una historia que me ocurrió hace unos añitos... Una de esas historias de "abuelo cebolleta", y nunca mejor dicho, jejejeje.

Este microscopio fue un juguete clásico de los años 70's, fabricado por 2002 Juguetes Instructivos. Con él descubrimos un mundo invisible a simple vista: hormigas, alas de mariposas y moscas, raíces de plantas y muchas otras cosas fascinantes. Fue un auténtico tesoro para pequeños aprendices de investigador, yo entre ellos.

El microscopio 2002 tuvo varios modelos: uno con espejo para capturar la luz y dirigirla hacia el objeto de observación, otro con luz propia alimentada por pilas, e incluso, en los años 80's, lanzaron un modelo con visión en pantalla, como un pequeño monitor de TV. ¡Todo un lujo!

Pero hoy quiero hablaros del que yo tuve: el segundo modelo, el que tenía luz propia a pilas. Es como el que aparece en las imágenes del 2002 (que, por cierto, no son mías; las saqué de Internet, así que los créditos corresponden a sus autores).

Tengo un par de anécdotas que contaros sobre este juguete, pero antes quiero recalcar que era, simplemente, un juguete. Si leéis hasta el final, entenderéis por qué lo enfatizo.

Recuerdo un día de verano de casi finales de los 70's aquella tarde fui a casa de mis amigos y vecinos, los hermanos Fortea: José María y Ángel. Al entrar, los vi reunidos en la mesa del comedor, concentrados en algo que no distinguí de inmediato. Me acerqué y pregunté:

—¿Qué hacéis?

Me enseñaron un microscopio que le habían regalado a Ángel.

—¡Ostras, qué chulada! —exclamé—. Déjame ver… ¿Qué se ve, Ángel?

Me dijo que tenía una hormiga en el portaobjetos (la lámina de cristal donde se coloca lo que quieres observar), pero que ya habían examinado muchas otras cosas.

—A ver, a ver… ¡Déjame mirar!

Acerqué el ojo al ocular y… ¡qué pasada! Así que así eran las hormigas. ¡Vaya pinzas tenían y qué enormes parecían! Aquello era un universo nuevo para cualquier niño.

Ángel cogió el portaobjetos con la hormiga medio aplastada y lo metió en un vaso de agua que tenía sobre la mesa.

—Siempre hay que limpiarlos después de usarlos… Lo dicen las instrucciones —me comentó.

Pensé para mis adentros: Eso de limpiarlos durará dos o tres días, como mucho mmmm con lo guarrete que era Ángel…

En ese momento, la Sra. Ángeles, la madre de mis amigos, se me acercó y me preguntó:

—¿Quieres beber algo?

—Sí, gracias. Un vasito de agua…

—Ahora mismo te lo traigo —me respondió.

Seguimos explorando: un trocito de azúcar, un pelo, un ala de mosca recién capturada, una pluma del canario del Sr. Vicente, padre de Ángel… Estábamos totalmente absortos en nuestro pequeño laboratorio improvisado, emocionados con cada nuevo descubrimiento.

El entusiasmo me resecó la garganta, así que cogí el vaso de agua y me lo bebí de un trago. Ya estaba listo para seguir con la investigación microscópica. De mayores, los tres seríamos químicos investigadores… O eso nos decíamos el uno al otro.

Al poco rato, llegó la Sra. Ángeles y me dijo:

—Lo siento… Me distraje con la novela y se me olvidó traerte el vaso de agua.

En ese instante, mi mente se llenó de dudas y preguntas: ¿Pero entonces… qué vaso me bebí? ¿El de la limpieza? ¿Cristales, insectos machacados, alas de mosca…?

Mi cerebro no quería procesarlo, pero mi estómago sí. ¡Ay, mi estómago! Salí corriendo al baño y lo eché todo… y un poco más, jajajaja.

Creo que incluso estuve unos días malo del asco que me dio. Ahora lo recuerdo con humor, pero mi estómago aún me dice que cambie de tema… Será mejor que le haga caso.

Afortunadamente, no sufrí ningún efecto secundario: no se me cayó ninguna oreja, ni me salieron largos colmillos, sigo teniendo diez dedos en las manos y diez en los pies, no me salieron antenas de hormiga ni alas de insecto y ni mucho menos alitas como a Tobi… Aunque desde entonces hago unos ruidos un poco extraños: "BZZZZZ, BZZZZZ". Nada grave, es broma, jajajaja.

Dejando de lado esa anécdota del vaso de agua, el microscopio me encantó. Tanto, que insistí hasta que mis padres me lo compraron. No recuerdo si fue para Reyes o por mi cumpleaños, pero finalmente mmmm... Yo también lo tuve!

La segunda anécdota, ya con mi microscopio fue algo más frustrante, aunque debo de decir que aquel juguete me dio muchas horas de juego. En clase de Ciencias Naturales, nuestro profesor, Josep Algueró (al que envío un gran saludo, ya que gracias a Facebook hemos retomado contacto con antiguos alumnos y profesores), nos habló sobre microorganismos y el mundo microscópico.

Antes de terminar la clase, nos preguntó:

—¿Os apetece hacer algún experimento con un microscopio?

No recuerdo si dijo que tenía uno o que podía conseguirlo, pero mencionó que un solo microscopio sería insuficiente para los 20 o 30 alumnos de la clase.

—¿Alguien tiene alguno más que pueda traer?

Nadie levantó la mano, excepto yo.

—¡Josep, yo tengo el microscopio 2002!

—¡Estupendo! Para la próxima clase tráelo y haremos un par de grupos.

Yo, emocionado, pensaba: Seguro que me sube nota con el detallazo del microscopio, jejejeje.

Llegó el día y llevé mi "súper microscopio 2002". Sin embargo, al compararlo con el de Josep, noté grandes diferencias: el suyo era de metal y casi el doble de grande que el mío, entre otras ventajas. Pero no le di mucha importancia hasta que Josep propuso observar una cebolla bajo el microscopio.

—Veremos su membrana, su pared celular y su núcleo —nos explicó.

Cortó un trocito de cebolla y me dio una muestra para colocarla en mi microscopio. Lo ajusté y… sí, algo se veía. Pero no era nada espectacular. Apenas unos filamentos borrosos.

Mientras tanto, en el otro grupo, escuchaba exclamaciones como:

—¡Qué pasada! ¡Se ve increíble! ¡Parece una colmena!

Me acerqué al microscopio de Josep y… ¡eso sí que era una pasada! Se veían claramente todas las particiones y las paredes celulares de la membrana de la cebolla, (como las de la imagen microscópica que subí).

Fue entonces cuando entendí que mi microscopio era tan solo un juguete. De hecho, una buena lupa probablemente habría hecho mejor trabajo que aquel 2002.

Años después, sobre finales de los 90's, le compré a mi hijo un microscopio, un poquito mejor que el que yo tuve (El del maletín de las últimas fotos, que aun guardo, para cuando mi nieta sea más grande contemplar ese mundo en miniatura desde su lente, con ella). Pero como curiosidad... ¿Sabéis lo primero que pusimos mi hijo y yo en el portaobjetos?

Exacto: un trocito de piel de cebolla.

Miré por la lente y sonreí al ver las células perfectamente nítidas y definidas, con toda claridad, como aquel día en clase con Josep. Respiré tranquilo y aliviado y exclamé:

— ¡Ahora SÍ!.

Aquella frustración infantil se esfumó por completo, siendo reemplazada por la risa y la complicidad de compartir aquel descubrimiento junto a mi hijo.