A principios de esta semana, el
lunes para ser exactos, leí una noticia que me entristeció profundamente:
Fallece a los 55 años Astrid Fenollar, integrante del grupo musical infantil "Regaliz".
(Quiero aprovechar para hacer llegar mi más sentido pésame a su familia)
No me afectó por ser fan del grupo.
Para ser sincero, los grupos infantiles no eran lo mío, y eso que más o menos
éramos de las mismas edades, pero yo estaba más influenciado por las músicas
que escuchaban mis hermanos mayores. Y eso que, en mi época, abundaban los
grupos infantiles. Teníamos a Parchís, a Enrique y Ana, a Botones, a Regaliz...
pero yo no era muy de seguir ese tipo de música. Sin embargo, esta noticia me tocó
por otro lado, por recuerdos más personales. Porque a Astrid, en cierto modo,
la conocí antes de que fuera Astrid, la del grupo musical "Regaliz".
Verás, éramos vecinos en Barcelona.
Yo vivía en la calle Gerona con Rosellón, y ella justo al revés: Rosellón con
Gerona. El destino ya nos cruzaba solo con cambiar el orden de las esquinas. En
más de una ocasión coincidimos por el barrio, o incluso dentro de su edificio.
¿La razón? Íbamos, mi hermano y yo, a visitar a una amiga llamada Jaimina, que
vivía allí y cuya familia eran porteros del inmueble.
Y aquí viene una anécdota que nunca
olvidaré. Aunque no lo cuento en el artículo donde sale nuestra amiga Jaimina,
y que te lo dejo enlazado "AQUÍ" por si quieres echarte unas
risas, Jaimina tenía una "cruz" en su vida: el dálmata de Astrid. Un
perro precioso, sí, pero algo "guárrete" con el tema de los
esfínteres. Según Jaimina, el can le tenía manía y una extraña fijación por
dejarle "regalitos" justo en la entrada del edificio. Y claro, ella
salía, fregona en mano, bufando como un toro de Miura en San Fermín. ¡Qué
cabreos pillaba nuestra amiga Jaimina! A nosotros, por supuesto, nos daban
ataques de risa cada vez que la oíamos soltar alguna maldición por culpa del
perro. Entre gruñidos y bromas, esas escenas se nos quedaron grabadas.
Astrid y yo no pasamos de cruzarnos
miradas, quizás un tímido "hola" o "adiós" y poco más (qué
le íbamos a hacer, los dos éramos Libra y, en ciertos aspectos, decían que
tendíamos a ser algo tímidos). Pero en aquellos años, cuando eres niño o
adolescente, esos pequeños encuentros con alguien del barrio ya tenían su
magia, y más aún si la chica en cuestión te hacía tilín.
Y resulta que no solo compartíamos
acera, colmado o barrio; también compartíamos entorno escolar. Nuestros
colegios eran vecinos. El mío era la Escuela Parroquial Purísima Concepción
(mixto), en la calle Aragón con Lauria. El suyo estaba a una calle de
distancia, en Bruc con Aragón, y se llamaba, si la memoria no me falla, Escuela
Purísima Concepción (casi el mismo nombre, por no decir igual), este que
menciono exclusivamente para niñas. Los dos colegios tenían los mismos
propietarios, y estaban tan cerca que, si lanzabas un balón desde uno, igual
acababa en el patio del otro (aunque luego viniera el castigo, claro),
jajajajaja.
Y hablando de castigos, ¿cómo
olvidarme de aquellas tardes en que las chicas del colegio de Astrid tenían
clase de gimnasia? Sí, sí, teníamos información de primera mano. Las hermanas
de un compañero, benditas informadoras, nos pasaron el dato clave: qué días y a
qué hora hacían gimnasia. Mi amigo nos lo contó y, claro, nosotros nos lo
tomamos muy en serio... mmmm, demasiado en serio, quizá.
Lo mejor, o peor según se mire, fue
enterarnos de que, en la parte trasera del colegio, justo donde el edificio
lindaba con el pasaje del Mercado de la Concepción, un rincón tranquilo, casi
fantasmal por las tardes ya que el mercado cerraba, había unos enormes
ventanales a unos dos metros de altura. ¿Y adivináis qué? Uno de esos
ventanales daba directamente al vestuario de las chicas. Lo juro, no es broma.
Y claro, el resto os lo podéis imaginar.
Dos metros no son nada si tienes
doce o trece años, una imaginación hiperactiva y muy pocas luces, acompañado de
una buena agilidad juvenil. ¡Qué cosas llegamos a ver! Aunque eso mejor me lo
guardo; soy un caballero, y eso queda para mí.
Lo cierto es que la aventura duró
poco: nos pillaron. Las chicas comenzaron a gritar: "¡HAY CHICOS
EMPARRADOS EN LAS VENTANAS!", algunas entre risas, otras no tanto, y entre
las que reían estaba Astrid. ¡Qué momentos! ¡Qué bronca nos habría caído si
alguien nos hubiera delatado! Pero no, tuvieron piedad. La mayoría ya nos
conocían a los tres o cuatro voyeur de las ventanas, y aun así nos perdonaron.
Uffffff, la que nos hubiera caído... seguro que un castigo ejemplar, y
merecido, claro.
Nos conocían porque muchas de ellas
se pasaban algunas tardes por la plazoleta de nuestra escuela. Lo malo es que
no venían por nosotros. No. Ellas venían a ver a los chicos de octavo, los
mayores, los que se quedaban en las esquinas fumando algún furtivo cigarrillo
para hacerse los interesantes. Y funcionaba, porque ellas caían rendidas ante
esa pose de chico duro.
Nosotros, algo más pequeños, apenas
si existíamos. Pasábamos entre las chicas como sombras invisibles, sin pena ni
gloria. Y entre ellas estaba Astrid, con su aire desenfadado y un estilo
completamente distinto al que se le veía en la pequeña o gran pantalla, o sobre
el escenario. Con aquel estilo bohemio, con sus faldas anchas y largas de gasa
púrpura, un estilo muy hippie, muy diferente al de la Astrid artista, pero con
la misma sonrisa picarona que la caracterizaba.
Fue en aquella época, precisamente,
cuando me enteré de que Astrid formaba parte de un grupo musical infantil
llamado Regaliz. Lo comentaban los mayores, los de octavo, como quien habla de
una celebridad del barrio. Y sí, lo era, y yo sin saberlo.
Recuerdo que esta misma anécdota
sobre los vestuarios la compartí hace años en un blog fantástico, ya
desaparecido, llamado La Coctelera, ¿Qué fue de...?. Lo más increíble de todo
es que la auténtica Astrid también dejó un comentario en aquella publicación.
Sí, ella misma respondió a varios mensajes, que no fueron pocos, incluido el
mío, donde contaba aquella pequeña travesura. Fue un momento lleno de risas y
emoción que guardo con mucho cariño en la memoria.
Recientemente me he puesto en
contacto con Álex Medina, administrador de aquel blog inolvidable. No tengo del
todo claro si la sección de La Coctelera cerró definitivamente, si fue por una
limpieza de contenido o por algún problema técnico en el blog, pero lo cierto
es que aquellos mensajes, incluidos los comentarios de aquella entrada mítica,
desaparecieron. No sé si será posible recuperarlos algún día, pero aun así
quiero aprovechar para recomendar el blog al que Álex dio continuidad tras
aquella etapa.
Parte de la información sobre
Regaliz, así como algunas de las imágenes que vais a ver a continuación,
provienen precisamente de ese nuevo espacio que él mantiene con tanto cariño.
Gracias, Álex, por seguir cuidando
la memoria de una época que fue, y sigue siendo, tan especial para muchos de
nosotros, y por volver a recordar a aquellos famosos de los que apenas sabemos
nada. Aquí os dejo el enlace a tan fantástico blog, aunque lleva tiempo sin
publicar, vale la pena que le echéis una ojeada "Qué fue de...?"
Un saludo, compañero.
Hubo un tiempo en que la música infantil
olía a vinilo, a bocata de nocilla y a tardes de coreografías frente a un
televisor en blanco y negro o, con suerte, en color. Fue una época mágica,
cuando los niños llevaban petos de colores y soñaban despiertos al ritmo de
canciones que hablaban de monstruos, trenecitos y superhéroes. En ese mundo,
entre Parchís y cuentos de fantasía, apareció Regaliz.
Nacido en Barcelona en 1980 bajo el
sello discográfico Belter, el mismo detrás del fenómeno Parchís, Regaliz surgió
como una apuesta fresca, divertida y llena de carisma. Formado por cuatro
niños: Eva Mariol, Eduard Navarrete, Jaime Benet y Astrid Fenollar (hija de
Salvador Fenollar, directivo de Belter y creador del grupo), Regaliz
rápidamente se convirtió en una de las voces más queridas de la infancia
española.
Astrid, con su melena rubia,
sonrisa pícara y presencia magnética, brillaba con luz propia. Fue parte
esencial del alma del grupo, tanto en lo musical como en lo humano. Regaliz no
solo grabó discos memorables como Guillermo el travieso, Reggae Regaliz, El
festival pop o Juanita Banana, sino que también se atrevió con versiones tan
insólitas como irresistibles, como Can't Stop the Music de Village People o el
clásico Veo, Veo de Teresa Rabal.
Su talento les llevó más allá de
los escenarios. Regaliz protagonizó dos películas: La rebelión de los pájaros
(1981), una historia con mensaje ecologista donde solo la música podía salvar a
las aves de la contaminación, y Buenas noches, señor monstruo (1982), dirigida
por Antonio Mercero. Allí, en medio de un castillo encantado y rodeados de
criaturas como Drácula, Frankenstein y el Hombre Lobo, los niños de Regaliz
vivieron una aventura inolvidable al ritmo de canciones como Tumba Catatumba,
El show del Hombre Lobo o Bengalas de mil colores. Aquel musical disparatado
quedó grabado en la memoria de toda una generación.
Entre películas y giras por España
y Sudamérica, grabaron incluso un disco de villancicos. Pero, como todo cuento
de infancia, la historia tuvo un final. A medida que sus integrantes crecían y
la moda de los grupos infantiles se apagaba, Regaliz se disolvió en 1983. Sus
miembros tomaron caminos distintos: Jaime Benet regresó a México y se dedicó a
un negocio familiar; Eduard Navarrete trabaja en una empresa de transportes;
Eva Mariol continuó su carrera como actriz y ha participado en películas,
telefilms y cortometrajes.
Astrid, en cambio, eligió una vida
más silenciosa pero profundamente valiente. Se trasladó a Menorca, donde
trabajó con personas con diversidad funcional. Su voz, la misma que nos hizo
cantar de niños, pasó a acompañar desde otro lugar: calmando, conectando,
cuidando. En 2009 apareció brevemente en el programa de TVE Los mejores años de
nuestra vida, donde recordó su paso por Regaliz como "un juego". Y es
que, quizás, eso fue lo más hermoso de Astrid: que nunca dejó de jugar, ni de
hacernos jugar.
El pasado 9 de julio de 2025,
Astrid Fenollar falleció a los 55 años, víctima de un cáncer. Lo hizo sin
ruido, con la misma discreción con la que decidió vivir tras dejar el foco mediático.
La noticia se supo días después, cuando Jorge Lérida, divulgador y autor de El
fabuloso mundo de la canción infantil, compartió la triste novedad. Desde
entonces, miles de mensajes han inundado las redes. Porque quienes crecimos con
Regaliz no solo recordamos las canciones: recordamos una época, una inocencia,
una magia que solo ocurre una vez en la vida.
Astrid ya no está, pero su voz
sigue flotando en el aire: en un viejo VHS en el salón de casa, en un disco
olvidado en el trastero, en ese eco de Tumba Catatumba que aún resuena cuando
recordamos nuestra infancia.
Y aunque el telón haya caído, su
luz permanece intacta. Gracias por tanto, Astrid.
Y aunque el tiempo siga su curso y
las modas cambien, hay cosas que no desaparecen. La alegría, la dulzura y la
luz que regaló a tantos niños siguen intactas en el corazón de quienes crecimos
con su sonrisa.
Porque hay personas que, aunque se
vayan, nunca se van del todo.
Gracias por todo, Astrid. Tu
recuerdo se queda con nosotros, suave como un susurro, eterno como una canción
de infancia o un tímido adeu.