¿Nuestra época aburrida...? En aquellos años éramos los reyes de la diversión analógica, los maestros de convertir cualquier rincón en un parque temático improvisado. Antes de que los móviles dictaran el ritmo de la vida y los pulgares se volvieran atletas de scroll infinito, nosotros vivíamos aventuras de verdad, de las que no necesitaban batería ni señal para funcionar.
Bastaba una tarde libre, unos cuantos amigos y algo de imaginación. Éramos expertos en transformar una botella vacía en una ruleta del destino. Nuestro "Tinder" era el juego de la botella, con su tensión creciente, sus corazones latiendo a mil y esa mezcla de vergüenza y emoción cuando apuntaba a la chica (o el chico) que te gustaba. No había pantalla que nos protegiera: si tocaba beso, tocaba. En carne y hueso, con mejillas rojas y sonrisas nerviosas. Esos momentos no venían con filtro, pero se quedaban grabados para siempre.
El juego de la botella era nuestra app de citas, pero con adrenalina real. ¿Que hoy tienes Tinder? Nosotros teníamos el suspense de ver esa botella de refresco girando lentamente hasta señalar a ella o a él. ¡Y vaya si hubo primeros besos torpes pero inolvidables en esos juegos! Más de uno descubrió el amor (o al menos el revoloteo en el estómago) entre risas nerviosas y miradas furtivas. Nada de mensajitos tímidos: aquí el contacto era real, con sus mariposas en el estómago incluidas. Cada giro era un pequeño terremoto emocional, un momento de gloria o tragedia adolescente. Y, aunque a veces solo fuera un roce rápido, esas historias se contaban durante días y quedaban marcadas en la memoria durante años.
Y si de juegos hablamos, nuestro catálogo haría palidecer a cualquier consola de última generación. "Verdad o Reto" era nuestro reality sin censura, donde los secretos salían a la luz y los desafíos más ridículos se convertían en leyendas del barrio. "Manitas Calientes" no necesitaba gráficos ni efectos: bastaba un buen reflejo y la resistencia al dolor. Esa palmada bien dada dolía más que perder una partida online, pero también era motivo de carcajadas.
¿Fortnite? Nosotros jugábamos a "Policías y Ladrones", el battle royale original. El barrio entero era nuestro mapa, las calles eran trincheras, y los escondites, verdaderos búnkeres secretos. Corríamos tanto que no necesitábamos gimnasio ni smartwatch para contar pasos. Y luego estaba el "Escondite Nocturno", la versión más intensa de todas. De noche, con la emoción de esconderte sin hacer ruido, y si encima compartías escondite con la chica o el chico que te gustaba… la adrenalina se mezclaba con las mariposas que revoloteaban en tu estómago.
Y es que cada tarde podía convertirse en una historia digna de película. ¿Quién no participó en los calurosos días de verano en aquellas guerras de globos de agua que terminaban con todos empapados y riendo sin parar? ¿O en esas carreras de bici donde las rampas eran tablones rescatados de alguna obra y los saltos… bueno, no siempre salían bien, pero vaya que lo intentábamos? Lo nuestro era ensayo y error, con rodillas peladas como medalla de honor.
Los concursos de chistes eran otra joya. No importaba si eran buenos, malos o directamente absurdos: ganaba el que hiciera reír más, aunque fuera de lo malo que era el chiste. Y, por supuesto, las acampadas en el jardín. Con linternas, historias de miedo y esa sensación de que, aunque estuvieras a tres metros de tu casa, estabas en mitad de una aventura épica. Terminábamos durmiendo todos juntos, o intentándolo, porque después de cada historia de terror alguien se asustaba y ya no había quien pegara ojo.
Y si no se podía acampar fuera, entonces se armaba el campamento dentro de casa: sillas, muebles y mantas cubriéndolo todo se convertían en una tienda de campaña improvisada en tu cuarto, donde tú y tus primos pasaban la noche entre risas, cotilleos, juegos y linternas encendidas bajo las mantas. Aquello no tenía nada que envidiarle a un camping real. Era mágico.
Hoy todo es más rápido, más brillante, más digital. Pero también más solitario y más frío. Muchos tienen miles de seguidores, pero pocos amigos con los que compartir una tarde sin mirar el reloj. Hoy en día, la conexión a Wi-Fi se os cae y ya no sabéis qué hacer; algunos lloran y otros, con los nervios a flor de piel, son capaces de pegar pellizcos a los cristales hasta que vuelve la señal. Y ni te cuento cuando os quedáis sin batería: os ponéis en modo zombi buscando enchufes por todas partes. ¡Jajajaja! Eso sí que no nos pasaba a nosotros: nuestras tardes se basaban en la conexión humana, no en la señal de un router.
Nosotros no teníamos redes sociales, pero sí una red de amigos de verdad. De los que llamaban a tu puerta, no a tu pantalla, para preguntar si podías salir a jugar.
Así que no, aburrida nuestra época no era, y nosotros éramos creativos, valientes, espontáneos. Y, aunque los tiempos cambien, algo está claro: no hace falta tecnología para crear recuerdos inolvidables. Solo ganas, imaginación y un buen grupo de amigos. Eso sí que era vivir.
¿Y si todavía piensas que vivir sin móviles era aburrido? Es porque no sabes lo que es pasarlo bien de verdad.