COPIAR O CORTAR Este primer código evita que copien los textos de tu página o blog Este segundo código evita que copien las imágenes y gif COPIAR O CORTAR YO TAMBIÉN LO TUVE! NOSTALGIA Y RECUERDOS DE LOS AÑOS 60 - 70 - 80 - 90's

sábado, 16 de noviembre de 2024

LOS CROMOS TROQUELADOS DE MAZINGER Z. PANRICO

Seguro que recordarás ese momento mágico en el que tu madre te compraba un pastelito de Panrico, y con él, la emoción de encontrar uno de los codiciados cromos troquelados de Mazinger Z. Esa combinación explosiva de chocolate y aventuras japonesas marcó la vida de muchos jóvenes, allá por 1978. Panrico supo captar la esencia de una generación que soñaba con robots gigantes y héroes de otro mundo. Todo esto cabía en un pequeño trozo de cartón troquelado, que venía dentro de un sobrecito blanco de papel, posiblemente manchado de chocolate y adjunto a la parte posterior del pastelito.

La colección de cromos de Mazinger Z se convirtió en un clásico por derecho propio, una mezcla de nostalgia y arte… bueno, quizás llamarlo "arte" sea muy generoso, pero sin duda tenían personalidad. Estos cromos, de los que hubo 85 en total, no eran exactamente fieles al estilo de los personajes originales. Las razones iban desde la dificultad (o el precio) de obtener los derechos hasta, quizá, el hecho de que los artistas en Panrico no eran expertos en animación japonesa. Al final, eso poco importaba: para nosotros, los niños, Mazinger Z era simplemente un pedazo de maravilla en cada sobrecito.

Encontrar una colección completa como esta es una tarea difícil, además de bastante costosa. He llegado a verla a precios que oscilan entre los 1.000 € y los 2.000 €. La que os muestro hoy no es precisamente barata, pero tampoco me costó esas cifras tan desorbitadas. Tuve la suerte de adquirirla hace tiempo gracias a un coleccionista que me ofreció reproducciones de excelente calidad de su colección original. Y hoy, después de mucho tiempo, la saco de mi baúl, de "EL BAÚL DE HAL".

Al principio, Panrico lanzó 20 cromos sin numerar. Era un movimiento práctico (y barato), pero cuando la colección despegó en popularidad, decidieron expandirla y añadir otros 65 cromos, esta vez numerados. Así, aquellos primeros 20, los "sin numerar", se convirtieron en piezas raras. Como si eso no fuera suficiente, Panrico decidió introducir en esta primera tanda algunos personajes de la secuela de Mazinger Z, llamada Goldorak (UFO Robo Grendizer). Claro, a la mayoría de nosotros nos daba igual, pero para los puristas (esos que aparecieron años después), esta confusión fue casi un sacrilegio.

El caso es que, para muchos, abrir el pastelito y descubrir un nuevo personaje, aunque fuera de Goldorak, era motivo de alegría. ¿A quién le importaba si era de una serie u otra? Los niños de aquella época querían más cromos y más aventuras, y con cada nuevo cromo, más horas de juego.

Una de las curiosidades más raras de esta colección es que El Corte Inglés también se subió al carro de Mazinger Z, colaborando con Panrico para distribuir los mismos cromos en sus departamentos de juguetes, pero con su propio logo. Estos cromos, idénticos salvo por ese detalle, son hoy una rareza digna de coleccionistas. Es casi imposible encontrarlos, pero si algún día abres una vieja caja en el trastero y ves un cromo con el logo de El Corte Inglés, considérate afortunado. Quizá tengas en tus manos un pequeño tesoro de los 70's que, como todo lo bueno de esa época, tiene un valor sentimental mucho mayor que el monetario.

La mayoría de nosotros conseguíamos los cromos en los míticos pastelitos Tronkitos. Quizás este nombre no suene tan poético hoy en día, pero para un niño de los 70's, Tronkito era casi sinónimo de felicidad. En cada Tronkito había un cromo, y eso era todo lo que necesitábamos.

Sabíamos que esos pastelitos no eran precisamente un manjar gourmet, pero tenían un sabor que aún recordamos con cariño. Era el sabor de la aventura, de la posibilidad, de esos personajes con los que jugábamos en el recreo o en el suelo del salón.

A veces, cuando nuestros padres no nos compraban uno, recurríamos a estrategias de emergencia, como pedir en la tienda las cajas vacías de Tronkitos. ¿Por qué? Porque en la parte de abajo, ¡sorpresa!, había ilustraciones de los personajes en mayor tamaño. Esos momentos eran lo más cercano a ganar la lotería infantil.

Aquí viene una historia que seguro muchos podrán entender y se sentiran identificados: el destino trágico de los cromos en la "limpieza de mamá". Esos cromos de Mazinger Z, guardados en una caja de zapatos o en un cajón especial, acumulaban polvo y años. Hasta que un día, desaparecían. Preguntabas a tu madre, y ella respondía sin darle importancia: "Ah, eso lo tiré. Era solo un montón de papelitos viejos." Gritabas, como mi buen amigo y colega de hobby Emilio Delliafonte, quien convirtió esa pregunta en el título de su blog Retro - Vintage: "MAMA PER QUÈ HO VAS LLENÇAR?", que se podría traducir como: "MAMÁ, ¿POR QUÉ LO TIRASTE?". Tremendo título para un blog Retro - Vintage, jejejejeje. Aunque Emilio me confesó entre risas que, en su caso, su madre le guardaba todo. ¡Un saludo, querido Emilio, si me lees!

Para los coleccionistas de entonces, esta limpieza no era algo trivial; era una gran tragedia. Hoy en día, recuperar una colección completa de 1978 con sus 85 cromos puede salir muy caro. Es curioso cómo esos trozos de cartón que parecían insignificantes en su momento hoy son piezas de alto valor en el mercado de coleccionistas.

Uno de los aspectos más especiales de esta colección era que muchos cromos estaban troquelados y podían ponerse de pie, convirtiéndose en figuras para jugar. Representaban a los "brutos mecánicos", las criaturas del Doctor Infierno, junto a Afrodita A, Sayaka, Koji y el resto del elenco. El planeador de Mazinger Z, en particular, era uno de los más codiciados porque se usaba para cualquier aventura y acababa completamente gastado.

Hoy, al revisar estos cromos que saco de "EL BAÚL DE HAL", o al recordar aquellos pastelitos Tronkitos, siento una gran nostalgia. Quizá los diseños no eran perfectos ni las ilustraciones precisas, pero tenían alma. En los 70's, no buscábamos cromos perfectos: queríamos héroes, aventuras y un poco de magia.

Si eres de los afortunados que aún conserva un cromo de Mazinger Z, míralo con cariño. No son solo cromos; son trozos de infancia, aventuras y sueños.





sábado, 9 de noviembre de 2024

POR FAVOR, SHHHH...

Recuerdo aquellos días en los que mi madre me arrastraba al médico cuando estaba resfriado, con anginas o cualquier otra cosa. Era pequeño y revoltoso, como muchos niños, con energía desbordante y cierta reticencia a la idea de pasar horas en una sala de espera del médico, aun estando pachucho. Entrar a aquel consultorio significaba que cualquier intento de diversión era inmediatamente sofocado por la mirada severa de los adultos que, como yo, esperaban su turno. Allí, en la pared, había una imagen que hacía a todos callar: el retrato de "la enfermera que pedía silencio".

En los hospitales españoles de los 70's y 80's, la famosa "enfermera del silencio" era un símbolo ubicuo, aunque la versión que teníamos no era la de Muriel Mercedes Wabney, la modelo argentina que protagonizó aquella primera foto, la imagen para América Latina y otros lugares del mundo. En España, esta figura del silencio era encarnada por otra modelo que desconozco si era local o de otro país, posando más de perfil, con el dedo índice apoyado sobre sus labios y un gesto sereno, pero firme.

Mientras en países como Argentina y Estados Unidos el rostro de Wabney ya dominaba las paredes de los centros de salud, aquí el "equivalente español" se había convertido también en algo así como un símbolo de las salas de espera. La foto de la enfermera era como el arma secreta de los médicos para tranquilizar a los niños inquietos y a los adultos impacientes.

Así que, cuando comenzaba a hacer preguntas o intentaba escabullirme para investigar rincones misteriosos del consultorio, mi madre solo señalaba la imagen en la pared. "Mira, mira a María Antonia", decía, con una sonrisa divertida. mmmm... Sinceramente no tengo ni idea de cómo se llamaba aquella modelo y aún menos si era enfermera, pero recuerdo un día que le pregunté a mi madre: "¿Mamá, la de la foto es María Antonia?" Y se quedó con ese nombre, para mí y para mi madre. María Antonia era la enfermera del consultorio y tenía cierto parecido con la chica de la foto.

Al ver a María Antonia... perdón, quiero decir aquella enfermera del cuadro con el dedo en sus labios, me quedaba en silencio, como hipnotizado. Por un momento, el poder de aquella imagen nos igualaba a todos en la sala de espera: adultos, niños e incluso los doctores que de vez en cuando echaban una mirada rápida hacia ella, como recordando su propio rol en el tranquilo escenario.

Muchos años después, descubrí la historia detrás de la imagen de la enfermera original: Muriel Mercedes Wabney, modelo argentina cuyo retrato, tomado en 1953, se convirtió en un símbolo de silencio para hospitales de todo el mundo, aunque en algunos países solamente se tomara prestada la idea y posaran otras modelos.

Wabney es uno de los rostros más reconocidos, que no pertenece a una estrella de cine o a un líder político, sino a una enfermera que, con un simple "shhhh", pidió silencio a millones alrededor del mundo. Sí, hablamos de esa imagen: la enfermera que, con un dedo en los labios, nos recuerda que en los hospitales el silencio es oro.

La historia comienza en Rosario, una de las ciudades más importantes de Argentina. Allá por 1953. El hombre detrás de la idea era Juan Craichik, un representante médico que se encargaba de entregar información sobre los nuevos productos o medicamentos que se habían desarrollado en la industria farmacéutica de la empresa de instrumental "Taranto". En una visita laboral, notó que la sala de espera del hospital estaba abarrotada de gente, y la pobre enfermera no daba abasto pidiendo silencio. Así, en medio del barullo, Craichik tuvo una epifanía: ¿y si existiera una imagen capaz de transmitir lo que ni los gritos podían lograr? Algo tan simple y universal que, con solo verla, todo el mundo entendiera el mensaje.

Craichik convenció a su empresa para poner en marcha el proyecto, y no escatimaron en recursos: un montón de modelos profesionales se presentaron a las pruebas fotográficas para encontrar el rostro ideal. La búsqueda no fue sencilla, pero Craichik encontró a su musa en Muriel Mercedes Wabney. Según él, Muriel tenía "un rostro suave y armonioso, con una mirada autoritariamente dulce". No había dudas, ¡era la indicada! Después de una tarde de interminables poses fotográficas, el equipo finalmente encontró la imagen que buscaban (la de Muriel, la ultima foto de esta entrada).

Lo curioso es que esta famosa imagen nunca fue un negocio lucrativo para Taranto. La empresa decidió "regalarla" a hospitales, clínicas y maternidades. Y allí quedó, presidiendo pasillos, quirófanos y salas de espera, con un mensaje universal que no requiere explicación. ¿Y Muriel? Ella, mujer de pocas palabras y casi tan enigmática como la expresión de la fotografía, apenas habló del tema. Nunca reveló cuánto le pagaron y se mantuvo alejada de la fama, casi como si la foto fuera más un reflejo del anonimato y la rutina de los hospitales que una oportunidad de estrellato.

Hoy, aunque muchos no conocen su nombre, todos conocen su gesto. Muriel Mercedes Wabney: la enfermera del cuadro, la imagen de la paz en los pasillos, esa que todos conocemos y hemos visto en hospitales, clínicas y maternidades del mundo entero. Aunque, como dije, en algunos sitios la modelo es otra, pero al César lo que es del César: Muriel fue la primera.

El tiempo pasa, y al igual que la foto de Muriel, también la versión que se utilizó en España se ha ido perdiendo, o ha sido sustituida por otras. Pero en la memoria colectiva de los que fuimos niños en aquellos años aún perdura la de María Antonia. mmmm... bueno, tú ya sabes lo que quiero decir, jejejeje. Cuando miro estos cuadros que saco de "EL BAÚL DE HAL", la sensación de respeto y calma que transmitía permanece grabada en mi mente. Quizás, después de todo, esas enfermeras del cuadro, fueran de aquí o fueran de allí, eran más que una simple fotografía en una sala de espera; eran, el recordatorio sutil de un mundo de adultos que, de vez en cuando, también necesita que alguien les pida silencio.




sábado, 2 de noviembre de 2024

LA ESCALOFRIANTE BELLEZA DEL ÚLTIMO BESO

Hace poco menos de un mes, mientras hacía unos recados en Barcelona, terminé en el barrio de Poblenou (Pueblo Nuevo), muy cerca de la playa y del conocido cementerio de aquel barrio. Dejé el coche aparcado a pocos metros de la entrada del camposanto y sentí que, por fin, había llegado el momento de hacerle una visita, una visita que llevaba años queriendo realizar. No es que tuviera a algún conocido o familiar descansando allí, pero siempre había querido ver una escultura en particular, una obra de la que había oído hablar y que, en alguna ocasión, había visto en foto: El Beso de la Muerte. Esa pieza había despertado en mí una mezcla de curiosidad y admiración, desde que vi su imagen en papel hace ya algunos años. Por primera vez podría verla de cerca; era el momento idóneo y, con suerte, captaría su esencia en una fotografía propia.

Me di cuenta, además, de que se acercaba el Día de los Difuntos, y pensé que compartir mi visita en un post de arqueología urbana en nuestra nostálgica página "Yo también lo tuve!" sería ideal para esa fecha. Quizá esta atracción hacia el mármol esté en mi naturaleza. Soy de Almería, tierra de mármol y hogar de muy buenos maestros marmolistas. De hecho, siento mucho orgullo de tener un sobrino al que quiero un montón, Dani, quien es maestro marmolista en nuestro pueblo, en Cantoria, en plena sierra de Almería, cerca de las legendarias canteras de mármol blanco de Macael. Así que quién sabe, pensé, quizás esta escultura, que tanto me fascinaba, estuviera esculpida en el mármol de mi tierra. Me gusta pensar que ese mármol blanco pudo haber sido extraído muy cerca de mi querido pueblo, apenas unos diez minutos en coche de donde nací.

Con estas ideas en mente y algo de tiempo de sobra, me animé. Hoy era el día. Hoy finalmente contemplaría la estatua de El Beso de la Muerte. Me adentré en el cementerio, con la sensación de estar a punto de descubrir algo especial.

Al cruzar la entrada del cementerio, me vi envuelto en una atmósfera serena, casi mística. El Cementerio de Poblenou, construido en 1775, tiene monumentos funerarios llenos de simbolismo y arte. Este lugar es como una galería al aire libre, en la que se refleja tanto la sensibilidad artística de la época como el deseo de perpetuar la memoria de quienes partían. Fue en este contexto que surgió El Beso de la Muerte, una obra que destaca no solo por su técnica, sino también por su capacidad de evocar emociones profundas.

La escultura de El Beso de la Muerte se encuentra sobre la tumba de Josep Llaudet Soler, un muy joven empresario que falleció en 1930. La familia Llaudet, llena de tristeza por la muerte de su hijo, encargó la escultura para su tumba, y en el epitafio quedaron grabados unos versos del poeta catalán Jacint Verdaguer: "Y su joven corazón no puede ayudar; en sus venas la sangre se detiene y se congela, y el ánimo perdido abraza la fe. Cae sintiendo el beso de la muerte."

La obra fue modelada en el taller del escultor y cortador de mármol catalán Jaume Barba, a quien tradicionalmente se le ha atribuido su autoría. Sin embargo, algunos sostienen que el verdadero autor fue su yerno, Joan Fontbernat Paituví, reconocido como el escultor más cualificado del taller familiar. Es posible que ambos, en mayor o menor medida, hayan contribuido al proceso creativo de la obra, cada uno dejando su propia huella. En mi humilde opinión, sería justo que se reconociera pública y documentalmente la participación de Fontbernat Paituví en esta pieza, ya que su talento y habilidad aportaron significativamente prestigio al taller de Barba. Sea quien sea el autor exacto, la escultura refleja el toque de un verdadero maestro, o maestros.

Después de unos minutos caminando entre las filas de tumbas, mausoleos y nichos, finalmente vi la escultura a lo lejos. Y allí estaba, imponente, sí, pero también mucho más conmovedora de lo que imaginé. La figura de un joven, con el pecho descubierto y una expresión de paz en el rostro, recibe el beso de la Muerte en la frente. La Muerte, representada como un esqueleto con alas, se inclina hacia él en un gesto que a algunos visitantes les transmite miedo, y a otros les parece casi un acto de compasión. La paz en el semblante del joven y la ternura de la Muerte creaban una escena inesperadamente serena.

La escultura es, a la vez, romántica y terrorífica; atrae y repele al mismo tiempo, y provoca diferentes impresiones en quienes la ven. El erotismo del beso es palpable, como si el joven recibiera a la muerte como una compañera que lo guía en su último viaje, en su último suspiro. La escultura es, a partes iguales, romántica y aterradora. Desde luego, pocas cosas en la vida son tan subjetivas e inexplicables como la belleza; ¿quizá la muerte...?

Al observar el mármol, supe que me encontraba frente a una obra hecha con maestría. La escultura estaba tallada con un detalle tan minucioso que podía percibir la suavidad de las alas y la delicadeza del huesudo beso. Me llené de orgullo al pensar en la posibilidad de que esa piedra tuviera muchas probabilidades de haber salido de las canteras de Macael, cerca, muy cerca de donde nací, como mencioné anteriormente, donde generaciones de maestros marmolistas han perfeccionado el arte de esculpir el blanco y frío mármol de la zona. Posiblemente, esta conexión me hizo apreciar aún más la obra, que parecía encerrar el esfuerzo y la dedicación de todos aquellos que han trabajado ese material puro de la naturaleza con tanto respeto y pericia.

La fuerza de El Beso de la Muerte radica en su simbolismo. La figura de la Muerte, al inclinarse para besar al joven, transmite un mensaje muy distinto al que solemos asociar con ella. En lugar de representarla como una figura aterradora con guadaña, la escultura parece hablarnos de la muerte como una transición natural y pacífica. El beso se convierte en una despedida compasiva, en una especie de liberación que despoja al final de la vida de cualquier temor.

Este enfoque se aparta de las concepciones clásicas de la muerte y refleja la influencia de la corriente romántica de la época, en la que temas como la fugacidad de la vida y la serenidad ante la muerte empezaron a aparecer en el arte y la literatura romántica de aquellos años. La imagen de la Muerte alada, casi como un ángel que acompaña al joven en su viaje final, resulta sorprendentemente consoladora. Me hizo pensar en cómo la vida y la muerte se entrelazan y en la posibilidad de un final en paz, sin miedo.

Desde su creación, El Beso de la Muerte ha cautivado a miles de visitantes, convirtiéndose en una obra que trasciende las barreras del tiempo y el lugar. No solo es una pieza central del Cementerio de Poblenou, sino también un símbolo de Barcelona, que ha inspirado a escritores, artistas y curiosos de todo el mundo. Hoy en día, se ha convertido en un hito del turismo cultural y del arte funerario, recordándonos la importancia de confrontar la muerte no como un final oscuro, sino como una parte natural del ciclo de la vida del que nadie puede escapar.

Al salir del cementerio, mientras me dirigía de vuelta al coche, me sentí lleno de una mezcla de respeto y paz. Había venido a buscar la belleza y la calma de una obra de arte, y me encontré con algo más: una reflexión sobre la existencia y la importancia de aceptar nuestra fragilidad humana. Se me eriza la piel de la emoción al pensar en aquel primer momento en que posé mi mano sobre la fría losa mortuoria. Mirando con respeto la escultura, pedí mentalmente permiso para tomar unas fotografías, las mismas que hoy comparto en este post.

El Beso de la Muerte parece una invitación a recordar que la muerte no es algo a temer, sino una etapa que todos compartimos, y la escultura nos lo recuerda con una mezcla de dignidad y compasión... con un beso. 













jueves, 31 de octubre de 2024

LOS MISTERIOSOS JUGUETES DE "EL BAÚL DE HAL" (KIKO, MI MONO CON PLATILLOS)

Aquellos que lleváis tiempo siguiéndome en el blog o habéis sido seguidores de la antigua página de Facebook "Yo También lo Tuve!", recordaréis que cuando se acercan estas fechas tan especiales como la noche del 31 de octubre, Halloween; el 1 de noviembre, Día de Todos los Santos; y el 2 de noviembre, Día de los Muertos o Día de los Difuntos, me gusta hacer algún post especial... mmmm digamos que un poco más tétrico y misterioso. Eso sí, estos posts siempre están relacionados, de forma directa o indirecta, con la temática de nuestra página: los recuerdos y la nostalgia de las décadas de los 60, 70, 80 y 90's. Este año no será la excepción, y espero que os guste este artículo.

Por cierto, permitidme que os cuente que he decidido dividir este artículo en tres partes.

La primera es para agradecer a mis queridos amigos Montse y David por un regalo que me hizo muchísima ilusión y que está muy relacionado con este artículo, o con una parte de él que considero muy importante y que os explicare.

La segunda parte tiene que ver con la nostalgia que me invade al haber conseguido, después de muchos años, los objetos que hoy os muestro y que me han inspirado a escribir este post.

Por último, la tercera parte es una historia, basada en hechos reales mmmm o eso se rumorea sobre uno de los objetos que os muestro, con un toque más misterioso, perfecto para estas fechas. Esta historia le dará un sentido especial a este artículo dedicado a las celebraciones que se aproximan. ¡Espero que las disfrutéis!


***********************************************

 

PRIMERA PARTE: Un regalo de cumpleaños completamente inesperado

Recuerdo que era un domingo de finales de marzo de este mismo año. Judith y yo habíamos quedado con Montse y David (aunque a mi colega siempre le he llamado Deivid desde que nos conocimos hace más de 40 años). Son amigos muy queridos de toda la vida, y la idea era tomar un vermut y pasar la mañana paseando entre antigüedades en "Mercantic", un encantador recinto ubicado en una antigua fábrica de cerámica en Sant Cugat (Barcelona). Es un lugar ideal para disfrutar del mundo de las antigüedades, el diseño, la decoración, el arte y la lectura.

Durante el trayecto, le comentaba a Deivid lo que encontraríamos allí, mientras nuestras parejas conversaban sobre ropa, moda y algún que otro cotilleo jejejeje. Le describía lo mágico que era el lugar y mencioné que una de mis tiendas preferidas era un taller de lámparas estilo Tiffany. Cada vez que pasaba por sus vitrinas, me detenía a admirar esas lámparas tan preciosas que me traían un recuerdo especial de mi infancia. Le conté que estaba trabajando en un artículo para finales de octubre sobre un juguete que me había llegado de Japón, y que también pensaba mencionar esas lámparas, ya que jugaban un papel importante en la historia que quería contar.

Deivid, sonriendo, me dijo que tenía tres o cuatro lámparas tipo Tiffany en su casa. ¡No lo podía creer! Me explicó que formaban parte de una herencia de una tía suya que también era amante de lo retro y vintage. Seguro que ella y yo habríamos tenido largas y amenas charlas sobre coleccionismo y temas similares. Así quedó la conversación, entre risas y buenos recuerdos.

Sin embargo, esa idea de las lámparas no se me iba de la cabeza. Pasaron los meses, y con la preparación de ese artículo tan especial, empecé a pensar en cómo sería recrear una escena que me recordara a mi niñez. Me imaginaba las imágenes que quería compartir, y se me ocurrió pedirle a Deivid una de sus lámparas para la sesión fotográfica.

Así que un día, con un poco de vergüenza, le dije:

—Deivid, tengo que pedirte un favor. Puede parecerte raro, pero ¿me prestarías una de tus lámparas Tiffany para una sesión de fotos? Es para el artículo del que te hablé cuando fuimos al Mercantic, ¿lo recuerdas?

Deivid, con una sonrisa pícara, me contestó que claro que lo recordaba, a pesar de su “memoria de pez” jejejeje. Le expliqué que me sentía algo incómodo por esa petición tan extraña que le hice, pero su respuesta, acompañada de una carcajada socarrona, fue:

—Con tantos años que hace que nos conocemos ya estoy acostumbrado, nada viniendo de ti me sorprende ya —jajajaja.

Acordamos que un día pasaría por su casa para elegir una de las lámparas.

Hace un par de semanas, Montse y Deivid nos invitaron a comer a su casa. Mientras disfrutábamos de la deliciosa comida que Montse había preparado, Deivid me señaló un rincón y me dijo:

—Ahí tienes las lámparas. Elige la que más se parezca a la de tu recuerdo.

Cuando finalmente elegí una, me dieron una increíble sorpresa:

—¡Pues ya te la puedes llevar, es tuya! Dentro de una semana es tu cumpleaños, y este es tu regalo adelantado.

¡No podía creerlo! Al recordar ese momento, todavía se me erizan los pelos de la emoción. La ilusión que me hizo ese regalo fue indescriptible.

Este artículo refleja un momento muy especial para mí, y no puedo dejar de dar las gracias a Montse y Deivid por este detalle tan bonito que también atesoraré entre los recuerdos especiales, esos recuerdos que guardo en un cajoncito de mi corazón. ¡Os queremos un montón!

 

SEGUNDA PARTE: Inquietante, pero mágico recuerdo de niñez.

Era un día especial, uno de esos en los que no había colegio. Con apenas 5 o 6 años, me quedé con mi tía Encarna, que trabajaba como portera en una finca situada en mi querido "Paseo de San Juan" (un lugar donde pasé muuuchas horas de juego junto a mis amigos de infancia en aquellos columpios, toboganes y demás cacharritos). No llevaba mucho rato en la portería cuando, de repente, mi tía se acercó a mí con una sonrisa cómplice y me dijo:

—Acaban de dejarme un paquete para el pintor del ático. ¿Quieres venir conmigo a entregarlo?

Sin pensarlo dos veces, me animé. Así que juntos subimos hasta el último piso, donde vivía el pintor. Al llegar, mi tía picó a la puerta, y al poco rato, nos abrió un hombre mayor, con el pelo cano y un bigote tan grande que parecía sacado de una publicidad del tío del Linimento de Sloan jejejeje. Me miró con curiosidad y sonrió.

—¡Señora Encarna! —dijo, inclinándose en una leve reverencia—. ¡Muchas gracias por subir este paquete! Y este pequeño caballero, ¿quién es?

Extendió su mano con elegancia, esperando que yo le diera la mía. Mi tía, orgullosa, respondió mientras me presentaba:

—Es mi sobrino, el hijo pequeño de mi hermano Rafael.

En ese momento, una señora mayor, igual de cariñosa que su esposo, apareció en la puerta. Me saludó con una sonrisa cálida y, antes de que pudiera decir algo, me acarició la mejilla.

—¿Te gustaría un caramelo? —me preguntó con dulzura.

Miré a mi tía buscando aprobación, y ella asintió con la cabeza. Tímidamente, le respondí que sí. Entre risas, me invitó a pasar al apartamento, y aunque al principio me sentí algo cohibido, no pude resistirme y entré. Para mi sorpresa, la señora no me dio solo un caramelo, ¡sino que llenó mis bolsillos con ellos!

Lo primero que vi al entrar fue un caballete con una hermosa pintura del vecino templo de la Sagrada Familia. Aquel señor no era un pintor de brocha gorda, como yo había pensado, ¡era un verdadero artista, un pintor paisajista, con mucho arte! Pero lo que más llamó mi atención no fue la pintura, sino la luz tenue que iluminaba el salón de aquellos abuelos. Provenía de una preciosa lámpara con cristales de colores que, con el tiempo, ya siendo adulto, supe que era una de esas famosas lámparas de Tiffany. Y justo debajo de esa lámpara, había algo que me fascinó y me inquietó al mismo tiempo: un juguete decorativo, un mono con platillos.

Sus ojos parecían seguirme a donde quiera que fuera, y no podía dejar de mirarlo. La señora, al notar mi fascinación, me sonrió y me preguntó:

—¿Quieres ver cómo toca los platillos?

Antes de que pudiera responder, tocó un botón y el mono comenzó a hacer sonar los platillos con un estridente "cling, cling, cling, cling, cling". Me reí, divertido. Pero lo que no esperaba era lo que vino después. De repente, la señora apretó otro botón, uno oculto en la coronilla del mono. En un instante, el juguete dejó de tocar los platillos y comenzó a emitir unos chillidos estridentes mientras sus ojos salían y entraban de sus órbitas y al mismo tiempo levantaba los labios para enseñarme los dientes.

¡Qué susto me dio! Sentí que el corazón me daba un vuelco, pero al mismo tiempo, no podía apartar la mirada. El condenado juguete me había asustado, pero también me había encantado. Cuando el mono se detuvo, todos nos reímos, y hasta yo me uní, aún un poco tembloroso, pero fascinado por ese extraño juguete.

Al despedirnos, me di cuenta de que, a pesar del susto, aquel rato en casa del pintor del ático y su esposa sería una de esas historias que jamás olvidaría. Y es que no todos los días uno tiene la suerte de conocer a un pintor paisajista, una lámpara de luz tenue con cristales hipnóticos de colores y, claro, a un mono de platillos que parece cobrar vida para darte un inesperado susto jejejeje.

 

TERCERA PARTE: Una historia para leer bajo la luz tenue de una lámpara en noche de CastaWeen.

El simpático y a la vez escalofriante monito de los platillos, conocido como "Jolly Chimp", es uno de esos juguetes que, aunque diseñados para entretener, han generado más terror que risas. Creado y fabricado entre los años 50's a los 70's por la compañía japonesa Daishin CK, este juguete tenía una mecánica simple: el mono chilla, y sus ojos salen de las orbitas, mientras golpea sus platillos cuando se activa, mostrando una sonrisa extraña con los dientes al descubierto. Vestido con pantalones a rayas rojas y blancas y un chaleco amarillo, aunque esto podía variar según fabricante tanto en vestimenta como en instrumentos, que bien podían ser un tambor o un acordeón, aunque el primero de su serie fue con platillos y la ropa que menciono. Su apariencia debería haber sido encantadora, pero terminó siendo perturbadora para muchos.

Originalmente, el juguete estaba pensado para divertir a los niños. Sin embargo, pronto se convirtió en un objeto de pesadilla. Los niños que recibían a este inquietante mono solían experimentar miedo e incluso terror nocturno. A lo largo del tiempo, este juguete fue adquiriendo fama no solo como un accesorio infantil, sino como una herramienta de entretenimiento en hospitales para niños con enfermedades terminales y, en algunos casos, en manicomios. Y fue ahí donde comenzaron a circular las leyendas más oscuras.

La leyenda del monito Jolly Chimp asegura que, en más de una ocasión, se le vio activarse solo en plena noche. Enfermeras en hospitales donde se encontraban estos juguetes contaron relatos espeluznantes: en medio de la madrugada, el simpático mono comenzaba a tocar sus platillos sin que nadie lo encendiera. Lo más inquietante es que muchas veces, después de estos eventos, se encontraba sin vida a uno de los niños presentes en la habitación.

Algunos creen que estas historias son exageraciones, pero otros, especialmente quienes trabajaban en hospitales en los años 60's y 70's, aseguran que hay algo oscuro detrás de este aparentemente inofensivo juguete. Con el paso del tiempo, el miedo se fue acumulando, y muchos padres decidieron deshacerse de los monitos. A día de hoy, estos juguetes son extremadamente escasos, y los pocos que quedan de aquellos años, como el famoso "Jolly Chill", pueden venderse a precios exorbitantes.

Una de las historias más escalofriantes asociadas al Jolly Chimp es la de Christopher, un niño de 11 años que vivía en Manhattan en 1967. Según los relatos, Christopher recibió el mono como regalo de su padre que se lo había comprado a un extraño vendedor ambulante. Hasta ese momento, era un niño alegre y lleno de vida, pero todo cambió la noche del 28 de octubre de ese mismo año.

Esa noche, tras regresar de una cena familiar, Christopher no podía dormir, algo poco común en él. Decidió prender la luz y jugar con el monito, pero al tomarlo en sus manos, notó algo extraño: el juguete estaba caliente. Sin embargo, no le dio mayor importancia, apagó la luz y regresó a su cama. Poco después, el mono se activó solo en la oscuridad, golpeando sus platillos de forma insistente. Cuando el niño intentó apagarlo, sintió que una mano invisible lo detenía. Asustado, salió corriendo a contarles a sus padres, quienes encontraron el mono en la cama de Christopher, a pesar de que él lo había dejado en un estante.

Desde esa noche, el comportamiento del niño cambió. Empezó a mencionar la palabra "Azazel" en sueños, un nombre vinculado a un ángel caído, según algunas creencias. Preocupados, los padres llevaron a Christopher con los famosos investigadores paranormales, Ed y Lorraine Warren. Los Warren concluyeron que el juguete estaba maldito y que tenía como objetivo poseer almas inocentes. Después de realizar un ritual de exorcismo y sanación, Christopher se recuperó lentamente.

Con el tiempo, el monito de los platillos no solo se convirtió en una leyenda, sino en un icono del cine. Aparece en Toy Story 3, donde es representado como un vigilante obsesivo que hace sonar sus platillos cada vez que detecta algo sospechoso. También aparece en películas de terror, como el conjuro, donde refuerza la atmósfera espeluznante, o El fantasma de la ópera y El regalo del diablo, donde su inquietante presencia aumenta la tensión, o también en el clásico Encuentros en la tercera fase, entre otras muchas películas.

El Jolly Chimp incluso ha hecho cameos en series como Los Simpson, donde su figura siniestra es utilizada para representar situaciones absurdas o terroríficas. Su presencia constante en la cultura popular demuestra cómo este pequeño juguete ha trascendido generaciones, alimentando tanto el humor como el miedo.

A día de hoy, la escasa existencia de los monitos de los platillos y las historias que los rodean han hecho que muchos se pregunten si es buena idea tener uno en casa. Aunque algunos como yo lo vemos como una pieza de coleccionista a pesar de que mi mono al que por cierto bautice con el nombre de Kiko (hijo de King Kong, jejejeje) es una reedición mas actual, otros no pueden evitar sentir un escalofrío al recordar las historias que lo rodean. Así que la próxima vez que te encuentres con uno de estos pequeños chimpancés en una tienda o película, pregúntate: ¿te atreverías a tener uno en casa? Porque nunca se sabe cuándo podría comenzar a tocar sus platillos... solo. ¡FELIZ CASTAWEEN!

Eeeeeep!!! Se me acaba de colar un espontaneo, y encima exige que quiere salir en el vídeo y en las fotos del post mmmm pues nada, nada aquí os dejo otro de mis juguetes misteriosos, este para mi es el más especial, mi preferido el Sr. Sebastián Sebas para los amigos, ¿No lo conoces? pues aquí te dejo un par de enlaces por si quieres conocerlo.


La historia de Sebastián, Sebas para los amigos: https://yotambienlotuve.blogspot.com/2020/10/con-parlanchin-risa-sin-fin-o-puede-que.html

Video de Sebas felicitando CastaWeen: https://yotambienlotuve.blogspot.com/2020/10/feliz-castaween.html













*******************************

sábado, 26 de octubre de 2024

NO JUEGUES AL TWISTER CON EL DIABLO

Llegan fechas señaladas, como Halloween, y con ellas, memes terroríficamente divertidos. En nuestro blog no vamos a ser menos, así que vamos a empezar con una nota de nostalgia con humor, acorde a la ocasión. La semana que viene, seguro que haré un especial terroríficamente divertido, no te lo pierdas, jejejeje. ¡Vamos allá!.

¡Atención, atención! Recuerda que el mal siempre intenta jugar con ventaja... ¡Es un auténtico marrullero! Siempre va con trampas bajo la manga, con cara de bueno y risitas maléficas incluidas. No te fíes ni un pelo de él, ¡hasta en Halloween intentara jugártela!

¡Mantén los ojos bien abiertos y el humor a tope! jejejejeje.

sábado, 19 de octubre de 2024

JABÓN LAGARTO: LIMPIEZA CON OLOR A RECUERDOS

Ah, el famoso Jabón Lagarto, ese icónico bloque marrón que, para muchos de nosotros, fue un símbolo de la infancia, junto al olor del caldo casero con hueso de jamón y el sonido de las radionovelas en casa de la abuela. Este post va dirigido a aquellos que, como tú o yo, de pequeños pensábamos que el jabón se hacía con las escamas y la piel de algún pobre lagarto, tal vez el mismísimo "Lagarto Juancho". La historia del Jabón Lagarto es un viaje lleno de nostalgia y momentos entrañables.

El Jabón Lagarto tiene sus raíces en la España de principios del siglo XX, aunque la historia de la fábrica que lo originó va más allá. Fue fabricado por "Lizariturry y Rezola", una de las industrias más antiguas de San Sebastián, que comenzó su actividad en 1864. Así que podríamos decir que, en este año 2024, la fábrica hubiera cumplido nada más y nada menos que 160 años.

Esta empresa no solo se dedicaba a la fabricación de jabones, sino también de bujías, velas, glicerinas y parafinas. Aunque Lizariturry y Rezola cerró en la década de los 90's, el Jabón Lagarto, que vio la luz por primera vez en 1914, sigue siendo uno de sus productos más emblemáticos. Hoy en día continúa su fabricación de la mano de la empresa "Euroquímica", lo que significa que este año el mítico jabón también está de aniversario, mmmm un momento que pillo la calculadora jejejeje, y celebra 110 años de existencia. ¡Nada mal! Como los reptiles, que pueden vivir tanto tiempo que parecen sacados de la prehistoria, tal vez el Jabón Lagarto heredó esa longevidad de algún antepasado dinosaurio.

En una época en la que el analfabetismo era elevado, muchas personas no sabían leer ni escribir, por lo que las marcas comerciales recurrían a imágenes o símbolos fácilmente reconocibles. Un símbolo como el de un animal en el empaque era clave para atraer a los consumidores. Por ejemplo, una fábrica de cigarrillos podía usar un bisonte o un dromedario en su paquete, o una marca de papel higiénico, un elefante, simbolizando fuerza y limpieza. En el caso del Jabón Lagarto, su nombre y el dibujo del reptil lo hacían fácilmente reconocible para todos, incluso sin saber leer. No es difícil imaginar cómo, para más de un niño, el lagarto esculpido en cada pastilla de jabón desataría la imaginación, haciéndonos pensar que, en verdad, había un reptil involucrado en su fabricación. Ufffff si los visitantes de V se enterasen de esto... Estaríamos arreglados, la mala malísima Diana nos haría la vida imposible, jajajajaja.

Recuerdo perfectamente el olor penetrante del Jabón Lagarto, ese aroma inconfundible que invadía la casa de mi abuela cada vez que lavaba la ropa. Todavía hoy, cuando lo percibo, me transporta al pasado. El Jabón Lagarto era una herramienta infalible para las amas de casa, incluyendo a mi abuela, que se reunían en el lavadero del pueblo para lavar la ropa a mano, antes de que las lavadoras ocuparan un lugar privilegiado en los hogares.

Ah, el lavadero… casi un lugar sagrado en algunos pueblos, en mi caso en Cantoria, Almería. Era un sitio lleno de vida, un lugar que recuerdo con mucho cariño, donde las mujeres del pueblo se reunían mientras sus maridos trabajaban fuera. Allí, entre charlas y risas, mi abuela y sus vecinas frotaban sin descanso la ropa contra las piedras o las tablas de lavar, creando una sinfonía cotidiana con la ayuda del infalible Jabón Lagarto.

Los niños que acompañábamos a nuestras madres, abuelas o hermanas mayores solíamos meternos en el agua, chapoteando en la acequia mientras ellas luchaban contra las manchas difíciles. Pero ese espacio era más que un lugar para lavar; era un rincón lleno de vida donde se compartían chismorreos, historias, recetas, consejos y sobretodo secretos a voces, mientras las pastillas de jabón se iban desgastando.

Aunque su uso principal era para lavar la ropa, el Jabón Lagarto servia para todo. Si alguna vez te metías en un charco de barro, bien podías terminar frotado de pies a cabeza con aquel jabón. ¡Incluso para la higiene personal servía! Y no lo digo solo yo; hay casos en los que más de un dermatólogo llegó a recomendarlo para el cuidado personal, e incluso era mano de santo para el cabello graso. Más de uno pensará que me estoy inventando esto, pero nada más lejos de la realidad. Investigad en la red y encontraréis muchos testimonios que lo confirman.

Era un remedio infalible contra la suciedad, y las madres y abuelas lo sabían bien. El Jabón Lagarto era un todoterreno que resolvía cualquier situación, desde manchas imposibles en la ropa hasta las más rebeldes en nosotros, los chiquillos. Aunque estaba pensado principalmente para la limpieza de la ropa, en muchas casas se usaba también como un jabón multiusos.

Recuerdo que si me ensuciaba jugando en la calle o en el campo, no era raro que mi abuela me frotara con él para quitarme la roña, (como ya os mencioné anteriormente), incluso detrás de las orejas, esa zona que siempre parecía ser un imán para la suciedad. Claro que escocía un poco si te entraba en los ojos, pero no había mancha que se le resistiera, ya lo cantaba Caponata y Perezgil: ♫♪♫♫♪… Cuando te manches las manos en el barro y te tapen los chorretes la visión, si no quieres que te digan, ¡ANDA GUARRO! Abre el grifo, dale al agua y al jabón... ♪♫♪♫♪. Ellos en la canción no nombraban marcas, pero yo estoy seguro de que se referían al Jabón Lagarto, jajajaja.

Quizás lo más nostálgico era el grabado del lagarto en cada pastilla, un emblema icónico que parecía tener vida propia. Y mientras ese grabado se iba desgastando con cada uso, el jabón seguía allí, firme, dispuesto a batallar contra la suciedad. Mi abuela solía guardar los pequeños pedacitos que quedaban y los derretía para formar una nueva pastilla de jabón, un truco que muchas amas de casa aprendieron para alargar la vida útil del querido Lagarto.

Para mí, ese lagarto simbolizaba algo misterioso, aunque en realidad era solo el logotipo de la marca. Su fórmula, basada en grasa y sosa cáustica, era simple pero tremendamente efectiva. De niño, estaba convencido de que el pobre Lagarto Juancho debía haber sido víctima de algún proceso industrial que no comprendía.

Hoy en día, el Jabón Lagarto ha resistido la prueba del tiempo. Aunque ya no lo veamos en todos los hogares, sigue siendo el preferido de quienes buscan un jabón natural, sin aditivos, y con esa capacidad mágica para quitar manchas. Hay algo reconfortante en ese olor que te transporta directamente a la infancia, al lavadero del pueblo, al calor de la cocina de la abuela, donde todo era simple y auténtico.

Lo curioso es que, ahora, muchos de nosotros buscamos precisamente eso: lo artesanal, lo puro, lo de siempre. A veces, la modernidad no puede competir con el poder de un recuerdo. Así que este es como otros de esos pocos productos que perduran, cada vez que veo una pastilla de Jabón Lagarto en alguna tienda, no puedo evitar sonreír. Es un pedazo de historia, un fragmento de nuestra infancia y de la vida de nuestras abuelas o madres, que sigue aquí, firme, como un viejo amigo que nunca se fue.

Y quién sabe, tal vez aún quede algún chiquillo que sigue pensando que hay un pobre Lagarto Juancho involucrado en su fabricación. Pero eso, querido amigo, es parte del encanto y del misterio del Jabón Lagarto.

Para finalizar, me gustaría mostraros las pastillas de Jabón Lagarto que guardo en "EL BAÚL DE HAL", junto a unas publicidades de archivo, así como un par de láminas enmarcadas que son una pasada. Una de ellas conmemora los 100 años de la empresa "Lizariturry y Rezola" (1864 - 1964), y la otra es una copia del famoso cartel publicitario de Jabón Lagarto, pintado por Pedro Antequera Azpiri en 1924.

Este cartel es una auténtica obra maestra del diseño gráfico, que aún hoy se estudia en escuelas de diseño y se menciona en tesis doctorales sobre mercadotecnia. Alrededor de él se llevó a cabo una campaña publicitaria integral, que vinculaba el dibujo del lagarto tanto en los anuncios como en la propia pastilla de jabón. Fue uno de los primeros ejemplos en España de un concepto publicitario coherente y unificado, lo que lo convierte en un hito en la historia de la publicidad española.

Pues nada, solo me queda deciros que, cuando os duchéis, no olvidéis lavaros detrás de las orejas. Y como decía una buena amiga mía: "mmmm... ¡Entre los dedos de los pies!" jajajaja.









sábado, 12 de octubre de 2024

EL CHICLE COSMOS NEGRO: UN VIAJE RETROESPACIAL

Hablar del chicle Cosmos Negro, y en especial de su segunda versión (la que sacamos hoy del "Baúl de HAL"), es como embarcarse en una nave espacial retro, directa a las décadas pasadas. Una época en la que las golosinas no solo te llenaban de azúcar hasta las cejas, sino también de imaginación y, en este caso, ¡de negro! Este mítico chicle, fabricado por Chicles Americanos S.A. en Pinto, Madrid, dejó una marca indeleble en la infancia de muchos, no solo por su peculiar sabor, sino también por su estética espacial. No era solo un chicle, era un fenómeno. Pero, ¿qué lo hacía tan especial?

Primero, hablemos de su sabor. El Cosmos Negro no era un chicle para todos los públicos, ni mucho menos. Con su intenso gusto a regaliz, parecía más un reto para el paladar que una simple golosina. No era el típico chicle de fresa o menta que te daban tus abuelos para mantenerte callado. No, no. Este era de los que te obligaban a tener carácter. El verdadero ritual comenzaba cuando sacabas esa goma de mascar negra como el carbón, con la solemnidad de un Guerrero Jedi, y la mostrabas a tus amigos como si fueras el más valiente del grupo.

Y si alguna vez lo probaste, seguro que recuerdas lo rápido que te dejaba la lengua negra como si hubieras estado mascando una bota de Darth Vader. ¡Ah, qué tiempos! Tener la lengua negra era un distintivo de valientes, casi un pase VIP al club de los que no le temían a nada, mientras los demás se contentaban con sus opciones más seguras y… menos oscuras. Eso sí, ¡su textura! Te hacía dudar si estabas masticando chicle o intentando roer un trozo de neumático. Pero todo valía por el desafío.

El Cosmos Negro no solo sorprendía por su sabor atrevido, sino por su temática espacial, que lo hacía aún más irresistible. En pleno auge de la carrera espacial, cuando todo lo que viniera del espacio era automáticamente más cool, este chicle era el rey del kiosco. Su envoltorio, ¡madre mía! Era un espectáculo: negro como la noche, con un fondo estrellado que parecía sacado de un catálogo de viajes intergalácticos.

Y ahí estaba él, un astronauta (¡qué diría yo que era de raza negra y con un peinado con raya muy afro, todo un look que haría sonreír al mismísimo Lando Calrissian!), flotando en el negro del espacio, junto a una nave que bien podía haber sido la prima cercana de la Águila de la serie "Espacio: 1999". Abrir ese envoltorio era como recibir un billete de primera clase en una aventura espacial.

Pero como todo lo bueno, el Cosmos Negro tuvo un final misterioso. Un día, sin previo aviso, desapareció de los kioscos, dejando a todos con la lengua negra y el corazón partio. Nadie sabe con certeza por qué se dejó de fabricar; es uno de esos grandes misterios de la galaxia, al nivel de los agujeros negros o los calcetines que desaparecen en la lavadora. Quizás los gustos cambiaron, o tal vez la humanidad no estaba preparada para un chicle tan audaz. Quién sabe.

Hoy, si tienes suerte, ya que estos chicles están muy buscados, podrías encontrar alguna de estas reliquias en subastas de antigüedades online o en colecciones privadas. Pero ojo, masticar un chicle de más de 40 años suena como una broma de mal gusto. Yo, personalmente, paso. Aunque no niego que me gusta tenerlos en mi colección y que cada vez que agarro y miro uno de esos antiguos chicles de mi colección, cierro el puño y siento que la fuerza me acompaña y está conmigo, jejejeje.

En un mundo donde los chicles de hoy en día parecen competir más por limpiar los dientes que por endulzar la vida, es difícil imaginar que algo tan auténtico como el Cosmos Negro vuelva a los kioscos. Lo que queda es su leyenda, con esos sabores únicos de regaliz. También existieron en versiones de fresa o menta, con sus envoltorios espaciales, acompañados de cromos coleccionables de naves y cohetes que nos hacían soñar con conquistar el universo.

Estos cromos venían con los primeros chicles Cosmos, y, por cierto, ellos también merecen un post. Hablar de ellos y mostrároslos vale mucho la pena, ya que tenían diferencias con los de la segunda generación que os estoy mostrando ahora. Una de esas diferencias era el envoltorio, que tenía un diseño diferente, y, claro, los cromos, que los de la segunda generación no incluían. mmmm... pero eso lo dejamos para otro día... ¡Prometido!

Y así llegamos al final de esta pequeña odisea cósmica. Un simple chicle, una lengua negra y una sonrisa inolvidable. Este homenaje al Cosmos Negro de segunda generación nos recuerda que, a veces, las cosas más simples pueden dejar una huella eterna. Aunque, eso sí, ¡esperemos que no sea en los dientes! jajajajaja.