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viernes, 31 de octubre de 2025

EL CUADRILÁTERO OSCURO DE TARRASA: UNA RUTA ENTRE LA LUZ Y LA SOMBRA

Antes de comenzar nuestro relato especial "Castaween 2025", dejad que os muestre un pequeño truco de ¡MAGIA POTAGIA!. ¿Dónde está la carta, a la izquierda o a la derecha?

Eso era lo que me decía mi padre con aquel juego que él mismo me fabricó, el mismo que hoy he rescatado de "EL BAÚL DE HAL" y que he fotografiado. Lo conservo con un cariño enorme, desde hace casi 50 años.

El juego de las tablillas mágicas, también llamado cartera mágica o billetera de cintas, consiste en dos tablillas unidas por cintas entrecruzadas. Se abren como un libro, pero con la particularidad de poder hacerlo por el lado izquierdo o el derecho, según te convenga. Al abrirlo por un lado, las cintas sostienen un objeto, como una carta; al abrirlo por el otro, las cintas cambian de posición y el objeto parece moverse o cambiar de lugar por arte de magia. Todo se basa en la mecánica de las cintas y la ilusión óptica; no hay truco oculto. Se utiliza como juguete, truco de magia o cartera decorativa, y para los ojos de un niño, todo ocurre como por arte de magia.

Quizá os preguntéis: ¿qué tiene que ver un inocente y nostálgico juego artesanal con un relato cargado de tétrico misterio, como ya es tradición en estas fechas? Esta historia está dividida en cuatro partes; cada parte tiene su lugar misterioso, pero, de una forma u otra, todas se entrelazan. Trozos de ellas yo las relato en primera persona porque, en algún momento de mi niñez, anduve por esos lugares, lugares marcados por tragedias, y hace apenas cuatro o cinco meses volví a pasear por ellos después de casi 50 años, preparando este artículo.

Los sucesos que voy a relatar podrían haber inspirado al maestro Poe o a nuestro Narciso Ibáñez Serrador en Historias para no dormir. Lo que sí es cierto es que los hechos de la primera parte que vais a leer fueron llevados al cine en 2003 por el director Óscar Aibar, con la pelicula titulada "platillos volantes"

¿Sientes la curiosidad? Entonces acompáñame y descubre lo que ocurrió.

Para empezar este artículo especial de "Castaween", me tengo que remontar algunos años atrás en el tiempo. Nos situamos en uno de aquellos domingos de mediados de los 70's, en la estación de Renfe de Arco de Triunfo (Barcelona), en uno de esos domingos en que íbamos a visitar a mis tíos y primos de Tarrasa. Me veo muy contento, fijo que sería un día muy completo y divertido para mí, jugando con mis primos y, de postre, llevábamos un buenísimo pastelito envuelto con un bonito papel y anudado con unas cintas verdes, mmmm… más adelante entenderéis el porqué os menciono el detalle del pastel, o más bien lo de la envoltura y el anudado con cintas verdes.

Recuerdo que solíamos bajar una parada antes de Tarrasa Estación, en el apeadero de "Torrebonica" (quedaos con este nombre, tiene mucho que ver con nuestra historia). Nos bajábamos allí porque la casa de mis tíos estaba tan solo a 15 minutos andando desde aquel pequeñísimo apeadero dirección al barrio de Las Arenas o al de San Cristóbal. En cambio, si nos apeábamos en Tarrasa centro, entre esperar el bus en un día festivo y el recorrido hasta la casa de mis tíos, se nos iba casi una hora más de trayecto.

El recorrido desde Torrebonica hasta la casa de mis tíos era bonito y entretenido. Nada más bajar del tren, te encontrabas con aquel pequeño apeadero rodeado de árboles, vegetación, cañas y montañas, alejado del núcleo urbano. Era un lugar solitario pero precioso, idóneo para hacer un tranquilo picnic, aunque hubo gente que aprovechó la soledad y la tranquilidad de aquel lugar para otras necesidades que pronto sabréis.

Aquel domingo, como otros tantos, bajamos del tren y mis padres se quedaron observando el letrero de la estación, o mejor dicho, lo que quedaba de él, ya que alguien se lió a pedradas y lo hizo pedazos. Les pregunté a mis padres, con la curiosidad de un niño de 7 u 8 años, qué había ocurrido.

Ellos le quitaron importancia, no querían hablar del tema, aunque hoy en día pienso que el letrero pudo estar roto por varios motivos y no necesariamente por vandalismo. Quizás por rabia, impotencia o simplemente para que al anochecer la única luz que iluminara aquel apeadero fuera la de la luna o la de un tren al atravesar por esas vías.

Mi padre se agachó y cogió unos trozos de aquel plástico blanco lechoso del letrero de Torrebonica y me dijo: "Después te haré un juguete con esto. Ahora vámonos para casa de los titos." Hasta ahí, todo bien y normal, aparte de lo del cartel.

Fueron muchos los domingos que hicimos aquel trayecto. Recuerdo incluso que, en un par de ocasiones, hicimos picnic toda la familia por aquellos tranquilos bosques, muy cerca del sanatorio de Can Viver, del cual también hablaremos más adelante.

Después de muchos años y algunas casualidades de la vida, como una noche concreta, a una determinada hora, mover el dial de una radio y pararte en un programa de misterio, de repente escuchas una macabra historia, y como epicentro de todo ello, un pequeño apeadero. ¿Adivináis cómo se llamaba esa estación? Sí, lo acertasteis, se llamaba y se llama Torrebonica.

Ufffffff, se me ponen los pelillos de punta al escribir este artículo y recordar aquellos paseos desde Torrebonica a Tarrasa (concretamente al Barrio de las Arenas o de San Cristóbal, como ya os mencioné), caminando con mis padres junto a la vía del tren, haciendo puntería tirando piedras a los árboles, cogiendo mariposas y saltamontes, y si tenía suerte, alguna lagartija para enseñársela a mis primos, etc.

Disfrutaba mucho de aquel paseo. Solo había una cosa que me intrigaba y llamaba profundamente la atención: la mirada entre mis padres, una mirada cómplice, parecida a la que se hicieron al ver aquel cartel destrozado del apeadero. Una mirada pensativa, apesadumbrada, incluso diría que de pena y tristeza. En más de una ocasión los pillé cuchicheando entre ellos y haciéndose señales.

Pero, ¿qué ocurría? ¿Por qué mis padres tenían esa actitud, esas caras? El tiempo y el programa de misterio que os mencioné de radio me dieron la respuesta.

Mmmm… ¿Has elegido ya dónde está la carta? ¿Izquierda o derecha? O aún mejor, ¿qué te parece si dejamos cerrado el juego? No hay prisa por encontrar esa carta, ¿verdad? La carta que lleva el juego fabricado por mi padre, con trozos de plástico blanco lechoso del cartel de "Torrebonica: el viejo apeadero de la muerte". Por cierto, el juego de las tablillas mágicas me lo hizo aquel mismo domingo, después de comernos el postre. Mi padre, al más puro estilo MacGyver, empezó a recortar aquellos trozos de plástico blanco del cartel de la estación, le pidió a mi tío pegamento y con el papel del envoltorio del pastel y las cintas que anudaban el envoltorio del mismo, me fabricó aquel mágico juguete que tantas risas de asombro nos dio a pequeños y mayores y que hoy os estoy enseñando.




EL ANTIGUO APEADERO DE TORREBONICA

El antiguo apeadero de Torrebonica está a pocos kilómetros de Tarrasa. Fue construido a raíz del auge del Sanatorio de tuberculosos de Can Viver, donde bajaban pasajeros para su tratamiento o para recibir suministros.

El apeadero de Torrebonica es muy conocido dentro de la ufología y la parapsicología por un extraño suicidio ocurrido el 20 de junio de 1972, cuando dos ufólogos, Juan Turú Valles y José Félix Rodríguez Montero, supuestamente decidieron atentar contra su vida tumbándose en las vías para ser arrollados por un tren.

Esta trama oscura no se ha esclarecido del todo, ya que existen teorías alternativas al suicidio, como la posibilidad de asesinato. Se encontraron indicios que apuntaban a esa posibilidad, aunque el caso se cerró catalogándolo como suicidio.

Junto a los cuerpos se encontró una nota que decía: "LOS EXTRATERRESTRES NOS LLAMAN" y una extraña firma: "WKTS.88". Hasta la fecha, se considera un nombre en clave de los dos ufólogos. Su interpretación nunca se ha resuelto: podría referirse a coordenadas espaciales o terrestres, o las letras podrían ser iníciales de sus nombres y de la localidad Tarrasa, y el 88 simbolizar el infinito más que un número.

Recordad que el director Óscar Aibar llevó esta historia al cine con la película Platillos Volantes, mezclando ufología, política y obsesión por los OVNIs.






LA CASA DEL GUARDAGUJAS

La casa de la estación estuvo habitada por la familia del antiguo guardagujas desde los años 70's. Uno de sus hijos contó en entrevistas historias terroríficas vividas por él o su padre. Palabras textuales: "Este es un lugar de muerte, de mucha muerte." Comentó que aquel 20 de junio de 1972, cuando su padre encontró los cuerpos de los ufólogos, faltaba una de las cabezas, que apareció en la estación de Plaza Cataluña, a 30 km de Tarrasa.

También contó los numerosos suicidios que presenció en ese tramo de vía, como el de un joven que se tiró al tren ante sus propias narices después de conocer que su novia le había sido infiel con otro muchacho pocos días antes de la boda, o aquel señor que le dijo a dos chicas que esperaban el tren que se iba a fumar el último puro y, una vez terminó de saborear el tabaco, saltó a la vía para ser arrollado por el ferrocarril.

También comentó varios casos de personas ahorcadas que encontraron a escasos metros de su casa, siendo él testigo del hallazgo en más de una ocasión.

Actualmente, el apeadero no está en funcionamiento, debido a los numerosos suicidios y accidentes trágicos que ocurrieron allí. El acceso a la vía está vallado por la zona sur, donde reside la familia, aunque hoy día ya son de otra generación. Si mal no recuerdo, son nietos o sobrinos a los que tengo que darles las gracias por invitarme a pasar y poder hacer alguna foto.

Al principio, cuando me acerqué, se pusieron muy a la defensiva, diciéndome que aquel lugar ya era privado y que no querían que se hicieran fotos. Les expliqué el motivo de mi visita y del reportaje que quería hacer y, a cambio, ellos me pidieron que, por favor, dejase claro que no son okupas, que la casa de la estación pasó a ellos como herencia y por un modesto alquiler, y que dijera que están hartos de que a altas horas de la noche los despierten visitantes ufólogos y parapsicólogos sin respeto, ya que tienen niños pequeños que fácilmente se asustan, sobre todo en horas nocturnas, y que no cuesta nada pedir las cosas con educación, como hice yo.

Otros prefieren acceder por explanadas de un pequeño barranco, lo que permite que aún sucedan incidentes. Por otra parte, la mayoría de las personas que pasean por la zona y conocen las historias no suelen acercarse al apeadero, ya que sus vallas reflejan el recuerdo del calvario de decenas de suicidios y accidentes mortales.

Otros casos documentados:

1963. Joven de 25 años, indocumentado, apareció muerto junto a un árbol del sanatorio.

1965. Salvador Puig Anglada, 63 años, apareció muerto sin señales de violencia.

1967. Pedro Culell Vila, 71 años, apareció troceado junto a las vías.

1995. J.D.G., 32 años, falleció arrollado por un tren.








EL SANATORIO DE TUBERCULOSOS DE TORREBONICA O CAN VIVER

A pocos kilómetros de Tarrasa, y muy cercano al apeadero de Torrebonica, entre campos y colinas que alguna vez fueron símbolo de salud y esperanza, se alzan todavía los restos del Sanatorio de Torrebonica, también conocido como Can Viver. Hoy, su fachada reformada oculta un pasado lleno de sufrimiento, pero sus muros parecen seguir susurrando las historias de quienes allí buscaron la vida… y encontraron la muerte.

El lugar donde se levanta el sanatorio tiene raíces antiguas. La masía original data del siglo XIII, cuando formaba parte de una red de casas rurales fortificadas que protegían el territorio. En 1526, sus propietarios levantaron una torre de defensa cuadrada, símbolo de poder y refugio en tiempos convulsos. De esa torre proviene el nombre con el que el lugar ha pasado a la historia: Torrebonica, "la torre bonita".

Durante siglos, Can Viver fue una finca agrícola próspera, rodeada de campos, viñas y bosques. Nadie podía imaginar que, siglos después, sus tierras se convertirían en escenario de enfermedad, aislamiento y tragedia.

A comienzos del siglo XX, la tuberculosis azotaba Europa. Era la gran plaga blanca, la enfermedad del aire y la pobreza. En 1909, el último heredero de la familia Viver vendió las tierras al Patronat de Catalunya con un propósito noble: construir un sanatorio donde los enfermos pudieran ser tratados con aire puro, buena alimentación y reposo.

El proyecto fue ambicioso. Se edificaron nuevos pabellones, una biblioteca, una sala de actos y una iglesia modernista dedicada a la Virgen de Montserrat. El sanatorio contaba también con una colonia agrícola, donde los pacientes y cuidadores cultivaban sus propios alimentos naturales, un concepto avanzado para su tiempo.

Entre las figuras clave de esta etapa destaca el padre Benito Menni, un religioso visionario que creía firmemente en el poder de la luz para sanar el cuerpo y el alma. Fue uno de los impulsores de la helioterapia, un tratamiento basado en la exposición directa a los rayos del sol, que según las creencias médicas de la época ayudaba a purificar los pulmones y fortalecer el organismo.

Durante años, el Sanatorio de Torrebonica fue considerado un centro de referencia, un remanso de esperanza para los enfermos de tuberculosis que buscaban curarse entre las montañas y los aires limpios del Vallès.

Pero la historia de Torrebonica o Can Viver también tiene su cara más sombría. Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), el sanatorio se convirtió en escenario de violencia y desesperación. Dos sacerdotes fueron asesinados en sus dependencias, y muchos de los enfermos, incapaces de huir, quedaron atrapados en un conflicto que no comprendían.

Se cuenta que varios pacientes de tuberculosis pulmonar fueron trasladados indebidamente al psiquiátrico de Sant Boi de Llobregat, donde las condiciones eran aún más duras. Algunos murieron allí sin tratamiento adecuado, y sus nombres se perdieron en los registros de la época.

Desde entonces, las historias sobre fenómenos extraños en Can Viver se multiplicaron. Personal sanitario y visitantes afirmaban escuchar pasos en los pasillos vacíos, rezos que parecían salir de la capilla abandonada y voces lejanas llamando por su nombre a los vivos.

Hoy, Can Viver sigue en pie, aunque reformado y parcialmente en uso. Sin embargo, muchos aseguran que bajo su apariencia tranquila se esconde un eco persistente de sufrimiento. Los investigadores del misterio lo incluyen dentro del llamado "cuadrilátero oscuro de Tarrasa", junto al Hospital del Tórax, el Llac Petit y el Apeadero de Torrebonica.

Quizás sea por su historia, por las muertes que allí se produjeron o por las oraciones interrumpidas que jamás encontraron paz. Lo cierto es que, al caer la noche, cuando el sol, ese que fue remedio y esperanza, se oculta tras las colinas, el Sanatorio de Torrebonica Can Viver vuelve a convertirse en lo que siempre fue: un lugar donde la luz y la oscuridad libran su eterna batalla.









HOSPITAL DEL TÓRAX DE TARRASA: ENTRE LA ENFERMEDAD Y EL MISTERIO

El Hospital del Tórax de Tarrasa, inaugurado en 1952, fue gestionado por el Ministerio de Salud para atender a pacientes también con tuberculosis, cáncer de pulmón y fibrosis pulmonar. Su ubicación, en el frondoso bosque de La Pineda, proporcionaba aire puro y aislamiento de la ciudad, pero esa misma lejanía provocaba que los enfermos se sintieran solos, desamparados y deprimidos.

El hospital contaba con 1.500 habitaciones, donde se separaba cuidadosamente a los pacientes según su estatus social. Sin embargo, había un lugar que todos evitaban: la novena planta, la más alta del edificio. Desde allí, muchos pacientes desesperados optaban por arrojarse al vacío hacia el jardín interior, conocido como La Jungla, debido a los espeluznantes gritos que se escuchaban entre los árboles antes del impacto final.

Durante su funcionamiento, el Hospital del Tórax tuvo la tasa de suicidios más alta de cualquier institución médica en España, lo que convirtió al lugar en un escenario cargado de energía y tragedia. Además, se registraron fenómenos paranormales: psicofonías, presencias inexplicables y relatos de antiguos trabajadores sobre almas que no encontraron la paz. Estos sucesos han atraído a aficionados a lo paranormal y lo convirtieron en un plató recurrente para películas de terror como Los sin nombre, Sesión 9, El maquinista, Ouija y La monja.

Algunas historias sobre el hospital son verdaderamente escalofriantes. Por ejemplo, se sabe que un joven fue arrestado en posesión de un feto en frasco, supuestamente obtenido del quinto piso, alimentando los rumores sobre restos humanos abandonados en el edificio durante décadas.

Recuerdo de niño, haber visitado a un familiar ingresado en el hospital. Mientras los mayores estaban en la habitación de la paciente, mis primos y yo nos aventuramos sin permiso a jugar en un jardín, al que los pacientes y el personal llamaban La Jungla. Era un espacio aparentemente inocente, pero con el tiempo entendí por qué era temido: allí habían ocurrido la mayoría de los suicidios, y los gritos y la energía del lugar se sentían incluso en el aire.

De repente, mi tía apareció muy nerviosa, gritándonos: "¡Venid aquí! No podéis estar en el jardín." No comprendíamos por qué, pensábamos que era solo por seguridad, pero muchos años después comprendí que aquel lugar estaba impregnado de tragedia y muerte, y que los adultos temían nuestra inocente curiosidad.

Aunque el hospital fue cerrado como centro sanitario en 1997, su historia y las leyendas que lo rodean permanecen. Los jardines, especialmente La Jungla, y las plantas altas siguen siendo recordadas como un punto de encuentro para aficionados a lo paranormal. Hoy el edificio se utiliza para diversos fines, incluyendo residencia y plató de cine, pero el aura de tragedia y misterio nunca se ha disipado.

El Hospital del Tórax no es solo un edificio histórico; es un testimonio de la fragilidad humana, la desesperación y la persistencia de los secretos que la muerte y el abandono dejan tras de sí. Pasear por sus pasillos, aunque solo sea en recuerdo, es sentir la delgada línea entre la vida, la muerte y lo inexplicable.









LLAC PETIT O DE CAN BUGUNYÀ: EL PANTANO DEL BOSQUE ENCANTADO

El Llac Petit, también conocido como Lago de Can Bugunyà, es un pequeño pantano rodeado de un bosque frondoso y profundo, ubicado cerca de Tarrasa. A simple vista parece un lugar tranquilo, un remanso de naturaleza, pero quienes conocen su historia saben que esconde un lado oscuro y perturbador.

Durante décadas, el lago ha sido escenario de múltiples tragedias: ahogados, desapariciones y asesinatos han marcado sus aguas. Algunos de los cuerpos nunca fueron recuperados, y los rumores dicen que las corrientes subterráneas del pantano los arrastraron a lugares desconocidos. Otros restos aparecieron flotando semanas después, envueltos o con signos de violencia, alimentando la leyenda de que el lago está "maldito".

El pantano también ha sido escenario de rituales y prácticas esotéricas, especialmente invocaciones espirituales y sesiones de meditación para contactar con el más allá. Se dice que ciertos grupos elegían el lago y su bosque para realizar rituales que buscaban atraer energías sobrenaturales, provocando fenómenos inexplicables: luces que se mueven sobre el agua, sombras que desaparecen entre los árboles y voces susurrantes que parecen surgir desde las profundidades.

Algunas personas con más sensibilidad que han visitado el lago aseguran sentir una presencia intensa y opresiva, que provoca mareos, escalofríos y sensación de ser observados. Incluso los animales evitan acercarse al pantano durante la noche, reforzando su fama de lugar maldito.

Entre las tragedias registradas se encuentran algunos casos escalofriantes:

En 1925, Antoni Balbé, de 27 años, se ahogó en el lago; según la policía, el exceso de algas y el lodo hizo imposible su rescate.

Durante la década de los 80's, un hombre apareció muerto junto a una escopeta recortada; se sospechó suicidio, pero algunos afirmaron haber visto sombras extrañas esa noche.

En 1991, una joven de 16 años fue encontrada estrangulada en un camino cercano al lago, sin señales de quién la atacó.

En 1999, un niño de 10 años desapareció mientras jugaba, y su cuerpo apareció flotando días después, envuelto en el agua como si alguien lo hubiera colocado allí.

En 2006, un hombre adulto apareció maniatado y envuelto en una lona, con piedras atadas a los pies, flotando en la superficie, despertando terror entre los lugareños.

A pesar de las tragedias, el lago también guarda recuerdos más alegres, especialmente de quienes lo visitaron en la infancia. Recuerdo de niño que, como os mencioné anteriormente, no nos dejaban estar en el patio del Hospital del Tórax. Mi tío decidió dar un paseo por las cercanías del hospital para alejarnos del jardin y evitar que diéramos guerra. Así acabamos llegando al Llac Petit (lago pequeño).

Allí nos encontramos con un viejo carro abandonado. Mi tío, con un guiño travieso, nos decía que aquel era el carro de nuestro paisano Manolo Escobar, el mismo que le habían robado mientras dormía. Estaba tan destartalado porque le habían quitado toda la decoración que relucía, creyendo los ladrones que era de oro. Nos reíamos sin parar, atrapados entre la fascinación por el pantano y las historias que nos contaba nuestro tío, engañándonos de manera encantadora, mientras los árboles y la niebla del lago hacían que todo pareciera aún más mágico y misterioso.

Estas anécdotas, mezcladas con las tragedias y los fenómenos inexplicables, han convertido al Llac Petit en un lugar de gran magnetismo paranormal. Investigadores y aficionados al misterio acuden al pantano con equipos de grabación y sensores, buscando fenómenos que desafían la explicación científica: psicofonías, cambios de temperatura repentinos y apariciones que parecen materializarse entre la niebla del amanecer.

A pesar de su historia oscura, el lago sigue siendo un lugar de belleza inquietante. Su bosque frondoso y la calma superficial del agua ocultan la historia que corre por sus profundidades, y cada visita es un recordatorio de que la naturaleza puede ser a la vez hermosa, aterradora y sorprendentemente traviesa.

El Llac Petit no es solo un pantano: es un testimonio vivo de la tragedia, el misterio y lo inexplicable, un lugar donde la línea entre la vida, la muerte y el más allá parece desdibujarse entre el follaje, las aguas oscuras y los recuerdos de quienes lo han recorrido.

¿Quién diría que bajo este entorno han yacido tantos cadáveres? 




En fin… cuatro lugares siniestros plagados de misterio, cuatro lugares cercanos entre sí, cuatro construcciones que esconden entre sus muros historias terroríficas. Cuatro rincones por los que un servidor puede decir que ha pasado y caminado. Todos ellos con un denominador común: la muerte.

Y todo bajo la atenta mirada de un gigante que se alza sobre ellos, también cargado de leyendas: la montaña de La Mola. Pero por hoy, ya está bien... Solo me queda decir que no todas las fotos son de mi autoría. Algunas fueron recopiladas de Internet, especialmente las más antiguas, así que mi agradecimiento para sus respectivos autores, cuyos nombres desconozco.


La ruta en sí encierra una gran belleza y si os faltan emociones fuertes o andáis con ganas de misterio o de vivir alguna experiencia paranormal, hacedla de noche y ya me contaréis...

Aunque si hay algo a lo que de verdad temer, es a los vivos y no a los muertos.

¡Feliz Castaween, amigos! 

sábado, 25 de octubre de 2025

MINUTOS MUSICALES: UNA SINFONÍA PARA EL MIEDO

Se acerca Halloween, o como a mí me gusta llamarle, CastaWeen, esa época del año en la que las calles se llenan de disfraces, las calabazas se iluminan y los acordes más escalofriantes vuelven a sonar en nuestras playlists. En esta edición de "Minutos Musicales" queremos rendir homenaje a esas bandas sonoras y videoclips que han hecho del miedo un arte... y de la música, un verdadero hechizo.

Desde los clásicos del cine de terror hasta los videoclips que marcaron época, este especial nos sumerge en melodías que han sabido poner los pelos de punta y hacernos disfrutar al mismo tiempo.

No hay Halloween sin "Thriller" de Michael Jackson (1983). Este icónico videoclip, dirigido por John Landis (el mismo director de Un hombre lobo americano en Londres), revolucionó la forma de entender los videos musicales. Con coreografías zombis, efectos de maquillaje de película y una narrativa digna del mejor cine de terror, "Thriller" se convirtió en el referente musical del miedo... pero con ritmo.

Y qué me dices de "Ghostbusters" de Ray Parker Jr. (1984). Imposible no tararear ese "Who you gonna call?" cuando hablamos de fantasmas y diversión. El tema principal de Los Cazafantasmas combina humor, sintetizadores ochenteros y un espíritu (literalmente) festivo que lo hace imprescindible para estas fechas. Un clásico que demuestra que el miedo también puede bailarse.

No podemos dejar fuera las piezas que definieron el terror en el cine, esas bandas sonoras inmortales: los acordes de Psicosis de Bernard Herrmann, el inquietante tema de Halloween compuesto por John Carpenter o las notas etéreas de El exorcista. Cada una, a su manera, marcó un antes y un después en la forma en que la música puede manipular nuestras emociones y crear auténtica tensión.

Halloween es la excusa perfecta para dejarse llevar por el sonido del terror. Ya sea con guitarras eléctricas, sintetizadores o una simple nota sostenida que nos pone nerviosos, la música tiene el poder de hacernos sentir dentro de una película.

Espero que esta lista musical que os traigo hoy sea terroríficamente de vuestro agrado... mmmm, y ahora, apaga la luz, sube el volumen y deja que los minutos musicales se tiñan de misterio.



Thriller

Ghostbusters



Psicosis



Halloween



El Exorcista


La Semilla del Diablo


El resplandor



Freddy Krueger



Dead Silence


Saw


La profecía



Hellraiser


Nosferatu


Poltergeist


Viernes 13


Chucky


It 


Phantasm




Tiburón


El Joven Frankenstein

sábado, 18 de octubre de 2025

CUANDO EL TELÉFONO ESTABA ATADO A UN CABLE...

Hoy me dio por reflexionar… pero en plan meme, por algo que me pasó hace unos días, jejejeje.

El domingo pasado, desayunando con unos buenos amigos de toda la vida, sonó el móvil de mi colega David.

Miró quién era, suspiró y rechazó la llamada.

A los pocos minutos volvió a sonar. Esta vez lo puso en silencio y lo dejó vibrar, mudamente, sobre la mesa.

David me miró con cara de circunstancias y dijo:

—No me dejan en paz ni en domingo... una llamada de trabajo.

Nos reímos, pero en el fondo todos sabíamos de qué hablaba.

Hoy llevamos el teléfono en el bolsillo, siempre a mano, siempre encendido, siempre disponible.

Y sí, tener un móvil puede sacarte de más de un apuro, ayudarte en un momento complicado o avisarte de algo importante.

Pero también tiene su otro lado, y no tan bueno precisamente...

Nos interrumpe en los momentos más simples, roba silencios, invade domingos y convierte cualquier rincón "incluso el del desayuno con amigos" en una oficina improvisada.

Antes, cuando el teléfono estaba atado a un cable, nosotros éramos libres.

Ahora el teléfono es libre... y nosotros los que vivimos atados a su sonido, a su pantalla, a esa obligación de estar "siempre disponibles".

Porque sí, los móviles nos conectan con el mundo, pero también, a veces, nos desconectan de la vida.

Antes había que girar una rueda para llamar, y mientras tanto, uno pensaba bien qué iba a decir.

No existían los mensajes de voz, ni los "visto", ni las llamadas perdidas que dejaban el corazón en vilo.

Si querías hablar con alguien, esperabas. Y si no estaba... pues no estaba.

Y el mundo seguía.

Las conversaciones eran más lentas, pero también más sinceras.

No había emojis, pero sí sonrisas reales al otro lado de la línea.

No existían los filtros, pero sí voces temblorosas, silencios cómplices y los nervios de marcar un número.

Antes, el teléfono estaba atado a la pared... y nosotros, libres de notificaciones, de prisas y de pantallas que nos roban miradas.

Quizá no teníamos Wi-Fi, pero sí algo mucho mejor:

Conexiones humanas que no necesitaban señal.

Y ahora... el teléfono lo llevamos en el bolsillo, pegado a la mano, como si fuera una extensión del alma (o del estrés).

Ya no hay "no estoy en casa", ni "llámame luego".

Siempre estamos disponibles: en el trabajo, en el baño, en vacaciones, incluso en Nochebuena, entre los canapés y el turrón.

Hemos cambiado el cable por una correa invisible... y vaya si aprieta.

Antes el teléfono estaba atado y nosotros éramos libres.

Hoy el teléfono es libre... y nosotros los que vivimos atados a él.

sábado, 11 de octubre de 2025

EL ÚLTIMO CAMBIO DE TEBEOS

Hubo una época, no hace tanto, aunque ahora parezca de otro planeta, en la que no existía Internet, ni Facebook, ni Instagram, ni Netflix, ni TikTok, etc. Ni siquiera los memes que tenemos hoy día. La diversión venía doblada y grapada, impresa en papel barato, con los bordes un poco amarillentos.

El paraíso de los lectores de entonces no era una gran librería con aire acondicionado, sino un modesto local con luz tenue y un cartel que decía: "CAMBIO DE NOVELAS Y TEBEOS". Allí, en esas cuevas milagrosas de tesoros en papel, la economía funcionaba con la lógica del trueque.

Llegabas con tus lecturas gastadas: las que ya te sabías de memoria, las que habían pasado por manos, bolsillos y meriendas. El dueño, un sabio entre montañas de revistas, te miraba y preguntaba:

—A ver, muchacho, ¿cuántos traes?

—Tres TBOs y una Hazañas Bélicas, señor.

—Vale, te los cambio por dos Pulgarcito y un Capitán Trueno. Si quieres un especial del gato Pumby o el último de Joyas Literarias Juveniles, te toca poner cinco pesetas más (en la mayoría de los casos se cobraba un pequeño suplemento económico, según los cómics que llevabas).

Aquel personaje no era un simple comerciante. Era una especie de bibliotecario del pueblo, un confesor de lectores, árbitro de disputas sobre si El Guerrero del Antifaz podía vencer al Capitán Trueno, y guardián del orden moral, porque algunos tebeos "no eran para niños", según su criterio misterioso.

Conocía a todos: la señora Carmen, que se llevaba novelas rosas de Corín Tellado por docenas; el chaval del tercero, que solo quería cosas de vaqueros; y ese otro, que pedía fiados ejemplares Mortadelo y Filemón pero nunca los devolvía. Un delincuente literario, vaya.

El local olía a tinta vieja, a polvo y a aventura. Las estanterías se doblaban bajo el peso de las colecciones: Roberto Alcázar y Pedrín, Zipi y Zape, El Jabato, Esther y su mundo… Era como entrar en una cueva del tesoro. Pero en lugar de oro había páginas, y en lugar de piratas, lectores ávidos con los codos llenos de tinta.

El sistema del trueque funcionaba con una precisión que ni el Banco de España. Tú entregabas tus cómics y, según el estado en que estuvieran (sin páginas rotas, sin dibujos coloreados con lápiz, sin mordeduras de perro), te daban puntos o crédito para llevarte otros. Era el paraíso del reciclaje literario, mucho antes de que existiera la palabra "sostenible".

Eso sí, había normas sagradas: no se aceptaban tebeos con recortes (¡ni hablar de las secciones de pasatiempos hechas!). Si habías dibujado bigotes a las heroínas de Esther, adiós al cambio. Y las novelas de vaqueros con las tapas arrancadas solo servían para el WC y no precisamente para leerlas, jejejeje.

Para los niños, entrar allí era como entrar en una dimensión paralela. Las monedas tintineaban en el bolsillo, el corazón latía con fuerza, y uno soñaba con conseguir ese número de Mortadelo donde se disfrazaba de bombero, o esa entrega de El Capitán Trueno que faltaba para completar la saga. Cada trueque era una aventura; cada historia, una puerta abierta a la imaginación lectora.

Cuando salías con tu botín bajo el brazo, corrías a casa, te tirabas en el suelo y te perdías durante horas. Sin pantallas, sin prisas. Solo tú, el papel y la imaginación haciendo ruido dentro de tu cabeza.

Con el tiempo llegó el final de una era: llegaba el futuro… primero los videoclubs, luego los ordenadores, después Internet y, finalmente, el streaming. Los locales de "Cambio de novelas y TBOs" fueron cerrando uno a uno, hasta quedar convertidos en leyendas de barrio.

El último que muchos recuerdan tenía la persiana medio bajada, un cartel quemado por el sol y el eco de risas y conversaciones que ya solo existen en la memoria. Hoy, cuando uno pasa frente a un portal como los de las fotos, con su letrero desteñido, recuerda que allí hubo un local de cambios de tebeos, puede sentir una punzada de ternura. Como si el espíritu de aquellas tardes siguiera allí, esperando que alguien toque la puerta y diga:

—Buenas… ¿todavía cambian tebeos?

Y quién sabe… tal vez, si escuchas bien, detrás de la persiana se oiga un murmullo de páginas pasando y una voz que responde:

—Claro que sí, chaval. Pero acuérdate de no traerlos pintarrajeados. Jajajaja.

Estos recuerdos los conservo así: en blanco y negro, como una fotografía vieja que se ha quedado a vivir en la memoria. Recuerdo aquellas metálicas persianas, las letras torcidas de algunos carteles, otros desteñidos por el paso del tiempo, el olor del papel usado y las risas al fondo del local.

Todo parece un sueño borroso, pero al evocarlo, el corazón aún late con la emoción de aquel primer cambio de tebeos.

Porque tal vez la vida moderna venga en alta definición, pero la infancia, la de verdad, sigue proyectándose en blanco y negro, con el sonido de páginas al pasar, olor a tinta gastada y una gran sonrisa que se dibuja en mi rostro al recordar, mientras escribo este post.




sábado, 4 de octubre de 2025

NAVAJAS DE KIOSCO. 6ª PARTE (AQUELLAS AUTOMÁTICAS QUE NOS DIERON SUEÑOS DE CINE Y RISAS EN LA CALLE)

Creo que esta es la sexta y última parte de los artículos "Navajas de kiosco". Con ella doy por completada la colección de piezas de plástico que se vendían en los kioscos de los años 70's y 80's: pequeñas joyas que tenían mucho que ver con la pequeña y gran pantalla, y que hacían un guiño inocente a películas y series de la época.

Pero eso no significa que algún día no amplíe o actualice alguno de estos artículos, o que no hable de alguna otra navaja clásica. De hecho, en uno de los posts ya conté que, tanto de niño como de joven, una de mis colecciones favoritas fueron los cuchillos militares, de monte, espadas y, por supuesto, navajas de verdad. También os prometí que algún día os enseñaría unas auténticas albaceteñas de siete muelles, al más puro estilo Curro Jiménez, o una buena multiusos suiza de las que utilizaba el bueno de MacGyver. Por eso, aunque este sea el último post sobre navajas de kiosco, no quiere decir que en el futuro no os hable de las navajas "de verdad".

En los años 70's y 80's, pocas imágenes eran tan potentes en la pantalla como la de una automática abriéndose con un chasquido metálico... ¡CLICK! No importaba si se trataba de pandillas urbanas en Nueva York o de jóvenes rebeldes en los barrios de España: aquel gesto se convirtió en símbolo de desafío, peligro y estilo.

El cine convirtió estos objetos en algo más que simples utensilios. Representaban poder, identidad y pertenencia a un grupo. En un mundo de pandillas y calles duras, la hoja que aparecía de repente no era solo un recurso dramático, sino un lenguaje visual cargado de significado.

El impacto fue tan grande que pronto se filtró a la vida cotidiana. La imagen de la navaja automática se coló en la cultura juvenil: desde la moda hasta el juego infantil. Muchos kioscos ofrecieron versiones inofensivas de plástico, baratijas que daban a los niños la sensación de participar en la misma épica que veían en el cine, aunque fuese en clave de inocente imitación.

Las que os enseño hoy, el kiosquero las sacaba de una bolsa transparente cerrada con un cartoncito ilustrado. Dentro, se alineaban en colores chillones: rojo, amarillo fluorescente o verde intenso. Cada niño tenía su favorita, y no era raro cambiar cromos o chucherías para conseguir ese color "soñado". Aunque eran simples trozos de plástico, bastaba pulsar el botón y escuchar el ¡CLICK! para sentirse dentro de una película.

La fascinación por estas armas también rozó la estética fantástica. El cartón de cierre de aquellas bolsas lo demostraba: una copia descarada del universo James Bond. Inspirado en Moonraker (como las que hoy saqué de EL BAÚL DE HAL), mostraba a un héroe espacial con traje plateado. Pero aquí no sostenía una pistola futurista, sino una de esas automáticas de kiosco. El resultado era tan ingenuo como entrañable: glamour de espía mezclado con cultura de barrio, acción intergaláctica convertida en un juguete de unas pocas pesetas.

Hoy, aquellas navajas se recuerdan con nostalgia, no solo como juguetes, sino como pequeños símbolos de un tiempo en que la imaginación podía llenar los rincones más humildes de nuestra infancia. En su momento, eran inofensivas y fascinantes, un puente entre la pantalla y la vida cotidiana, entre la aventura y el juego.

Con el paso de los años, su presencia en los kioscos se fue reduciendo hasta desaparecer, en gran parte por el endurecimiento de la normativa y la creciente preocupación social por la seguridad infantil. Sin embargo, aquellos objetos modestos no han caído en el olvido. Hoy forman parte del coleccionismo y despiertan una nostalgia que nos devuelve a un tiempo en el que lo sencillo bastaba para desatar grandes aventuras.

Más que un simple entretenimiento barato, estas piezas fueron reflejo de una España en transformación. En la década de los setenta, un país todavía marcado por la tradición comenzaba a abrirse a nuevas influencias culturales, y hasta un juguete de plástico podía convertirse en símbolo de esa transición. Desde el cine marginal o las series de bandoleros que alimentaban la imaginación de los niños, hasta la memoria de quienes crecieron en aquellos años, permanecen como recuerdo vivo de una época de cambio, creatividad y descubrimiento.

Si estos juguetes te hacen sonreír, no dudes en leer y perderte entre las imágenes de los otros cinco posts. Solo tienes que poner en el buscador de nuestro blog: "NAVAJAS DE KIOSCO", y aparecerán los mencionados cinco artículos, acompañados de un viaje lleno de nostalgia, risas y pequeños tesoros que despertarán recuerdos de infancia que creías olvidados.

Te prometo que cada post es una cápsula del tiempo que vale la pena abrir... ¡CLICK!